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Antonio Pippo

TANGO Y CARNAVAL. Por Antonio Pippo

El tango, para sus composiciones, siempre prestó atención a todo tipo de expresiones sociales que tuvieran amplia repercusión. A modo de síntesis, abarcó, desde sus inicios, tanto a circunstancias relevantes de la vida diaria como a pasiones colectivas –el turf, el fútbol- o festividades transformadas en cultura nacional como el carnaval.

Pero hay unas curiosidades a conocer o recordar.

Por ejemplo, acerca de la relación del tango con el carnaval debe decirse que las obras sobre la fiesta, sus personajes y peripecias abarcan un período relativamente corto, que en lo esencial va desde inicios del siglo XX hasta mediados del mismo. Hace décadas, hasta dónde yo he podido saber, que nadie compone tangos tradicionales sobre esta celebración tan extendida en el planeta y tan viva en ciudades de Uruguay y Argentina.

Según historiadores relevantes, el carnaval, aunque la Iglesia Católica no lo admite como festividad de tono religioso, está asociado a países de tradición cristiana, incluso ortodoxos orientales, aunque los protestantes han modificado sus características. Los etnólogos, por su lado, encuentran en el carnaval sobrevivencias de arcaicas costumbres como la Saturnalia, las Bacanales –celebraciones dionisíacas griegas y romanas-, las fiestas andinas prehispánicas y las afroamericanas.

Al margen del origen, sobrevive una cuestión que ha despertado debates aún vigentes. Es que siendo considerado el de Montevideo el carnaval más extenso y variado del planeta, la mayoría de los tangos de una calidad como para perdurar en el recuerdo, fueron compuestos por músicos y poetas argentinos con la mirada posada en su país.

Vale la pena mencionar, entre tantos otros, a Siga el corso –elegido por Gardel para su debut en París en 1928- y Carnaval, de Aieta y García Jiménez; Después del Carnaval y Siempre es Carnaval, de Osvaldo y Emilio Fresedo; Carnaval de antaño, de Piana y Lipesker; Soy un arlequín, de Discépolo; y el vals Romántica, de Homero Manzi y Lipesker.

Aclaro que no pretendo alimentar polémicas. Pero sí señalar una especie de compensación que va más allá de las cantidades.

Observando las entrañas de nuestra capital, donde el carnaval tiene una significación y amplitud social difícil de equiparar, y más allá de lo que he hurgado sin éxito a la búsqueda de otros tangos, sólo aparece a la vista uno, aunque está por encima de todos: el más difundido, el inmortal La Cumparsita.

Y si párrafos atrás me he referido a curiosidades, esta obra también las reserva desde su nacimiento hasta la consagración definitiva.

La Cumparsita fue creado por Gerardo Mattos Rodríguez, joven estudiante de arquitectura y vinculado a la famosa Trouppe Ateniense, con la intención de ofrecer una marcha para acompañar el desfile, en el carnaval de 1917, de la comparsa de la Federación de Estudiantes del Uruguay. El nombre debió ser, atendiendo a la pureza del idioma, “La comparsita”; el cambio fue un homenaje del autor a un amigo, considerado estandarte del grupo, quien pronunciaba el diminutivo de comparsa en una suerte de cocoliche –mezcla de italiano y español- con el que se expresaba en la cotidianidad.

Muy pronto… ¡oh, sorpresa! La cumparsita le sonó claramente a tango al incipiente autor. Entonces surgió en Mattos Rodríguez, que amaba esa música, el incontenible deseo de que alguien muy preparado lo confirmara y, si fuese posible, estrenase el tema como tal.

El resto, lector, es conocido y no quiero ingresar en la redundancia: Firpo y su sexteto en Montevideo, su aporte, la participación de Carlos Warren en el arreglo final y el estreno glorioso en La Giralda.

¿Un solo tango aquí nacido sobre el carnaval? Quizás sí, y lo escribo de este modo porque puede ser posible que haya otros que no hallé –y admitiré la omisión si me la prueban-, aunque supongo que ninguno, eso parece claro, con la trascendencia popular que, resistiendo al tiempo, tienen todos a los que he aludido.
Sólo que, al cerrar estas líneas, se alza una tristeza. Aunque a La cumparsita se le escribieron al menos cuatro letras, y más allá de las controversias legales que todos conocen, la que sirvió para darle mayor impulso y añadirle valor, es la de Contursi y Maroni.

Pues no tiene una sola palabra que mencione o se refiera, ni indirectamente, al carnaval.
Me permito confesar que suena a injusticia y no es necesario explicar este sentimiento.