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El creador de la Copa El País de la OFI, y el «otro campeonato» suyo en el Mundial de México ´70

HISTORIA DE EFRA/Desde Montevideo /Eduardo Mérica para Diario Uruguay.

Una mesa desordenada con diarios viejos desparramados, fotos de él, una silla que pide a gritos un tapicero, una banqueta, un pequeño sillón cama, no hay televisor y sí varias revistas y libros, un amplio ventanal con cortinas transparentes. Imágenes de un departamento de soltero. La casa de EFRA. Allí, en la calle Tristán Narvaja esquina Colonia, en ese edificio, el periodista Efraín Martínez Fajardo tiene su lugar, ya jubilado del diario El País. Está igual que siempre, siempre bien vestido y quizás con algunos kilos de más… Después de la impostegrable salida al centro de Montevideo, se vino la charla. Un café, un cortado y a la cancha…


Lo que no dijo en El País, el periodista Efraín Martínez Fajardo

Fue un pionero del fútbol del interior junto al diario El País, Efraín Martínez Fajardo (alias EFRA), fue el creador del Campeonato de Clubes Campeones del Interior de Uruguay, por el año 1965 (aún en disputa). Pero además, también lo fue de la Supercopa «El País» de efímera duración aunque de recordadas y vibrantes jornadas. Más tarde, EFRA (así firmaba sus notas) sería distinguido en México con la medalla de bronce en el Campeonato Mundial de Prensa Olímpica. Allí, en ese instante creyó haber alcanzado su sueño periodístico, como fue el de tocar las correas de las sandalias del maestro DAVY (Dionisio Alejandro Vera Iparaguirre). Esta entrega de DIARIO URUGUAY es una amena y nostálgica versión de su vida como periodista deportivo.

EL OTRO CAMPEONATO

«No corresponde a la temática de «Lo que no dije en El País» las notas que bajo el título «El otro campeonato» fueron publicadas en «El País» luego de la premiación que me fuera conferida en México. Pero un deseo que no quiero ocultar como es el de ofrecerles a esos artículos un hospedaje más cómodo que los saque de la vieja aunque querida carpeta en la que los guardo y que los libre asimismo definitivamente de las inevitables pérdidas de las que se ocupa el tiempo, me ha llevado a incluirlos al final de este libro con la esperanza de que el lector encuentre acertada esta mi decisión de cariñoso padre.

Estas notas fueron escritas estando ya de regreso en Montevideo y teniendo aun en esos momentos muy frescas y latentes las ricas vivencias experimentadas en el país azteca y en las que contribuyeron a hacerlas más gratas, emotivas y recordables, las autoridades de la Asociación Mundial de Prensa Olímpica y los colegas de diversas partes del mundo, presentes, como quien esto escribe nuevamente en México a poco más de tres meses de disputado el Mundial, para vivir así un encuentro de leyenda, rico y esperanzado para el entendimiento de los ciudadanos del mundo fortalecidos y mancomunados en sentimientos de paz y confraternidad.

El júbilo de todos fue así mucho más allá de lo que significó una premiación y en el cofre de nuestros recuerdos quedó el resplandor imperecedero de una joya preciada por aquél entendimiento de los fines y propósitos de nuestra profesión y se constituyó así en el mejor regalo que nos hizo la vida, mucho más y mejor, porque lo compartimos en vivo con nuestro hijo Javier quien cumplió en México su mayoría de edad.

En lo personal México me otorgó por intermedio del que fuera primer Campeonato Mundial de Periodismo, organizado por la Asociación Mundial de Prensa Olímpica con sede en México, una conquista periodística que si bien me colmó de satisfacción no llegó a mitigar el pesar por aquella frustación deportiva que marcó con indelebles, profundas y dolorosas huellas el momento de una ilusión perdida y la revelación cruel
y angustiante de ver y reconocer que la celeste estaba aprisionada en moldes futbolísticos que ya en el mundo se habían renovado, por lo que los profesores de ese ayer relumbrante, eran hoy tan sólo los alumnos de un presente triste y melancólico.

Lo cierto fue que en lo personal a los cuatro meses de la disputa del Mundial de México, la Asociación Mundial de Prensa Olímpica que había organizado un concurso periodístico entre todos los profesionales de prensa del mundo, me citó para recibir la medalla de bronce (tercer puesto) por los trabajos realizados en dicho certamen y que fueron publicados en el medio periodístico que yo representaba. También se me entregó el trofeo «Urna del fuego de la Cultura» instituído y creado por los organizadores para los periodistas laureados.

De regreso a México, experimenté con ese motivo la enorme emoción compartida con otros colegas del mundo de estar representando a mi patria en la premiación en la que me honraron con su presencia el Embajador y altos funcionarios de esa Embajada en México, y así fue que en tales circunstancias pude considerarme, sin vanidad ni falsos oropeles como un privilegiado hijo de Uruguay, que podía ofrecer para su país y para todo el periodismo del mismo en general los honores conferidos.

De aquella ornada me acompañan y lo seguirán haciendo, exaltadas reminiscencias que me aportan dulces y nostálgicas evocaciones. En esos momentos en que los recuerdos me envuelven con una rara y tenue nube que llega a confundir mi común entendimiento, me veo como un avaro abriendo el cofre de sus alhajas para luego de un instante de éxtasis y contemplación, volver a guardarlas con especial cuidado y meticulosidad. pero entiendo igualmente que existe una diferencia notoria entre esa figura, que me presenta mi imaginación, y la mía, yo puedo ser como el avaro porque me le asemejo en su actitud furtiva, oculta y sigilosa en la que hago el inventario y repaso de «mi tesoro», pero no lo soy de cosas materiales, lo soy sí gracias a Dios de temas espirituales que ingresan a mi ser por una constante y caudalosa vertiente que alimenta mis fibras más íntimas proporcionándome el justo beneficio y la preciada recompensa que puede alcanzar un hombre. Esto es, haber dado todo de sí y haber recibido de los demás el premio del afecto, del cariño y del reconocimiento.