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Antonio Pippo

El lugar de la misa

Por Antonio Pippo para Diario Uruguay

 

Se ha resaltado sin pausas, desde mediados del siglo XIX y hasta el presente, la participación esencial de los inmigrantes en la creación de la modernidad en el Río de la Plata.

“Los uruguayos descienden de los barcos”.
También se ha destacado su aporte en la definición y evolución del tango clásico, que durante años germinó anadeando entre las influencias africanas hasta la aparición de la correntada inmigratoria principalmente española, italiana y francesa. No es ocioso recordar que, según consenso de los más prestigiosos historiadores, estos inmigrantes desempeñaron un papel central en el impulso de una cultura del trabajo y en los procesos de industrialización y urbanización, sobre todo en las capitales de Argentina y Uruguay.

Hay unas cifras indiscutibles que vienen al caso.

En 1830 Uruguay tenía apenas setenta mil habitantes; esa población creció, gracias a la inmigración ocurrida en el período que abarcó desde 1860 hasta 1920, a seiscientas mil personas. El resultado fue el cambio de la fisonomía del país y, por supuesto, de su música ciudadana más representativa, justificando esa frase que, por haber sido adjudicada a tantos, prefiero transcribir sin mencionar autor: “Los uruguayos descienden de los barcos”.

Un fenómeno proporcionalmente similar se vivió en Argentina.

Y hoy se cuentan por decenas los tangos que –directamente a partir de sus títulos o, más sesgadamente, por menciones en sus letras- se han ocupado, durante diferentes épocas, de esos inmigrantes que ayudaron a cambiar los hábitos sociales de ciudades como Buenos Aires y Montevideo: se podría mencionar, a modo de ejemplos compartidos con tantos otros, Un boliche, La cantina, Café de los Angelitos, Aquella cantina de la ribera, Dandy, Viejo Tortoni, Niño bien, Canzoneta y muchísimos más. No incluyo al clásico Cafetín de Buenos Aires por cuanto su poesía, sin duda hermosa, ni siquiera sobrevuela la peripecia variopinta de la inmigración, aunque se centre, para un argumento distinto, en el sitio corriente de reunión de quienes llegaban de otros lares.

Entonces, de pronto, tras el revoloteo de esa búsqueda en la memoria que tal vez sea interminable, brota algo que podría calificarse de curioso, raro o quizás excéntrico: el mejor de todos los tangos escritos para describir la esencia de la inmigración –que arribó y se integró entre los rioplatenses sufriendo dramáticos desapegos, un asentamiento mayoritario en la marginalidad y la pobreza y el sacrificio de salir adelante sin poder olvidar lo que quedó atrás- ha sido omitido en la mayoría de las referencias de entendidos, pese a ser una bellísima simbiosis entre melodía y poesía de dos excepcionales artistas, el bandoneonista y arreglador Argentino Galván y el letrista de las metáforas audaces Homero Expósito, escrito en 1946: ese tango, en una opinión que admite debates, lo acepto, es Cafetín.

-Cafetin/ donde lloran los hombres/ que saben el gusto/ que dejan los mares…/ Cafetín,/ y esa pena amarga/ mirando los barcos/ volver a sus lares./ Yo esperaba/ porque siempre soñaba/ la luz de una aldea/ sin hambre y sin balas./ Cafetín,/ ya no tengo esperanzas/ ni sueño ni aldea/ para regresar…

Está bien contar la vida de los inmigrantes, cierta, objetiva, desde su entrega y hasta desde sus triunfos para afirmar que “a partir de ellos se creó la modernidad en el Río de la Plata”. Empero, no es justo, ni por un instante, ignorar las heridas sentimentales que el traslado y el esfuerzo para seguir supuso en la vida de muchísimos de ellos.

¿Y qué lugar más acogedor que un tal vez sucio y mal alumbrado cafetín para comulgar cotidianamente en su misa de quejas?

-Por los viejos cafetines/ siempre rondan los recuerdos/ y un compás de tango de antes/ va a poner color/ al dolor del inmigrante./ Allí florece el vino,/ la aldea del recuerdo/ y el humo del tabaco./ Por los viejos cafetines/ siempre rondan los recuerdos/ de un país y de un amor…

Estoy convencido que sobre esta cuestión, no hay otro tango igual. Y su final, aun lírico, es un apagado grito de amargura por un destino que no cambiará:

-Bajo el gris/ de la luna madura/ se pierde la oscura/ figura de un barco./ Y al matiz/ de un farol escarlata/ las aguas del Plata/ parecen un charco/. ¡Qué amargura!/ la de estar de este lado/ sabiendo que enfrente/ nos llama el pasado./ Cafetín,/ en tu vaso de vino/ disuelvo el destino/ que olvido por ti…