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Nacho Suárez: «Nos daba mucha vergüenza no saber, y ahora parece que, es divertido no saber»

El exconductor de Un día en la vida habla de la muerte, la memoria y el olvido. Recuerda con nostalgia anécdotas de sus años de juventud y analiza algunos conceptos de la sociedad uruguaya de hoy en la que resulta “divertido no saber”. Dice que cada vez se lleva mejor con Dios, aunque no así con quienes “dicen ser sus intermediarios y pretenden cobrar por ello”.

Más que un hotel es una leyenda viva. El registro de pasajeros del ex Hotel Cervantes -hoy transformado en un hotel de lujo, el Esplendor- muestra que por allí pasaron Carlos Gardel, Adolfo Bioy Casares, Jorge Luis Borges y Julio Cortázar.

 

«Nosotros creíamos, los que trabajábamos en los medios, que no saber nos daba vergüenza. Nosotros creíamos que, si estábamos en un micrófono, si teníamos la posibilidad de escribir en un diario, cada cosa que ignorábamos era un dolor».

 

La habitación 205, esa en la que el mismísimo Cortázar creó “La puerta condenada”, es el punto de encuentro entre un simple mortal y un Ciudadano Ilustre de Montevideo. Se ha dicho de él que es el último dandy uruguayo, periodista, comunicador, pero ante todo poeta: Ignacio Suárez.

Como a la vieja usanza, perpetúo algunas de sus frases en papel. Lo primero que está a mi alcance son unas servilletas, que acaban siendo parte de un “servilletario” improvisado, pero con el valor de lo espontáneo: “Lo que fuimos, somos”, me dice. Y entonces se me viene a la memoria el payador Carlos Molina refiriéndose a nuestro personaje: “Creo en ti y en tu poesía, porque es la vida de un hombre que no es solamente un nombre, que es horizonte, es guarida…”.

 

«Con quienes me llevo bastante mal son con sus intermediarios o con quienes dicen serlo y además te quieren cobrar por ello. Pero con Dios me llevo fantástico».

Ignacio Suárez, ¿nacemos para dar batalla a la vida?

Sí, y para enfrentar las batallas que la vida nos da. La vida es lucha desde la pequeña hormiguita que va enfrentando las circunstancias de su terreno con una hoja más grande que ella. Es lucha frente al olvido, el dolor y el aprendizaje. Nacemos asombrados ante un mundo que nos espera con números y letras, historia y geografía. Pero más allá de lo académico de la escuela, la otra academia está en la calle; en la sensación de tocarse entre las piernas, en el asombro de la luna plateando un jardín de verano. El día que se nos va el asombro, se nos van las ganas de vivir. Y el día que se nos van las ganas de vivir, no importa si estamos respirando o si todavía votamos, estamos muertos.

 

«Nos daba mucha vergüenza no saber, y ahora parece que, no solamente no les da vergüenza a algunos colegas, sino que queda bien no saber. Es divertido no saber».

 

De esas varias batallas, ¿cuál fue la más dura que le ha tocado transitar? Más allá de si la ganó o no.

Muchísimas. Me he encontrado accidentalmente con Tacho Somoza en un restorán, en una noche en Paraguay. El tipo estaba armando lío entre los comensales por problemas que tuvo con una mina relacionada con la dictadura de Stroessner. Yo quería agarrarlo, pero un guardia me lo impidió, estaba rodeado de pistolas. Al otro día cuando esta persona me dio su tarjeta para decirme que el general me esperaba en su casa, fui y vi a los camiones con los soldados armados a guerra, y a través de unos colegas argentinos me enteré de que lo había matado un comando argentino o uruguayo. Por lo tanto, tuve que ir a refugiarme, a pesar de que llegué al lugar, vi a su amante y olí a Somoza. Tuve que salir corriendo para la embajada y cuando me atendió el embajador después de un largo tiempo de espera, el cameraman que me acompañaba al oír su nombre me dijo: “De Guatemala a guatepeor”. El embajador uruguayo en Paraguay era el teniente coronel Julio César Vadora.

