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SHEILA, 26 años de luto. (Cuando la verdad es la única salida)

COSAS DE LA CUARÓ/ Desde Rivera Roberto Beto Araújo para Diario Uruguay.

 

Los detalles poco importan, pues ya se ha hablado tanto que al fin cada uno de nosotros más o menos lo tiene claro, y no hablo de lo que sucedió aquella lejana noche del 11 de febrero de 1997, hablo de lo que no sucedió aquella fúnebre madrugada. O sea, lo que sucedió puede ser una gran incógnita, pero lo que no sucedió todos sabemos y lo sabemos muy bien, pues está descrito tintín por tintín en el voluminoso expediente que por el caso se armó.

 

O sea resumiendo, a nadie con dos dedos de frente y un poco de conciencia en el alma, le cabe que la versión oficial de lo narrado allí tenga un “pingo” de fundamento; porque en el fondo todos sabemos que es falso el relato, relato este mediocre en su trama y vacío en su redacción; es falso lo del balazo que ocasionó la muerte, falso lo del secuestro, falso lo de la violación (por lo menos en el automóvil), quizás hubo violación pero no allí.

Falso lo del Negro Dé, o sea lo del Negro Dé, no sólo es falso sino que peor aún, es obsceno pues tiene un plus de cobardía que hace de la versión lo peor de lo peor, pues solo una mente muy retorcida y diabólica puede urdir una trama donde se involucra a un tipo que puede tener sus cositas y cositas graves, pero en este velorio no tiene vela y a nadie más convence, sino que en el fondo calienta.

 

Hace 26 años que un patrullero se detuvo frente a un Club de Barrio donde el Yacaré en su condición de músico laburaba para ganarse el puchero, y tres oficiales le traían la funesta noticia de que su hija había muerto; 26 años de pancartas, de lucha, de esfuerzo denodado, de persecuciones y mentiras…

Es falso lo del tiro en la nuca del novio, que terminó en la boca como un caramelo, y si vamos hablar de falsedades no paramos más y haremos de este relato muy tedioso y aburrido, pues sería llover sobre lo mojado, y no es este mi propósito al sentarme a escribir estas líneas.

La verdad sobre aquella lluviosa noche de carnaval de 1997, es aun una gran incógnita, pero no lleguemos al extremo de decir que nadie lo sabe, pues partiríamos de una falacia, que ha sido el verdadero meollo de este caso que no nos deja descansar en paz, ni a la familia, ni a Sheila, ni a toda la comunidad riverense que hace 26 años se repugna con un caso que nos avergüenza y exhibe la peor faceta de una élite que no quiere reconocer sus podridos, y en el afán de esconder sus mugres llega a extremos que asquean.

No voy aquí a decir lo que pasó, aunque creo tener idea más o menos clara de lo sucedido pero no me atrevo a tal extremo, pero me remito a la versión creíble del Yacaré (padre de Sheila) y su incansable lucha porque la verdad al fin se revele, y que refiere a que en verdad a Sheila no la mataron sencillamente murió de una sobre dosis, así de fácil.

Bueno quizás se pueda considerar homicidio, pues hay que ver si la sobredosis fue consentida o fue forzada, y eso es cosa de los jueces y fiscales, y no podemos entrar en lo que no nos corresponde, aunque sabemos que fuere como fuere todo ya prescribió, y de saberse la verdad ya nadie va terminar en cana por lo sucedido, y aunque no sea justo, en este caso es útil, pues quienes saben lo sucedido bien que pudieran contarlo para alivianar un poco su conciencia, y ayudar a toda una colectividad que aun sangra por esa herida.

Sheila era una gurisa alegre, extrovertida, estudiosa y muchas cosas más. Estudiaba y soñaba con lograr un título universitario como tantos y tantas, y esa madrugada mientras se escuchaba el repique de los tamboriles en el centro y arrabales vio su sueño frustrarse para siempre, por cosas que tiene la vida y la vida no es siempre un mar de rosas.

Lo cierto es que aquella madrugada de febrero de 1997, Rivera conoció por primera vez el aguijonazo de un mal que después ha sido una constante en la sociedad riverense sin conocer fronteras de clases sociales ni razas, ni sexos: “La droga”.

Maldita droga; lo que pasa es que por aquellos tiempos la droga aun era patrimonio de la élite, y se drogaban los ricos, y bajo el amparo del cobijo de los padres que no conocían sus pérfidos efectos, y en esas lides se juntaban para hacer fiestitas, donde pululaba sexo, alcohol y por supuesto droga, y fue en ese escenario donde sucumbió Sheila.

Hasta ahí todo bien, todo bien entre comillas, pero por lo menos entendible, lo funesto, lo diabólico sucedió después, pues se puso en andamiento el andamiaje de una sociedad carcomida por la corrupción, y desde entonces se puso a andar una farsa que desnuda lo mal que estábamos, y lo mal que estábamos es alfa y omega de lo mal que estamos hoy.

Se inventó una historia que no se la cree nadie, y después vinieron los procesamientos a medias, los cabezas de turcos con los que se pretendió amainar el mal, pero que solo sirvieron para agravar aun más el drama.

Han pasado 26 años, ya nadie nos va a traer a Sheila de nuevo, y aunque la trajeran en una hipótesis imposible, ni aun así se lograría cicatrizar las heridas del mal que ocasionó y sigue ocasionando. Pero aun así hay algo que se puede hacer, y solo bastaría con que quienes estuvieron allí contaran en verdad lo sucedido, pues serviría por lo menos para “inocentar” a muchos que sin comerla ni beberla llevan el estigma de una culpa que en verdad no la tienen.

Y no solo hablo de jóvenes (que hoy ya no son tan jóvenes) hablo de su familia, de sus padres y madres, de sus hermanos, y hasta de sus hijos que llevan en el lomo esa macula. Pero hablo también de instituciones que vieron su nombre mancillado, porque es imposible no involucrar su estructura cuando muchos de sus miembros hicieron parte de esta trama, y quizás esa mancha no les sea del todo merecida, pero hay que reconocer que mientras no se sepa la verdad la duda se convierta en veredicto popular.

Y hasta los mismos culpables, sobre quienes ya no ha de sobre caer el rigor de una condena por los plazos vencidos, y que bien podrían decir, vamos hablar y al hablar esclarecer y poder por fin poner una lápida sobre este cadáver insepulto que sigue supurando mal olor y repugnando a todos por igual.

Hace 26 años que un patrullero se detuvo frente a un Club de Barrio donde el Yacaré en su condición de músico laburaba para ganarse el puchero, y tres oficiales le traían la funesta noticia de que su hija había muerto; 26 años de pancartas, de lucha, de esfuerzo denodado, de persecuciones y mentiras, que solo se pueden por lo menos amainar, con un cacho de valentía de quienes han excretado cobardía por tanto tiempo, pues bastaría con que alguno de los que saben hablen, y al hablar iluminen la oscuridad de un caso que nos enluta a todos.

He dicho!!!