Inicio » «Necesitamos periodistas anfibios para el futuro, para que abracen las grandes tradiciones del periodismo clásico»
VOCACION FM

«Necesitamos periodistas anfibios para el futuro, para que abracen las grandes tradiciones del periodismo clásico»

Hace exactamente ocho años que el periodismo me abandonó y a no ser por esta columna que la paciencia del director y la condescendencia de los lectores permiten, mis talentos escasos, nulos o muchos de artesano de la palabra escrita estarían circunscritos a oscuros informes y observaciones cuyo destino final no siempre conozco. «Old habits die hard», sentencian, y traducido de Shakespeare a Cervantes sería algo así como que las viejas costumbres tardan en desaparecer. Quizá sea ésa la razón de que cuando a alguien se le ocurre pensar que mis opiniones aunque llanas cuentan, nunca falte la pregunta de qué me parece el derrotero de la comunicación social en nuestro pedazo de isla.

Nuestro modelo de periodismo y periodista perdió la ruta de las grandes tradiciones del periodismo clásico y aún no aprende a interactuar o permitir la participación de los lectores.

Nunca ha estado mejor ni peor, aventuro. Porque nunca ha sido tan fácil determinar qué es periodismo o no con solo leer apresuradamente los diarios, exponerse a la tortura de la tele o sintonizar la radio, medio que ha experimentado una recuperación notable en el gusto popular. Porque nunca ha habido tanta estulticia en el ambiente, confusiones, ceguera, intransigencia e intolerancia. Periodistas verdaderos quedan pocos, lo que podría ser una bendición. Visto el elevadísimo inventario de informaciones, opiniones y mensajes que circulan sin necesidad del imprimatur, no hay monopolio o posición dominante en la expresión y difusión del pensamiento. Parecería que la sociedad se ha convencido de que cada vez necesita menos a intermediarios en el apercibimiento e interpretación de los hechos y formulación de opiniones.

Quienes advierten un deterioro en la libertad de prensa cometen un grave yerro, impermeables a una realidad diferente que ni siquiera los censores chinos y los ayatolás iraníes controlan: hay nuevos y eficientes canales para que la información sea pública. Las inversiones en los mass media por meras razones políticas o para garantizar la influencia de capitales privados pintan ya como un negocio malo. La revolución en la forma y medios de transmitir informaciones ha abierto espacios insospechados a la libertad, y el periodismo tradicional está condenado a cambiar o ser historia. Quienes nos oponíamos a la colegiación forzosa como paso previo al ejercicio de un derecho hemos sido reivindicados. ¿Se imaginan que la graduación en una escuela de periodismo y la matriculación en un colegio profesional sean requisitos indispensables para ser bloguero o montar un periódico en la red?

La sociedad está mejor servida por un flujo de informaciones cuyos manejadores muestren claramente sus colores y no se escondan detrás de la fachada fácil de «independencia» y «profesionalidad».

En crisis está un modelo particular de periodismo y periodista, y no por las razones que se esgrimen como verdades absolutas a salvo de toda contestación. A mi entender, que es exclusivamente mío y a nadie busca convencer, las verdaderas causas distan del poder alegadamente avasallante de los medios oficiales, de las «compras» de conciencia, de las contrataciones masivas de relacionadores públicos en los ministerios y agencias estatales, de la incorporación de comunicadores sociales a la nómina gubernamental por vía del servicio diplomático (¡mea culpa, mea maxima culpa!) y argumentos similares que siempre arriman la culpa al lado gubernamental, como si en la República Dominicana no hubiese una democracia, imperfecta, sí, pero garante efectiva de derechos fundamentales, la libertad de expresión en primera fila. Más bien las dificultades se orientan por la contradicción evidente entre un periodismo cuyos mejores tiempos pasaron y una nueva realidad para cuya comprensión se necesitan otras herramientas y menos dogmas. A ese desajuste añádase la inobservancia de reglas cardinales de ciudadanía y del periodismo clásico, del que sirve como luz de un faro cuando fallan los instrumentos modernos de navegación y diferencia entre noticia y opinión. Por supuesto que hay que insistir en la transparencia y aplicación cabal de la Ley de Libre Acceso.

Si bastasen los recursos del Estado para imponer una línea de pensamiento o la aquiescencia se lograse a porrazos, aún estaríamos en la dictadura, Gadafi gobernaría con mano de hierro en toda Libia desde su tienda de beduino y Mubarak no estaría condenado a cadena perpetua. Si la compra de conciencia fuese cierta en la dimensión que se anuncia, ¿de quiénes es la culpa, de los compradores o de los vendedores? Y si los medios oficiales son tan efectivos en crear corrientes de opiniones e inventar hechos, ¿por qué figuran en los últimos lugares en las mediciones que hacen las empresas especializadas, muy por debajo, por ejemplo, de los programas más críticos?

En el mundo de las comunicaciones, el acontecimiento de mayor trascendencia luego de la primavera árabe es la conversión de un periódico norteamericano de internet en global. Ya hay varias ediciones en países sajones. El jueves aparecía El Huffington Post en España, en alianza con el grupo Prisa. Se trata de una apuesta al futuro pese al reconocimiento de que el periódico impreso no desaparecerá sino que coexistirá con las nuevas tecnologías. Arianna Huffington, la fundadora, nacida en Grecia y emigrante a Estados Unidos cuando pequeña, emitía unas consideraciones que a mí me lucen fundamentales para entender en su verdadera dimensión el empantanamiento del periodismo dominicano:

«Nosotros lo que hacemos, incluso cuando contratamos a periodistas tradicionales en Estados Unidos, es asegurarnos de que son lo que llamamos anfibios, que puedan andar en tierra y nadar en el mar. Necesitamos ese tipo de periodistas anfibios para el futuro, porque queremos que abracen por un lado las grandes tradiciones del periodismo clásico, en cuanto a precisión, comprobación, ecuanimidad, búsqueda de la verdad o impacto informativo, y al mismo tiempo nos sentimos muy cómodos con las nuevas reglas del camino, el tiempo real, la tecnología que nos permite interactuar o la participación de los lectores. Y no todo el mundo está preparado para ambas facetas».