 

«Y a nosotros, en aquellos años, para poder ingresar en un medio de comunicación, los maestros nos decían que teníamos que estar a la altura de la gente».

 

Hablando de la memoria, los dictadores sean de donde sean, son recordados por los horrores.

Por los horrores de los más, pero siempre hay gente que los recuerda por los honores, por lo bien que los trataron y por lo ricos que se hicieron. Siempre hay cortes, la historia de la humanidad demuestra que no hay revolución que no haya sido traicionada, desde la de Cristo hasta la de Artigas. Por lo tanto, hay siempre algunos que acompañan a los dictadores y los recuerdan por lo buenos que fueron con ellos. En Uruguay también hay esa gente.

 

¿Le tiene miedo a ser olvidado después de la muerte?

No, porque eso es lo que va a pasar. Todos somos olvidados después de la muerte. A mí lo que me apena muchísimo es ser olvidado antes de la muerte, y lo que me duele es ser olvidado por aquellos que recibieron una mano tendida. En fin, la memoria frágil me duele. No porque uno haga las cosas para que se lo agradezcan, pero si nosotros fuésemos más agradecidos, viviríamos en estado de gracia. Creo que ser agradecido es la única manera de vivir en un estado de gracia. ¿Y sabés quiénes son los que no te saludan o cruzan para no saludarte? Esos a los que les viste el culo. A los que ayudaste en circunstancias jodidas, cuando estaban llorando y pidiendo por favor que alguien los ayudara. Y después cuando vuelven a ser los personajitos que pretenden ser, entonces tratan de que vos no te acuerdes que los viste con el culo para arriba.

 

Decía recién usted que la gente se olvida y yo no coincido con eso. La gente no se olvida de Gardel u Onetti.

No, pero los reinventa. No se olvida de su Gardel, de su Onetti, de su Zitarrosa. Hay personajes que por la intensidad de su propia vida y el compromiso de lo que han hecho, tienen la posibilidad de ser repartidos en la memoria de todos. La gente de quien no se olvida es de uno, y a veces usa al otro para poder intentar redondearse ser uno. Pero mirá que como te hablo de Gardel, te hablo del Che Guevara. Yo sé que hay chicos que todavía siguen comprando las camisetas y señores que todavía las siguen vendiendo.

 

«Vengo de la raíz de los abuelos blancos patriotas y del colorado masón y batllista, del enfrentamiento de dos conceptos: uno hablaba de patria y otro de república».

 

¿Qué significa para usted ser Ciudadano Ilustre de Montevideo?

Significa la confirmación de que todos los gobiernos se equivocan. Significa que me negué varias veces a que eso aconteciera porque sé, y cada vez me duele más, que en una generación como en la mía, donde hubo de todo, el olvido hizo que a gente que realmente lo merecía no se la reconociera. Entonces lo que acepté fue ser el tenedor del homenaje a mis hermanos y amigos que no lo tuvieron. Zitarrosa no lo tuvo, así como tampoco toda esa barra de pintores y poetas que dejaron su vida en la calle para que hoy pudiéramos estar conversando tu y yo, mano a mano, sin mirar para atrás para ver quién nos va a pegar. Ese reconocimiento es para gente que dejó los testículos en los cuarteles, para esos que por luchar por los niños del siglo XXI no lucharon de pronto por los suyos del siglo XX. Yo vengo de ahí y si esa gente no fue reconocida, para qué voy a ser reconocido yo. O mejor, ¿por qué? ¿Simplemente por ser un testigo memorioso? Ah, eso puede ser.

 

¿Qué significa la corbata en su vida?

La corbata, el pañuelo y el sombrero significan una concepción estética que partía de una concepción ética. Porque la estética es una ética también. Y a nosotros, en aquellos años, para poder ingresar en un medio de comunicación, los maestros nos decían que teníamos que estar a la altura de la gente. Los maestros de verdad, no aquellos que vinieron después queriendo hacer lo contrario, bajar a la altura de la gente. Nosotros teníamos que subir a esa altura y entonces vestirse bien era parte. Había que homenajear a la gente desde la presencia, y en aquellos años se usaba mucho la corbata. Yo la sigo usando.

