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COVID-19: Occidente va a la cultura de la máscara

Hace nueve mil años, en lo que hoy es Israel, agricultores ya usaban máscaras esculpidas de piedra con grandes agujeros para los ojos. Los arqueólogos que las encontraron en cuevas cerca del Mar Muerto creen que pueden haber sido usadas durante ceremonias y rituales de la era Neolítica para representar antepasados y así no olvidarlos.

Ningún objeto simboliza mejor la pandemia que la mascarilla, que podría volverse parte de nuestro atuendo diario en los próximos años. Sin embargo, también incita rechazo

Como estas piezas, el registro histórico muestra que las máscaras han estado presentes en la mayoría de las sociedades humanas, ya sea para ocultar total o parcialmente el rostro o para llamar la atención sobre él.

Se trata de objetos con una multiplicidad de usos y significados. Cubrirse la cara se ha asociado con asumir una identidad diferente —El llanero solitario, Batman, el Zorro— y para ceremonias y ritos. Hay máscaras profundamente políticas como la de Guy Fawkes, usada por manifestantes anticapitalistas contemporáneos y el colectivo hacker Anonymous. Desde finales de la Edad Media, máscaras mortuorias preservaron los rostros de reyes y conquistadores, compositores, poetas y figuras como Isaac Newton.

En 2020, ningún objeto simboliza mejor la pandemia que la mascarilla. En ausencia de un medicamento o vacuna, funciona como barrera ante el avance de la enfermedad para salvar a otros o para protegerse a uno mismo.

Científicos sociales proponen indagar en las causas y cambiar el discurso: no solo presentarla como herramienta de control de infecciones, sino enfatizar valores como la solidaridad y el cuidado del grupo.

Sin embargo, desde antes de que la Organización Mundial de la Salud declarara la pandemia el 11 marzo de este año, este accesorio se ha instalado en el epicentro de una guerra política y cultural. Se ha convertido en un tema polarizador: incita protestas y desafíos a las autoridades públicas que recuerdan a movimientos reaccionarios del pasado.

El discurso médico no basta para comprender por qué algunas personas las rechazan. Se requiere, más bien, tanto una perspectiva histórica como sociológica. La médica Helene-Mari van der Westhuizen sugiere, por ejemplo, tener en cuenta la variedad de sus significados en diferentes entornos para fomentar su adopción.

“Necesitamos cambiar la conversación”, dice a SINC esta investigadora sudafricana de la Universidad de Oxford, especialista en tuberculosis. “Pasar de hablar de las mascarillas como herramientas médicas de control de infecciones a enfatizar los valores subyacentes como la solidaridad y la seguridad comunitaria. Es probable que estas medidas mejoren la aceptación de las mascarillas y ayuden a frenar el impacto devastador de la pandemia”.

1918: San Francisco, la ciudad enmascarada

El 22 de octubre de 1918 el alcalde de San Francisco James Rolph firmó la Ordenanza de las máscaras. “Estamos frente a frente con una epidemia letal. Es el deber de cada persona ayudar a detenerla”, publicó en el periódico San Francisco Chronicle. “Usen mascarillas y salven sus vidas y las de sus hijos y vecinos”.

La pandemia de influenza arrasaba por entonces en Estados Unidos. A San Francisco pronto se la conoció como la “ciudad enmascarada”. Si bien la mayoría de sus habitantes siguió las recomendaciones de salud pública y adoptó las máscaras de gasa y estopilla de cuatro capas de espesor, hubo quienes las desafiaron.

Algunos médicos aseguraban que eran meras trampas de suciedad y polvo y que hacían más daño que bien. Como recuerda el historiador médico Brian Dolan, para cierto sector de la sociedad las máscaras se volvieron símbolo de la extralimitación del Gobierno, una afrenta inconstitucional a los principios de una sociedad libre. “Las máscaras se convirtieron en un símbolo político”, señala este investigador de la Universidad de California. “Como ahora, los debates sobre las mascarillas tienden a crear conflicto. El consenso universal o el cumplimiento total de las medidas sanitarias nunca es posible”.

Hacia un nuevo simbolismo

Las mascarillas se han vuelto el emblema de la crisis sanitaria actual como lo fue a mediados el condón para la pandemia de VIH/sida. Se las ha comparado con los cinturones de seguridad de los automóviles.

“En España, el problema no es tanto convencer del uso de la mascarilla como de informar acerca de su uso correcto. Hay que evitar la sensación de que solo por llevarla ya se está contribuyendo a evitar contagios”, advierte el sociólogo Luis Miller, del Instituto de Políticas y Bienes Públicos del CSIC.

“La presión de grupo, respaldada por leyes y sanciones, ha servido mucho durante esta pandemia. Se ha mostrado que algunos comportamientos que comienzan siendo fruto del miedo a las multas acaban generando hábito y manteniéndose mucho más allá”, continúa este experto en investigación conductual sobre cooperación social.

Pero este proceso es lento porque se produce de forma secuencial o en cascada, explica Miller: “Algunas personas adoptan el comportamiento muy pronto, pero otras necesitan ver que la mayoría de personas a su alrededor lo han adoptado para hacerlo ellas”.

Fuente: SINC
Derechos: Creative Commons