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Ramón Mérica

La vida más allá de la muerte. El Castillo de Piria se viene abajo

VEREDAS CAMINADAS POR RAMÓN MÉRICA para DIARIO URUGUAY.

La apertura al público por primera vez del Palacio Piria (actual sede de la Suprema Corte de Justicia) el pasado domingo 25 de agosto, provocó tanto asmobro como curiosidad. No se trata de una vivienda común ya no solo arquitectónicamente sino además por su creador y habitante, don Francisco Piria (1847-1933), el mayor empresario que haya tenido el país. Pero ocurre que ese señor era alquimista, algo de lo que no se suele hablar, «Veredas» fue en busca de un experto en el personaje y en el tema: Jorge Floriano, 44, que persigue desde hace veinte años una máxima aproximación a ambos. En varios momentos, la conversación se tiñó de tonos inquietantes.

«El caso de Piria es inquietante. Porque si uno se fija en toda su obra, en el simbolismo que dejó, el punto final de ese simbolismo es su tumba, que está en el Cementerio del Buceo. Es como un pequeño templete, y en la parte de atrás hay como un sello que permite abrir la tumba».

-¿El señor Piria adhirió toda su vida al mundo de la alquimia o fue sólo durante un período?
– El mundo de la alquimia estuvo con Piria, y viceversa, toda su vida. Hay un misterio con respecto a la muerte de él. Hay una tradición alquímica, que se ha repetido a lo largo de los siglos, que plantea que el alquimista puede, eventualmente,  no morir. Es decir. estirar su vida física hasta un grado inconcebible para la gente común. El caso más conocido, que se cita en muchas historias de la Alquimia, es el de Nicolás Flamel, un alquimista francés que donó muchos edificios en París, donde hay una calle que lo recuerda y supuestamente, murió. Cuidado: que un alquimista pudiera estirar su vida física y conservar su juventud, iba a despertar sospechas, por lo tanto es necesario que simbólicamente el alquimista muriera. Y con Flamel pasó que falleció, supuestamente, lo enterraron y todo parecía terminado. Al poco tiempo exhuman el cajón y el cuerpo no  estaba: en su lugar, había una rosa, simplemente. Pasaron veinte años, y un cronista de viajes, que escribía textos sobre países lejanos y exóticos, un día este hombre estaba en Persia hablando con un iniciado, y surgió el tema de la alquimia. En un momento, el viajero dice:«Al fin de cuentas la alquimia no es tan así porque Flamel murió». Y el persa le contestó:«No, no murió. Está acá en Persia, y está más joven que antes». Y el viajero lo conoció.

– Y con respecto al señor Piria, ¿usted qué diría?
– El caso de Piria es inquietante. Porque si uno se fija en toda su obra, en el simbolismo que dejó, el punto final de ese simbolismo es su tumba, que está en el Cementerio del Buceo. Es como un pequeño templete, y en la parte de atrás hay como un sello que permite abrir la tumba. Pero él ordenó a uno de sus hijos que una vez que lo enterraran, ese sello se destruyera, de modo que nunca más la tumba pudiera ser abierta. O sea que la única forma de abrirla sería dinamitarla o con picos. Él quería que nadie supiera que había ahí realmente. O sea que existe dentro de la alquimia la posibilidad de que el alquimista no haya muerto, y que simplemente haya dejado atrás su vieja personalidad, su pasado, y ubiera comenzado una nueva vida en otro país, con otras circunstancias, con otro nombre…

-¿Se podría hablar de una forma de reencarnación?
-No. Todo lo contrario. Lo que quiere la Alquimia es evitar la reencarnación. La reencarnación propone que una persona vive, fallece y vive de vuelta, reencarnado, mientras que lo que hace la alquimia es estirar el período vital para evitar esas idas y venidas. Ese es el logro máximo de la Alquimia. Además no olvidemos que el Conocimiento es muy amplio y por lo tanto una vida común no alcanza para saber todo. Lo que más busca el alquimista, la base, es el Conocimiento.

