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Unos segundos, leé estas líneas:¿qué significa “saber leer” en la actualidad?

El cerebro humano evolucionó a lo largo de millones de años: recordar caras, mantener el equilibrio en 2 piernas, ver en colores, y reconocer formas y distancias, son algunas de ellas. Una de las cosas para las que no evolucionó es para leer. Sencillamente no tuvo tiempo: unos pocos miles de años no alcanzan para tener circuitos cerebrales para la lectura. Sin embargo, lo hacemos: vos estás leyendo esto ahora.

Aunque la lectura de textos tradicionales es mejor en papel, todavía se sabe poco de lo que sucederá con los nuevos textos, escritos y diseñados en lenguaje digital.

¿Por qué leemos, entonces? Por una parte, hay un condicionamiento cultural e histórico: desde hace unos 5.400 años distintas comunidades humanas empezaron a usar símbolos iguales para funciones iguales, en lo que fue la primera escritura. Pero ese condicionamiento no alcanza para explicar el surgimiento de la lectura y la escritura: era necesario una arquitectura cerebral suficientemente plástica como para desarrollar una habilidad nueva. 

Los textos multimodales hacen necesario pensar en términos plurales, en un concepto como el de “multialfabetizaciones”, que dé cuenta de los saberes necesarios para leer y producir textos en la actualidad.

Algunas investigaciones recientes destacan la irrupción de las pantallas como una nueva forma de leer que vino a desplazar al libro en papel. Para otras, se trata de un nuevo momento en la historia de la lectura y la escritura, en que las palabras conviven con otros recursos de expresión, situación que viene ocurriendo desde finales del siglo XX. De este modo, “saber leer” es saber hacer muchas cosas distintas, que varían según los contextos, formatos, soportes y géneros que plantea la cultura multimedial.

Claves para aprovechar las pantallas en el contexto de la educación remota.

El cerebro que lee

En El cerebro Lector, el neurocientífico francés Stanislas Dehene describe los últimos avances en las neurociencias de la lectura. Allí explica que, cuando leemos, nuestros ojos van dando “saltos” de una palabra a otra. En cada uno de estos saltos, una parte del ojo se centra en la letra que está aproximadamente en el medio mientras que otra parte identifica 3 o 4 letras a la izquierda y 7 u 8 a la derecha. Así el ojo reconoce la palabra en la cual se está “posando” mientras va procesando alguna palabra cortita que esté cerca. A veces parece que el ojo se salta palabras, pero en realidad, diferentes partes del ojo están mirando (directa o indirectamente) a todas las palabras de un texto. 

Esto depende de cómo la cultura escrita condicionó los circuitos cerebrales. En quienes leen árabe o hebreo, idiomas que se escriben de derecha a izquierda, los circuitos se especializaron para procesar más letras del lado izquierdo que del lado derecho. En estos casos, nos detenemos unos 50 milisegundos en cada palabra e ignoramos el resto, que aparece como una secuencia de caracteres borrosos que no podemos identificar.

Cuando la palabra aparece en la retina del ojo, el cerebro tarda 100 milisegundos en decidir si es una palabra o una imagen: si es una palabra, la información tarda 50 milisegundos más en ser procesada por el hemisferio izquierdo, donde se une a circuitos cerebrales relacionados con el lenguaje oral.

La velocidad a la que reconocemos las palabras durante la lectura es óptima para el procesamiento de la información. Sumando los “saltos” que hace el ojo humano, reconocemos de 400 a 500 palabras por minuto. Si evitamos estos saltos (como hacen algunos sistemas de lectura digital, que presentan todas las palabras de la frase en un punto fijo), podemos leer al triple de velocidad, pero todavía no hay estudios científicos que evalúen las ventajas de este tipo de lecturas. 

¿Vale la pena leer más rápido? Un estudio reciente comparó un grupo de estudiantes de escuelas secundarias tomados al azar con otro grupo, que recibió entrenamiento en técnicas de lectura veloz, y encontró que estos últimos comprendían significativamente mejor después del entrenamiento. En otros estudios surgieron resultados parecidos: existe una correlación entre comprensión y velocidad de la lectura. Esta correlación, sin embargo, no significa que haya una relación causal: quizás algunas personas leen más rápido porque comprenden mejor, o el entrenamiento en la lectura (veloz o de otro tipo) ayudó a comprender mejor y más rápido.

