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Cultura

A 232 años de la ciudad de Mercedes

Bella Mercedes Costera…(Hoy,232 años de Mercedes).

 

Enamoras Mercedes, la donosa coqueta del Hum.-

Bella Mercedes costera/ de aquel Soriano primicial,/ concebida en la ribera/ del Negro cauce fluvial./ Dio la luz a tu nacencia/ el coraje de Manuel,/ evangelista presencia/ en la colonia del ayer./ Erigió nueva Capilla/ sin rencores de Bastilla/ cuando lejos en París/ ultimaban al rey Luis./ Soriana tierra oriental/ de la esperanza unimembre,/ que hogar de llamas votivas,/ dadle a la niña nativa/ -mestiza de setiembre-/ fino amor campeador,/ canto laico al fiel valor/ de la herencia liberal./ Mercedes: Cumple tu designio profético y eleva en la plegria de los tiempos, la melodía perfecta y tutelar de un sublime canto inspirador Augurios épicos por mil/ con el gran Profeta de Abril/ y sus hombres del común/ pulsando los enojos/ ya sin vendas en los ojos/ ¡siempre a orillas del Hum!/ Viejo ancestro catalán,/ merced de los que vendrán./ Grito triunfal de la acción/ en la criolla advocación,/ oirá clamar de las penas/ ¡Quiten hierros y cadenas!/ Desde los cerros al río/ aquelarres de colores/ y en los días del estío/ seducen trinos y albores,/ centenaria antología/ de mercedaria armonía/ ¡Oh Ciudad de las Flores!/ ¡Oh Ciudad de mis Amores! Alfredo Saez Santos.

En 1781 llega a Villa de Soriano un joven e ilustrado sacerdote, que acaba de ordenarse en Buenos Aires,
al cabo de diez años de estudios, en el Convento de San Francisco. Se trata de Manuel Antonio de Castro
y Careaga; tiene apenas 27 años de edad y dos meses de sacerdocio. El panorama que le recibe es
paupérrimo: los vecinos, muy pobres, se alojan en míseras viviendas con paredes de palo a pique y
techumbres pajizas. La iglesia, que ostenta la categoría de parroquia, ofrece empero un aspecto
desolador: es -dice- «un desvencijado rancho que sirviera de albergue a los antiguos pobladores».

A poco de instalarse dice Castro y Careaga que la ubicación del pueblo es la causa primaria de su
pobreza «El paraje donde se halla situada la población –escribirá- es territorio incómodo, cercado de
bañados y pantanos, que lo más del año es intransitable, próximo a que alguna invasión del río haga una
total ruina, como en efecto se experimenta que muchas crecientes inundan las calles sin tener territorio
para que con formalidad se forme el pueblo, sin poder sembrar semilla alguna…». Y respecto a la iglesia:
«Que la iglesia de su curato es indecente para mantener por más tiempo colocada en ella el Santísimo
Sacramento, por ser un rancho de paja que en otro tiempo sirvió de habitación a los antiguos pobladores
de él, tan maltratado con la injuria de los tiempos y tan expuesto a las contingencias de un acaso, que no
sirve sino de tenerle consternado, principalmente en los tiempos lluviosos y de tormenta…»


Antes de proseguir, para evitar la ociosa reiteración de citas, importa indicar que la mayor parte de la
documentación histórica a que se hace referencia en esta exposición de motivos, está tomada del libro
«Antes de 1810», de la educacionista e historiadora mercedaria Elisa A. Menéndez; fallecida en
Montevideo el 8 de mayo de 1953. Autora, además del citado «Antes de 1810», del libro «Artigas Defensor
de la Democracia Americana», ejerció durante años la dirección de la Escuela «solar de Artigas», en los
aledaños de Asunción, Paraguay, y fue allí donde sé despertó su vocación de historiadora, que la llevó
incluso a desentrañar datos hasta entonces desconocidos de la fundación de su cuna, Mercedes.

Retomando entonces el hilo de esta exposición, tenemos que a poco de llegar advierte el presbítero
Castro y Cáreaga él desamparo del medio a que ha sido destinado, y concibe la idea de su traslado. Para
ello se requería la anuencia del virrey y demás autoridades civiles y eclesiásticas residentes en Buenos
Aires. Hasta ella viaja, a su costo, el presbitero Careaga, y expone su pedido de licencia. Ya ha recorrido
la comarca y describe el sitio que ha elegido, primera pincelada del lugar donde ahora se celebrará el
Bicentenario «Excelentísimo Señor: en cumplimiento del Superior Decreto de V.S… y habiendo enterado a
los Vocales del Cabildo y a los vecinos más condecorados de su jurisdicción, todos juntos determinaron
que se reconociere la costa del Río Negro para ver el paraje más conveniente. Y en efecto todos en
consorcio del cura fuimos a reconocer la nominada costa, y reconocida se eligió el paraje que llaman de
los «Cerrillos». Y a la verdad, Excelentísimo Señor: la situación es admirable, así por la vista hermosa la
campaña y al río, próximas las maderas y paja para las casas, la piedra para los edificios cerca; el agua
tan superior cual otra ninguna cuenta la Banda Oriental. Leña para el consumo mucha y buena; el puerto
sin impedimento alguno libre de las imbasiones del río; las entradas y salidas sin obstáculos de bañados y
pantanos; los terrenos para zementeras cercanos y buenos, y la ynmediación para todo vecindario son
méritos para que hunánime eligieren el paraje…».

Se inicia así un largo y azaroso expediente. Los vecinos son antiguos pobladores del lugar, se sienten
arraigados a su «tierruca», que con un comprensible sentimiento elemental llaman «querencia».
Y el expediente se va llenando de firmas, escudos y sellos reales, y sobre todo de resistencias de los
cabildantes y pobladores. Hasta que el virrey resuelve: «Vino este expediente en que consta el permiso
concedido por el Excelentísimo Señor Virrey… para la construcción de la Capilla que intenta hacer a su
costa con don M. A. de Castro y Careaga… con el fin de que sirva de ayuda a la Parroquia para la mejor y
más pronta asistencia espiritual de la feligresia…»

El presbitero Careaga había pedido licencia para trasladar el pueblo; solo se le autorizaba a enclavar en
el sitio elegido una Capilla auxiliar de la que estaba en Villa de Soriano.
Pero no desmayó, porque como él mismo había expuesto en su solicitud, confiaba que «mudándose ésta
se mudarán ellos».
Tenemos entonces que tras cuatro años de laboriosas idas y venidas (1784-1788) el 21 de mayo de 1788
se le aprueba la «licencia» en las condiciones comentadas.

Y de inmediato se inicia la construcción, que ha de dar lugar a nuevas oposiciones. El presbítero Careaga
asume personalmente la tarea, lo que ha de motivar un oficio del Cabildo y vecinos de Santo Domingo de
Soriano al Virrey, en el cual se quejan que «se pasa todo el tiempo en él Paso de la Calera atendiendo la
construcción de la Capilla Nueva, en compañía de su Teniente Cura. En consecuencia, desatiende los
deberes de su parroquia de V.Soriano, no teniendo quien administre los sacramentos y entierre a los
muertos, habiendo pasado algunos dos y tres días sin enterrarlos, resolviendo al fin los interesados abrir sepultura y enterrarlos en los corredores de la iglesia.