Nuestro modelo de periodismo y periodista perdió la ruta de las grandes tradiciones del periodismo clásico y aún no aprende a interactuar o permitir la participación de los lectores. Deficitario en valores fundamentales, se ha vuelto intolerante y pretende traspasar al gobierno esas deficiencias que lo hacen prescindible en estos tiempos. Nociones tan elementales como la comprobación y la presentación de las diferentes versiones se han dejado de lado, quisiera creer que por pereza y no mala fe. Dos hechos, uno muy reciente, ilustran mi afirmación: la fementida acusación de que la Primera Dama tenía una cuenta en un banco danés y la campaña del 4% para la educación. Sometida la alegada cuenta en el Danske a la prueba (y no popperiana) de precisión y comprobación, ¿hubiese sido noticia? Si la búsqueda de la verdad marcase el norte, ¿se le hubiese conferido categoría de informante serio al soplón, un ex-diputado-cum-comunicador social de credenciales dudosas en medio de una campaña electoral? El periodista más tonto se hubiese preguntado el porqué de una cuenta en euros en un país cuya moneda es la corona, y donde a nadie que es Mrs, caso de la señora Cedeño de Fernández, llaman Mr. ¿Acaso no sabían los «periodistas» dominicanos que los estados en papel y los cheques pasaron a la historia en el mundo desarrollado, y que basta un ordenador para controlar el manejo de una cuenta?

Para alguien que detente una posición pública, la apertura de una cuenta bancaria personal en cualquier país industrializado es una tarea engorrosa. Hasta un humilde diplomático de ingresos menguados y gastos elevados tiene que explicar de dónde proceden los depósitos que engrosan su cuenta, abierta a regañadientes porque nadie quiere la repetición del caso Pinochet en el Riggs Bank y los mecanismos para evitar el lavado de activos son muy estrictos. Se saltaron la regla básica de la búsqueda de la verdad.

Con tantas opiniones controladas por un gobierno que desafía la imaginación de Ray Bradbury (fallecido esta semana) en Farenheit 451, sería difícil explicar que la demanda del 4% para la educación adquiriese la validez de moneda de curso legal. Esa corriente avasalladora que impuso su verdad no se preocupó de ir mucho más allá del clisé, pese a que nadie en este país duda de que se necesita potenciar la educación y que tal propósito requiere recursos substanciales. Por qué cuatro y no cinco o seis, nadie me lo ha explicado. A quienes hablaron de que la calidad de la educación cuenta tanto o más que el gasto, como se ha evidenciado en el Reino Unido, China y Honduras para citar unos pocos casos, nadie les hizo caso porque sus voces no encontraron difusión. Uniformada y acomodada la información, un periódico osó publicar que los cruzados del 4% habían teñido de amarillo la capital británica, donde este exiliado del periodismo fungía de embajador. No se le ocurrió llamar a la embajada dominicana y buscar la otra cara de la moneda para presentarla a los lectores. La Policía Diplomática británica consideró que la protesta no tendría trascendencia ergo lo innecesario de protección de la sede diplomática frente a la cual se montaría el piquete. No se equivocaron: ocho personas «tiñeron» de amarillo a Londres, cuatro de ellas con cámaras. Menos se necesitó para pintar de amarillo el periodismo dominicano: un diario.

Me cuentan que los productores de un importante programa recibieron todo un catálogo de «informaciones» comprometedoras sobre la corrupción en el sector público. La reacción fue que les aportaran todos los datos luego de las elecciones. El combate contra la corrupción tiene plena validez en un país donde cada día el partido DEME (Dónde Está lo Mío Enseguida) cuenta con más adeptos. La ecuanimidad de que habla Arianna aconseja tratar el tema con seriedad, responsabilidad y valentía. Un problema de tal trascendencia no debería recibir un tratamiento episódico por parte de un periodismo que se precie de desmitificador. He aquí, sin embargo, que la corrupción como materia noticiosa y problema social ha desaparecido después del 20 de mayo. A buen entendedor, pocas palabras bastan.

La encomienda poselectoral en modo alguno podría ser rescatar ese periodismo, sino, por el contrario, apresurar su desaparición. La sociedad está mejor servida por un flujo de informaciones cuyos manejadores muestren claramente sus colores y no se escondan detrás de la fachada fácil de «independencia» y «profesionalidad». En el mercado de las noticias y las opiniones, que cada quien compre y consuma el producto que mejor le siente. A los que les guste el color blanco, pues que no tomen el sol. Si morados en el poder, que se acostumbren a los moratones que les causen sus detractores. En todos estos trances, perdidosa no ha sido la libertad de prensa, consagrada a diario en la diversidad impresionante de medios, informaciones y opiniones que asedian la capacidad del dominicano. Aparte de los políticos y acólitos encubiertos a quienes los resultados electorales les fueron adversos, todos hemos ganado con la parcialización abierta de mansos y cimarrones. Ya todos nos conocemos.

* En la nómina pública como embajador en Washington.

 

Fuente: diario Libre