Lo que sí sabemos es que aprender a leer y escribir genera cambios muy profundos en el cerebro, y en la manera en la que hablamos y comprendemos lo que nos dicen.

¿Cómo comprendemos lo que leemos?

Para comprender un texto hacemos muchas cosas a la vez. Si estás estudiando, probablemente subrayás o resaltás las partes que te parecen más importantes. Lo que queda sin resaltar va a ser, en adelante, prácticamente invisible. Esto te obliga a procesar lo que estás leyendo, a inferir qué es lo más importante y cómo se relaciona con otras partes, aumentando el nivel de comprensión del texto. Además, esto reduce significativamente el tiempo necesario para estudiar. Si usás apuntes prestados, sin embargo, hay un riesgo: al estudiar con textos que fueron subrayados erróneamente, comprendemos peor lo que leemos.

Otro componente fundamental es el vocabulario, nuestro diccionario mental. Se sabe que la cantidad de palabras y la profundidad de su conocimiento afecta cuánto podemos comprender de un texto. Así, una investigación reciente muestra que una persona que sólo lee mensajes de texto o e-mails tiene mayores dificultades para la comprensión de textos extensos

Esto no significa que no pueda leer, sino que sus competencias lectoras están limitadas a determinadas clases de textos, y no a otras. El mismo estudio muestra que las y los estudiantes acostumbrados a leer revistas, libros o historietas tienen mejor desempeño académico que aquellos que sólo se dedican al e-mail, el chat o las redes sociales. Esto se debe a que “leer” no es simplemente decodificar letras en palabras, y palabras en frases, sino unir esas frases en textos.

Para eso, primero leemos palabras y las integramos en el nivel de las frases del texto y su significado. Una palabra sola como “pero” puede cambiar todo el sentido de la frase; entonces monitoreamos constantemente las relaciones entre palabras y frases. Esas frases se vinculan entre sí en una estructura más grande, que exige que cada lector o lectora tenga en cuenta el panorama más amplio: ¿estoy leyendo una novela, un manual escolar, una noticia? ¿qué otros textos parecidos leí antes?

Al armar esa estructura ya no puedo recordar muchas palabras o frases individuales, así que tengo que elegir lo que considero más importante en este momento. Por eso muchas veces releemos los mismos textos: porque tenemos objetivos distintos y, entonces, comprendemos cosas diferentes.  Al final de todo el proceso, lo que retenemos de un texto es un esquema de lo que decía, en qué orden y con qué términos; nuestra propia versión de lo que leímos.

¿Leer en papel o en pantalla?

Cada vez más personas leen en pantallas en vez de en papel. El Consejo Nacional de Lectura realizó en 2011 una Encuesta Nacional de Hábitos de Lectura en la que observó que la cantidad de lectores digitales se duplicó en 10 años, pasando del 21% al 44%. Sin embargo, la Encuesta Nacional de Consumos Culturales, realizada en 2017, muestra que el soporte papel sigue siendo el soporte principal para leer libros: mientras que un 43% de la población lo elige como medio de lectura, sólo el 10% lee en formato digital.

Ahora bien, ¿qué pasa con la comprensión? ¿Comprendemos lo mismo si leemos en cualquier soporte?

Las investigaciones recientes, en general, dicen que “no”. Un estudio del año 2016 muestra que, al preguntar en qué soporte leen mejor, los estudiantes piensan que en el digital. Sin embargo, al aplicar una prueba de comprensión lectora, su desempeño fue superior en el caso del papel, y además fue más rápido. Esto significa que, entre estudiar de las fotocopias o de la versión electrónica del mismo texto, conviene estudiar del papel.

Otros trabajos, sin embargo, señalan dos cosas. La primera es que, como la comprensión depende de los objetivos, algunas tareas sencillas como localizar información pueden realizarse igualmente en cualquier soporte. La segunda es que los textos digitales (y no solamente la versión digital de un texto en papel) tienen otros componentes de diseño que se leen de manera distinta, no lineal. En conclusión, aunque la lectura de textos tradicionales es mejor en papel, todavía sabemos poco de lo que sucederá con los nuevos textos, escritos y diseñados en lenguaje digital.