-Usted ha hablado del oro, del sol que lo simboliza, ¿le parece que la condición de alquimista del señor Piria le permitió levantar esa descomunal fortuna?
-Sí, sin duda que si. Hay otro alquimista aquí en Montevideo, que incluso fue iniciado por don Francisco Piria, porque existe la tradición de que alguien recoge el Conocimiento de otro alquimista. El señor Piria lo recibió de su tío jesuita, y asu vez él lo tenía que trasmitir. Una cosa es trasmitirlo a nivel masivo, a nivel de símbolos, y otra es que el alquimista inicie a alguien a  nivel particular.

-¿Puede decir a quién inició don Francisco?
-A Humberto Pittamiglio, el que construyó ese castillo con la Victoria de Samotracia en la Rambla de Trouville. Incluso  Pittamiglio le compró esos terrenos a Piria. Pero hay una gran diferencia entre los dos. Porque Pittamiglio era un personaje muy oculto, y aunque había tenido una época en que fue muy popular, luego se recluyó totalmente. En cambio Piria era un showman. En ambos casos, eran fachadas. Porque Pittamiglio era un arquitecto cuya fortuna no condecía con la obra que había hecho, que yo rastreé por todos lados. Y Piria utilizó muy sabiamente sus negocios como fachada para ocultar el hecho de que realmente podía fabricar oro. Uno de sus nietos llegó a decirme que él miraba los libros contables y de pronto había ingresos de un  millón de pesos de la época y salidas de tres o cuatro. ¿De dónde salía ese dinero? Es importante, además, aclarar que en la actual Suprema Corte, el Palacio Piria, en la parte del subsuelo, hay una profusión de adornos en hierro que son rosas…

 

«Y en el Castillo de Piria, en Piriápolis, que también tiene muchísimos símbolos alquímicos, hay una serie de yucas, una especie de palma africana, que Piria trajo acá y no crecen en ningún lado. Solamente en el Castillo. Él las trató con ciertos
productos alquímicos y por eso están ahí»

 

«Hay otro alquimista aquí en Montevideo, que incluso fue iniciado por don Francisco Piria, porque existe la tradición de que alguien recoge el Conocimiento de otro alquimista».

-Las rosas están también en las rejas de la calle, naciendo desde una rama de laurel…
-Claro. El Laurel es la Victoria y la Rosa es el símbolo de la Piedra Filosofal. Si él puso la Rosa, que está por todos lados y todo el Palacio está dedicado a la Rosa, si él puso la Rosa en el basamento, hay que leer que la base de su éxito es la Alquimia. También es interesante decir que la Rosa es un invento de un alquimista. Un alquimista persa la creó a partir del escoromujo, que es una rosa silvestre, de poquitos pétalos, cuatro o cinco, y luego los botánicos la fueron sofisticando. La rosa, como la conocemos hoy, fue obra de la Alquimia. Por eso es que la rosa se toma como símbolo de la Piedra Filosofal. Si un individuo es capaz de transmutar un metal, de convertirlo o transformarlo, obviamente, también en el plano vegetal puede hacer
lo que quiera. Y en el Castillo de Piria, en Piriápolis, que también tiene muchísimos símbolos alquímicos, hay una serie de yucas,  una especie de palma africana, que Piria trajo acá y no crecen en ningún lado. Solamente en el Castillo. Él las trató con ciertos  productos alquímicos y por eso están ahí. Yo hablé con un ingeniero agrónomo y me dijo que él había tratado de transplantarlas y que no había vuelta. Crecen solamente ahí.

-Y la reja que envuelve el Palacio, amén de los laureles y las rosas, ¿encubre alguna otra clave simbólica?
-Por cierto que sí. Cada pilar de la reja está coronado por una rosa en capullo, con lo cual nos da a entender que lo mejor siempre está por venir, que nunca hay que perder la Esperanza, que siempre hay algo que está por florecer. Es decir: en realidad, la Muerte no existe.

-No es obvio, entonces, dado tan profuso idioma simbólico, preguntar qué significan esas dos señoras en bajorrelieve, allá arriba, una de frente y otra de espaldas, rodeadas de pastillas venecianas, que dan sobre la Plaza Libertad.
-Las dos representan básicamente a la Naturaleza, las dos tienen en sus manos Cuernos de la Abundancia: de uno, salen frutos, y del otro salen monedas de oro, etcétera. Y así Piria nos da a entender los dos logros que tiene el alquimista.

