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La crónica de Damico y la grandeza de Cigliuti, que el fútbol del interior desconoce

 

 

«La primera vez que lo vimos a don Carlos W. Cigliutti fue allá al comienzo de la década del ´70. Congreso de OFI en Montevideo. Un teatro en calle San José (¿Blanca Podestá?), atrás del entonces local central de ONDA. (así empezaba a escribir el periodista sanducero Julio Damico).

 

Fue tan grande su paso por OFI que unánimemente las Ligas reformaron el estatuto para permitir una reelección más de Cigliutti, la que por disposiciones reglamentarias no era posible

 

Congreso donde el entonces Consejero de OFI, señor Ariel del Bono, tomó la palabra por algo así como media hora para hablar contra EL TELÉGRAFO por críticas contra la dirigencia de entonces.

En ese Congreso fue elegido presidente el profesor Cigliuti. Por los votos del Sur y Este, que en aquellos tiempos formaban mayorías y eran quienes -manejaban- OFI.

Era lógico suponer que Cigliutti sería un «títere» más de Maldonado, Canelones y compañía. Nos equivocamos. Cigliutti fue presidente de todos. Con objetividad, con esa calidad para el convencimiento que le había dado su ya larga trayectoria política, fue creando una OFI distinta. La puso de pie ante el profesionalismo. Solamente su capacidad pudo enfrentar a un Cataldi en la AUF cuando OFI logró concretar el largo sueño del «pase con consentimiento».

 

Recordamos una vez que nos comentó que nunca iba al «Centenario». Se sentía hombre del interior hasta para escaparle a la tentación de, como presidente de OFI, ir al «Monumento del Fútbol Mundial».



Fue tan grande su paso por OFI que unánimemente las Ligas reformaron el estatuto para permitir una reelección más de Cigliutti, la que por disposiciones reglamentarias no era posible. Recordamos que en una de las venidas a Paysandú, en una reunión que hubo en la sede del Centro Comercial con la participación de las Ligas del Interior departamental, habló en forma inolvidable de la libertad de informar que debía tener la prensa.

En ese momento en nuestra Liga -donde se gobernaba como si fuera un cuartel- no había casi cabida para el periodismo para el cual un día sí y otro también lo sacaban de las reuniones para actuar secretamente.

Recordamos una vez que nos comentó que nunca iba al «Centenario». Se sentía hombre del interior hasta para escaparle a la tentación de, como presidente de OFI, ir al «Monumento del Fútbol Mundial».

Tuvimos muchas oportunidades de conversar con don Carlos. Valoramos todo lo que fue para OFI. Para nosotros, de los presidentes que hemos conocido es sin ninguna duda el mejor. Y entre todos los que han comandado OFI Cigliutti está entre los más capacitados, más brillantes.

El fútbol del interior con el fallecimiento de don Carlos W. Cigliutti ha perdido a su gran líder de los últimos 30 años. Para nosotros será una figura inolvidable. Para OFI también».

Cigliuti fue una verdadera columna del edificio republicano. Diligente en el cumplimiento de sus deberes, honesto por encima de cualquier sospecha, de vida y costumbres sencillas hasta la austeridad, prestigió con su conducta a su partido y a las instituciones del país

CARLOS W.CIGLIUTI

El país entero lloró, el viernes 14 de enero, la muerte del senador Carlos W. Cigliuti.
Diversas facetas de la rica personalidad del extinto fueron exaltadas por los numerosos oradores
que lo despidieron, en la mañana del sábado 15, en el cementerio de Canelones. Se le recordó como esposo, padre y abuelo ejemplar, como amigo leal y vecino de hondo arraigo en su terruño, como profesor de Historia durante décadas en el Liceo de Canelones, como dirigente de OFI, como militante consecuente del Partido Colorado y del Batllismo, como guardián fidelísimo de la memoria y el ideario de Don Tomás Berreta, como sobresaliente ministro partidario de la Corte Electoral durante tres períodos constitucionales, como legislador de sólida formación humanística y brillantísima oratoria, como hombre público cabal, en fin, de vida austera y sin mancha, ennoblecida en el cumplimiento del deber.

Si fuese preciso sintetizar en un concepto sus afanes, sus logros y sus méritos, diríamos de él que fue el ciudadano ideal de esa república modelo que el Batllismo originario, soñó para el Uruguay. Cigliuti fue la encarnación de una mentalidad colectiva, de esa mentalidad batllista que trazó los rasgos característicos y definitorios de la fisonomía nacional de antaño.

Uruguayo hasta la médula, su patriotismo no era apego a la tierra y a la sangre -de haberlo sido habría tenido un matiz aristocrático y exclusivista reñido con su personalidad- sino compromiso vital con la República que sentía como instrumento y ámbito de realización de ideales universales. Era en el plano político un liberal, por cierto -hacía de la tolerancia un cordial ejercicio cotidiano-, pero quizás se le caracterizaría con más hondura si se dijese que fue un demócrata; creía en el sufragio y en la ley como
herramientas con las que el pueblo puede obtener pacíficamente condiciones de vida mejores y más justas, y creía en la política como actividad dirigida a poner al Estado al servicio de esa humana y terrenal aspiración.

Era batllista, batllista de Don Pepe y de Don Tomás. No lo conformaban los gobiernos empantanados en abstracciones del viejo Uruguay batllista en sus convicciones, Cigliuti también la representó en su talante. Era un optimista empedernido, dispuesto siempre a enfrentar la diversidad con espíritu jovial, ánimo resuelto y voluntad de trabajo. Creía que «siempre hay un camino bueno para los hombres de buena y fuerte voluntad», y actuaba en consecuencia, y transmitía esa fe.

Montesquieu decía que el principio que sostiene a las repúblicas es la virtud, y en ese sentido Cigliuti fue una verdadera columna del edificio republicano. Diligente en el cumplimiento de sus deberes, honesto por encima de cualquier sospecha, de vida y costumbres sencillas hasta la austeridad, prestigió con su conducta a su partido y a las instituciones del país. Lo hizo además -y esto no es lo que menos vale- sin ostentaciones ni alardes; la suya fue una honradez practicada y no predicada, una moral sin moralina, una austeridad que no avinagraba la natural jovialidad de su carácter.