Los textos multimodales

Los formatos digitales incluyen mayor cantidad y variedad de recursos significativos: antes, tus cartas en papel podían incluir alguna foto o dibujo; ahora, en cambio, tus mensajes escritos incluyen emojis, GIFs, stickers, memes, imágenes, audio, video, etc. Esto cambia la forma en la que nos relacionamos con los símbolos escritos: el significado de los emojis 😃😂😉 no tiene la mediación de letras y sonidos, sino que son representaciones gráficas de emociones, objetos, etc.

Los textos que usamos en las pantallas actuales son llamados multimodales, porque en ellos se combinan recursos de diferentes modos semióticos: la escritura alfabética, pictográfica, sonidos, imágenes, animaciones, música, etc. Aunque en un comienzo se consideraba que estos textos eran simplemente una suma de elementos diversos, las teorías actuales de la multimodalidad proponen que todos los modos semióticos participan en la construcción de un único significado global.

Los textos digitales, a diferencia de los textos escritos en papel que tenían fronteras bien demarcadas por las tapas de los libros (o el principio y fin de las fotocopias), sobrepasan los límites establecidos. En Internet, los textos no están aislados sino que forman parte de una telaraña discursiva en la que establecen conexiones con otros materiales a través de hipervínculos (como ocurre también en este texto). Los hipervínculos permiten nuevas formas de lectura: abren el texto hacia otros materiales y lo insertan en una red de significados más amplia. 

Acá vuelve entonces la pregunta por cuál es el mejor formato para leer: ¿no se vuelve demasiado complicado el texto multimodal? ¿No lleva demasiado esfuerzo cognitivo y demasiado trabajo cultural? La corriente de los Nuevos Estudios de Alfabetización propone que, en la actualidad, la noción de alfabetización queda “corta”, y es necesario pensar en términos plurales, un concepto como el de “multialfabetizaciones” que dé cuenta de esos saberes necesarios para leer y producir textos en la actualidad. 

La lectura en la escuela: algunas ideas para la educación remota

Durante años, en las escuelas se debatió si las pantallas debían ser parte o no de las aulas. En la situación actual de educación remota, las pantallas se volvieron las principales aliadas de los docentes para leer, escribir y aprender, siempre teniendo en cuenta la falta de acceso a dispositivos y pantallas en nuestro país o en la región. 

Acá van algunas ideas para aprovecharlas:

  • Explotar las herramientas de diseñoEn un experimento reciente se observó que estudiantes de Lengua tuvieron un mejor desempeño al realizar tareas de lectura y evaluación en pantalla que en papel. La clave parece ser el diseño de los materiales: si simplemente leemos un texto tradicional en .pdf en una pantalla, la comprensión es menor; si leemos contenidos diseñados específicamente para el medio digital, el resultado es mejor.
  • Aprovechar los intereses y la motivación: James Gee señala que niños y jóvenes leen y aprenden más y mejor jugando videojuegos con narrativas complejas y requieren diversas habilidades. El desafío, entonces, es ampliar la mirada de lo que se considera “lectura para el aula” y propiciar la entrada de otros géneros y formatos.
  • Incentivar la exploración: Se ha estudiado el rol que puede ejercer Internet en la enseñanza de la lectura y la escritura, desde bibliotecas digitales hasta sitios de  fanfictions y  otros temas de interés. Una idea, entonces, puede ser aprovechar esa inmensa diversidad temática y proponerles a los estudiantes que ellos -con una primera guía- exploren esos sitios y seleccionen los materiales de lectura que les resulten afines.
  • Agudizar la mirada crítica: Los estudiantes suelen leer textos que circulan en redes sociales como Facebook, Instagram y Twitter pero estos formatos digitales no siempre favorecen una lectura profunda y crítica sobre las ideas y representaciones que allí se vehiculizan. El trabajo de lectura en las aulas puede enriquecerse con un trabajo sobre el discurso, pensando cómo se construyen y transmiten las ideas en las redes sociales.

 

Fuente: Chequeado