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Asesinato o duelo. La muerte de Atilio Paiva Olivera

COSAS DE LA CUARÓ/ Desde Rivera Roberto Beto Araújo para Diario Uruguay.

 

Cierta vez le pregunté a Don Ariel Pereira, que de estas cosas sabe mucho, sobre lo que en verdad sucedió aquella fatídica noche otoñal del 27 de abril de 1928, cuando una bala (o tres), segaron la vida del Dr. Odontólogo Atilio Paiva Olivera, por aquel entonces Presidente del Consejo Departamental de gobierno, en tiempos del primer colegiado.

 

 

Don Ariel hizo una pausa y después de cavilar un rato, reconoció que como casi todo el mundo, sabía poco o nada del acontecimiento, pese a muchas veces intentar indagar sobre el asunto, pero se topó con un doliente silencio casi que obcecado, entre quienes estaban aquella noche o sabían lo que había pasado.

“Es que al parecer aquello fue tan doloroso, tan hiriente o tan grosero, que Rivera resolvió sencillamente olvidarlo”- me confesó don Ariel.

Y puedo dar fé de lo aseverado por el maestro, pues en verdad yo también en mis devaneos historiográficos lo he intentado y la verdad que escrito no hay nada, ni en la prensa, ni en los archivos, ni siquiera en las memorias de quienes han escrito sobre nuestro pasado ancestro.

O sea, a ver si me explico, hay mucho que refiere a su vida, su obra, sus tiempos de Presidente de Lavalleja, su denodada lucha como legislador y después como gobernante departamental, con el propósito de que Rivera tuviese su propio Field Municipal, cosa que quiso la providencia que lo viera inaugurado, y le cupo a él (a quien más), dar el puntapié inicial del juego inaugural del Parque “Campeones Olímpicos”, cuando Rivera, aún fardado con su indumentaria alba, le ganara al 14 de Julio de Livramento por dos a uno, con un gol de rodilla de su amigo y compadre don Raul Evaristo Tal (El viejo Sapo), un 12 de febrero de 1927.

 

Dicen que incluso anduvo un revólver en la jugada, pero al fin la barra logró evitar el desenlace allí

 

Hay mucho escrito sobre la visita de los Campeones Olímpicos del 24 en Ámsterdam, la tarde en que José Nazassi le regalara la camiseta con la que había capitaneado a los celestes en su gesta Olímpica, camiseta esa que habría de acompañarlo en el ataúd hasta su ultima morada, pocos días despues.

Hay bastante escrito y editado sobre los detalles del sepelio, la multitud acongojada y el emotivo discurso de su amigo Bentos Manuel, por entonces Prefeito de Livramento, quien al pie mismo de su sepulcro hizo llorar a miles y miles de riverenses y santanenses que, sombrero en mano, escucharon la inspiración poética del orador, brindándole un emotivo adiós.

Pero sobre los detalles de su muerte, sobre la identidad de su asesino, sobre el cómo y el por qué de la tragedia, sobre el destino final del homicida, poco y nada, y más bien nada, que poco.

Es por eso que solo me queda repetir  lo que un día escuché por boca de Don Carlos Abellá, quien en una gris tarde invernal, le contó al Viejo que su familia, oriunda de Rivera, se fué de acá pues su tío, por entonces  un joven empresario vinculado a la exportación de lana, había asesinado a un político importante, por aquellos tiempos gobernante municipal. Tal cosa después me fue refrendada por el Viejo Salvador de Vida, que no estaba allí esa noche pero estaba muy cerca, pues en su condición de Guarda Aduanero, le cupo la responsabilidad, a pedido de don Efraín Sosa, por entonces Jefe de Policía, de custodiar en secreto al prófugo hasta la estación de Tranqueras, donde disfrazado de Guardia Civil, se las tomó para Montevideo.

Y según la versión de don Salvador de Vida, la cosa no fue por diferencias  políticas como se dijo, sino que por cuestiones de polleras, pues al parecer don Atilio era medio que tirado a don Juan y en eso de conquistas y coqueteos se había calzado con la novia del joven empresario y lo que al principio fue un rumor, después se convirtió en irrefutable realidad, y el hombre carcomido por los celos, lo anduvo buscando por toda la ciudad hasta que dio con él en el Club Uruguay.

Según la versión aludida, informado que Atilio Paiva estaba en una reunión política en el club, lo estuvo pastoreando por largo rato, hasta que alguien lo vió y le fue a avisar al Dr Paiva de la situación. Este anduvo entre que me escondo, me escapo o doy la cara, pero no tuvo tiempo, pues el joven cansado de esperar resolvió entrar al club y parece que allí anduvieron a los manotazos.

Dicen que incluso anduvo un revólver en la jugada, pero al fin la barra logró evitar el desenlace allí y mientras alguien iba a notificar a la policía de lo que estaba sucediendo, entre los contendores resolvieron solucionar el diferendo caballerescamente a través de un duelo, que debía realizarse inmediatamente.

Y si bien alguno intentó postergar el pleito para darle formalidad, fue el mismo Atilio Paiva Olivera quien solicitó que nadie se metiera y salieron hombro a hombro a batirse a duelo allí a la vuelta del club, aprovechando las luces de un farol que iluminaba la esquina de Agraciada y Figueroa.

Dicen que se escucharon diez detonaciones, o sea, cada cual disparó cinco tiros, y cuando se vio la silueta de don Paiva aparecer por la esquina de Sarandí, todos creyeron que el lance le había favorecido, pero al verlo caminar tambaleante y desplomarse frente al club, recién calibraron la gravedad del episodio.

Hay otras versiones por cierto, unos dicen que el hombre lo esperó hasta que saliera, y le disparó por la espalda, otros dicen que habían pactado el duelo pero que el joven lo “primereó” sin darle tiempo a desenfundar el revólver, lo cierto es que el médico que lo atendió encontró incrustado en su cuerpo tres disparos.

Y por ahí voy terminando, no es mucho más lo que se sabe y mucho menos lo que está documentado, lo cierto es que en esa fatídica noche de otoño de 1928, caía abatido un riverense que hoy suena por el mundo afuera, pues al fin, allá por mediado de los sesenta, se remodela el viejo Field, que lleva el nombre de quien un día soñara con que Rivera tuviese una arena donde dirimir los pleitos deportivos y cayó en un lance del cual nadie sabe a ciencia cierta los pormenores, pero que se llevó sobre su cuerpo la casaca que  Capitaneó la Celeste Olímpica, en su primer lauro a nivel mundial.