 

¿Qué se perdió como sociedad en Uruguay? Eso que extraña y sabe que no se va a recuperar jamás, aunque en el fondo sea un soñador.

Nosotros creíamos, los que trabajábamos en los medios, que no saber nos daba vergüenza. Nosotros creíamos que, si estábamos en un micrófono, si teníamos la posibilidad de escribir en un diario, cada cosa que ignorábamos era un dolor. No tuvimos formación académica en aquellos años por supuesto, pero de alguna manera veníamos del libro de la calle, el campo o la cultura de la sangre. Cada día nos dábamos cuenta que sabíamos menos. Entonces creo que lo que sea ha perdido es eso. En los tiempos en que escribía críticas de teatro y cine, me gustaba ir con amigos que supieran de la disciplina para charlar y discutir con argumentos, no con gritos. Un día le dije a un amigo para ir a ver una película de Bergman, pero terminó no pudiendo porque tenía un tema con su hijo. Como no se concretó, me encontré en un boliche con Luis Hierro Gambardella, el poeta, que tenía un libro para mí. Nos fuimos a una mesa con Onetti y en determinado momento él se inclina y me dice: “¿Vio la película de Bergman?” ¿Y qué le iba a explicar? Que mi amigo, que su hijo… Simplemente le dije “no” y el me respondió: “Véala”. Recordarlo me da vergüenza, imagínate entonces. Nos daba mucha vergüenza no saber, y ahora parece que, no solamente no les da vergüenza a algunos colegas, sino que queda bien no saber. Es divertido no saber. Si hablás rapidito, no se te entiende y además no sabés de qué estás hablando, parece que podés llegar a ser muy exitoso.

 

¿Qué momento de su vida le gustaría recuperar a través de un poema, hoy mismo cuando llegue a su casa? 

Ahora no hablo yo, habla uno de los tantos hermanos que me formaron. Cuando le pregunté qué día le gustaría recrear a Rubito Lena, me dijo: “Hoy, por ejemplo”. Eso es lo que yo te respondo.

 

¿Qué le dice el viejo Hotel Cervantes?

El viejo Hotel Cervantes me recuerda fundamentalmente a Borges, porque con él hablamos específicamente de este lugar, cuando en un palco del Teatro Solís descubrimos que éramos parientes por el lado del coronel Suárez. Me dijo que quería venir al Cervantes porque se encontraba con aromas de su niñez que Buenos Aires ya no tenía. Después, naturalmente, me lleva a “La puerta condenada”, la del cuento de Cortázar, a quien no conocí. Aquí hay grandes anécdotas. Empiezo diciendo en un poema que una mañana tuve que dejar mi reloj para pagar la cuenta. Es uno de esos lugares como El libertador, donde he tenido oportunidad de vivir. Los hoteles han sido ámbitos importantes de mi vida. En este pasaje hay gente que no puede entender cómo vivíamos en hoteles, y vivíamos en hoteles porque somos pasajeros. Hay otros que estaban convencidos de que no lo eran porque habían heredado una casa, que además era de sus padres y que nunca se preguntaron si sus abuelos la habían comprado con honestidad o no.

 

Además del reloj, ¿qué ha dejado en esos hoteles?

He compartido más que dejado. Compartí amores y tristezas, me he reencontrado con el niño que fui y alguna vez me he reflejado en el viejo que seré. La vida. Tengo demasiadas anécdotas que no entran en esta charla, pero he puesto la cara sobre almohadas húmedas de lágrimas, mías y de otra gente. Los corredores de los hoteles son lugares llenos de fantasmas y duendes, de gente que está pasando por la vida. Y ahí, quizás, se nota más el pasaje por la vida, no el estar vivo o el creer que se está vivo, que a veces se confunde. El pasaje, el pasar. Qué sueños dejás en esa habitación. Nadie piensa qué pasa un viernes santo en un hotel.

 

¿Qué recuerda de sus padres?