-En cuanto al perfil anticipatorio, sobre todo en ese libro «El Socialismo triunfante», subtitulado «Lo que será de mi país dentro de doscientos años», ¿qué puede usted decir?. Un nieto, Arturo Piria, me lo dejó ver y lo pude hojear y apenas lo abrí ya encontré cosas muy inquietantes, impensables en mil ochocientos noventa y ocho, como el fax…
-… y ahí también habla del overcraft, que es ese vehículo que va sobre colchones de aire, de la música funcional, del aire acondicionado. O sea que todo eso él lo vio. En otro de sus libros dice:»No basta ver; hay que ser vidente». Su nieto mayor, fallecido, el conocido arquitecto Albérico Isola, me contó una anécdota que confirma esa condición de vidente. Estaban de paseo en Génova porque él quiso mostrar a la familia dónde se había educado, en ese pueblito de Dianomarino y salían en tren hacia Roma. Habían cargado todo el equipaje, los baúles como se usaba entonces, las sombrereras, las valijas, y en un momento don Francisco entró como en un estado de trance, muy extraño, y les dice a los hijos:«Nos vamos al hotel de vuelta…» .Ordena descargar todo el equipaje y nadie entendía nada el por qué de esa reacción intempestiva. Al día siguiente, el conserje del hotel los despierta y les comenta de la que se habían salvado. El tren había descarrilado y habían muerto muchos de sus pasajeros.

-¿Usted no cree que si tuvo esa videncia debería haberla hecho pública e impedir que el tren saliera? Él salvó solamente a su familia.
– Hizo lo más coherente. ¿Usted cree que le hubieran llevado el apunte si dice tal cosa? lo hubieran tachado de loco. Puede ser muy bueno tener esas videncias, pero hay cosas que uno no puede modificar.

 

«Piria era un showman».

 

«El mundo de la alquimia estuvo con Piria, y viceversa, toda su vida. Hay un misterio con respecto a la muerte de él.
Hay una tradición alquímica, que se ha repetido a lo largo de los siglos, que plantea que el alquimista puede, eventualmente,
no morir».

-Hace veinte años que usted estudia los mínimos gestos, movimientos, vida y obra de don Francisco. ¿Qué lo llevó a prestar tan profunda importancia a su investigación?
-Yo, desde niño, iba a Piriápolis todos los veranos, y allí lo descubrí, me pareció un hombre de un empuje tremendo, que hacía cosas, algo muy necesario en el Uruguay, donde se habla más de lo que se hace. Fue un hombre de una personalidad muy fuerte, avasallante. Se dice que la Fe mueve montañas, y yo creo que la voluntad también. Le pongo un par de ejemplos: la falda del Cerro San Antonio llegaba hasta el mar, y como él tenía que hacer la Rambla para llegar a Punta Fría, lo dinamitó, lo voló. Nada lo detenía. Otra anécdota sobre su empuje es cuando él pensaba inaugurar el Argentino Hotel, en el año treinta, que llevó diez años de preparación y la piedra fundamental la puso Baltasar Brum, que era el presidente entonces. El traía todo de Europa: la vajilla, la cristalería, la ropa blanca, la platería, y estando en Génova, donde iba a embarcar todo el alhajamiento del hotel,  estalló una huelga de barcos, ¿qué hizo? Se compró dos barcos, los cargó y se vino para Piriápolis. Así, inauguró el Argentino Hotel el dieciocho de julio de mil novecientos treinta.

-Y además debe haber descargado todo en su puerto propio.
-Por supuesto. Lo que él quería hacer era una ciudad autoabastecida. Y lo que conocemos de Piriápolis hoy es la mínima parte de lo que iba a ser originalmente. Lo que vemos es la parte balnearia, pero el centro iba a estar como a tres o cuatro kilómetros de la costa.

-Una definición personal de don Francisco Piria.
-Nos dejó una lección importantísima: que los soñadores también pueden ser hombres hombres de acción.

Setiembre 1º, 1996