Hoy recordé que hacía días que no hablaba con mi madre, que murió acá, pero yo estaba lejos. Eso la convierte en una desaparecida para mí, porque he cumplido con el deber de enterrar a mis muertos, a mi padre y a mi hermanita, pero no pude enterrar a mi madre. Es una desaparecida, sé lo que se siente. Ella era maestra y mi padre un hombre de campo. En San Miguel comenzaron mis asombros, donde me aportaron los elementos fundamentales para que hoy estemos hablando tú y yo. La cultura de la sangre, la vida, la muerte y el amor juntos. Y también la cultura de los libros. Así que vengo de esas mezclas; de una tierra marcada además por el misterio de la mar. No de “el mar”, que es montevideano, sino de “la mar” oceánica, rochense. Vengo de la raíz de los abuelos blancos patriotas y del colorado masón y batllista, del enfrentamiento de dos conceptos: uno hablaba de patria y otro de república. Vengo de intentar entender el mundo para incidir en él, porque desde aquellas raíces creíamos que habíamos venido para intentar cambiarlo y hacerlo mejor.

 

¿Cómo se lleva con Dios?

Cada vez mejor. Con quienes me llevo bastante mal son con sus intermediarios o con quienes dicen serlo y además te quieren cobrar por ello. Pero con Dios me llevo fantástico.

 

¿Siempre se llevó bien con Dios?

No, en un momento sentía algo así como la obligación de llevarme bien. Fui monaguillo, entre otras tantas cosas que he sido. Y una tarde iba caminando por el jardín en un convento, estaba feliz, el cielo era maravilloso y las rosas hermosas, y de pronto me encuentro con la sorpresa de un Cristo crucificado que decía algo así como: “Tú que pasas, mírame, cuenta mis llagas si puedes. ¡Ay, hijo, qué mal me pagas la sangre que derramé!” Ese Cristo que yo creía que me traía alegría, paz, amor, y hasta un disfrute erótico, estaba cuestionando desde el fondo de los tiempos a un gurí chico que tenía muy poquitos años como para ser el culpable de lo que otros le habían hecho a él. Otros que además no solamente hoy no se sienten culpables de lo que hicieron, sino que también ganan dinero con eso.

 

¿Cómo se lleva con la noche?

La noche se entibia como las sombras. Se entibia con los afectos. He trabajado mucho de noche; el último ciclo en la radio era de 2 a 6 de la mañana. Me he llevado muy bien hasta que empezó a pasarme factura biológica. Entonces, desde hace algún tiempo, estoy intentando parecerme más a los normales.

 

¿Y los miedos no pasan por la noche?

Los miedos pasan por la noche entre otras cosas. Me acuerdo que una noche se me apareció un monstruo. No sé si era una noche o una siesta de esas de luces penumbrosas. Resulta que a la criada de allá, en la campaña, no se le ocurría mejor manera para hacerme dormir que ponerse un poncho y avanzar aullando entre las sombras. Hasta que descubrí que en la pared de esa habitación había una llave que podías tocarla e iluminar; entonces cuando tú iluminas, ese ropero, que puede ser un fantasma, se convierte en ropero. Lo que hay que hacer es crecer lo suficiente como para llegar a esa llave, que también está dentro de uno, y prenderla para que los monstruos vuelvan a su lugar y los roperos al suyo.

 

Si hoy volviera con el programa Un día en la vida, ¿con quién le gustaría ese mano a mano?

Contigo. La misma respuesta de mi queridísimo Lena: hoy, el que soy, contigo. Pero a lo mejor hablando de los que fuimos, que son los que nos han permitido hoy estar acá.

 

NACHO SUAREZ: Nació un 9 de setiembre de 1944 en el departamento de Rocha. Es poeta, escritor, periodista y productor. Fue crítico de cine, teatro, música y literatura. Condujo el éxito televisivo Un día en la vida, emitido por canal 5 y editó el libro Casi tango: poemas rotos, entre otros tantos. En 2008, fue declarado Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Montevideo.

Fuente: Caras y Caretas