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El minuano loco Abreu, ahora jugará en Brasil y luego en Uruguay. Lleva 30 clubes en su carrera.

Sebastián Abreu le dicen loco, y no se equivocan. Es que hay que tener algún tornillo suelto para hacer lo que él hace, como patear el penalti definitivo de Uruguay en un mundial y hacerlo picándole la pelota al portero, desafiando la salud cardiaca de todo un país. O eso de llegar a los 44 años y creer que aún tiene 20, y seguir jugando. O esa loca idea de ser entrenador y jugador al mismo tiempo, y no solo porque se niega a marcharse de la cancha, sino para ampliar el récord que ya ostenta de ser el jugador con más equipos en su carrera: ¡30! Ahora jugará en el Athletic Club de Brasil y ya tiene un acuerdo con otro club uruguayo. Abreu no es un jugador normal, es, y con esmero, un nómada del fútbol.

Como todo buen delantero, Abreu se niega a salir del área, el único lugar del que no se va. Allí habita desde hace 26 años, cuando este uruguayo empezó su aventura errante. Desde entonces recorre ese rectángulo de pasto, en una cancha y en otra. Allí adentro aguanta empujones y tropezones; se cae y se levanta; se zambulle y se eleva. Abreu no es un virtuoso del juego, pero domina como nadie sus predios. Espera y espera, del minuto uno al 90, a que la pelota le llegue para capturarla y hacerla girar hacia la red, con un buen remate o con un mal remate o con un pésimo remate, no importa: como sea lleva más de 400 goles en su inagotable carrera.

Y cuando anota, el loco –al que le dicen loco por su actitud extrovertida, alegre y controvertida, adentro y afuera del campo– suele inventar algún festejo delirante, un grito desgarrador, con el pelo ofrecido al viento, la barba incipiente, los brazos extendidos, como si fuera un cristo uniformado, y no le importará incitar a la hinchada rival o a un adversario con el que haya casado alguna pelea, y también besará su escudo, el de turno, con pasión y con algo parecido a la lealtad, como si no se fuera a ir pronto de ese club, pero se va, siempre se va, como ese roquero que enaltece cada ciudad que visita como si fuera la mejor de todas. Así es Abreu. El hombre de los 30 equipos, que serán 31 en abril, porque va a jugar en el Sud América, club de Uruguay, y solo dios sabe a dónde irá después.

Ya son 26 años en este trajín del que no se cansa. Son 779 partidos profesionales en clubes bien distribuidos. Y goles, muchos goles. Que no quede duda de que su arte es inflar las redes. Sus estadísticas son inagotables. Que 30 goles en el Defensor Sporting, donde debutó; que 42 en el San Lorenzo de Argentina, porque estuvo en Argentina; que 48 en el Nacional de Montevideo, en una cúspide de su carrera; que 46 en el Cruz Azul, porque también estuvo en México; que 62 en el Botafogo, porque ya ha ido a Brasil… Y así, goles interminables y partidos interminables y clubes interminables, porque también pasó por Paraguay, Ecuador, Chile y hasta El Salvador, recorriendo América como un conquistador insaciable. Y no le importa si el equipo es de color azul o rojo o amarillo, o si es de la A o de la B. En los últimos años ha estado en el Magallanes de la segunda categoría de Chile, así como en el Central Español de la segunda de Uruguay, y, por si las dudas, jugó en el Bangu de la cuarta categoría de Brasil…

Así mismo, Abreu puede decir que también estuvo en Europa, en Deportivo La Coruña y Real Sociedad de España o en el Arís Salónica de Grecia. Ah, y se dio una pasadita por Israel, en el Beitar Jerusalén. Once países a sus espaldas. Abreu no distingue idioma, colores o religiones futboleras. Es un trotamundos que va a donde lo llaman. Se acostumbró a jugar casi siempre en dos equipos por año. Y hasta tres. Asegura, eso sí, que lo suyo no es moda ni porque esté obsesionado con su registro, que ya está en los récords Guinness desde que superó los 25 equipos del portero alemán Pfannenstiel. “Si hubiese querido romper ese récord no habría vuelto seis veces a Nacional de Uruguay, dos veces a River o dos más a San Lorenzo”, argumentó en una entrevista con el periódico chileno El Mercurio.

 

Abreu puede decir que con su selección jugó dos mundiales (2002-2010) y que ganó una Copa América, la del 2011 en Argentina, cuando se lo vio correr con la pesada copa por toda la cancha del estadio Monumental, con una peluca azul de payaso en la cabeza.

Su infatigable carrera despierta todos los elogios. Es que no cualquiera llega a los 44 años sin huir de la cancha. Gregorio Pérez, técnico uruguayo, lo describe con admiración. “Es un gran profesional y muy buena persona. Es un hombre cuya vida es el fútbol y su familia. Desde que tiene uso de razón tiene pasión por esto, se ha preparado muy bien para cuando termine su carrera seguir como DT. Ha recorrido el mundo y ha dejado una huella importante, porque además hace docencia en cada equipo con los jóvenes. Tiene una gran fe. Los años van pasando, ya no es el mismo del Mundial 2010, pero está convencido de que puede seguir jugando. Es admirable”, afirma Gregorio.

Y es que cada año, o cada seis meses o cada semana se cree que ahora sí llegó el final, que Abreu ya cuelga los guayos, pero es que sus guayos no deben ser de quitar, debe dormir con ellos, en esas noches cuando delira con goles que luego hace despierto, porque no ha perdido la pasión ni, como el mismo dice, “el hambre”. Quienes lo han dirigido ven en Abreu un jugador que compensó sus limitantes con su esfuerzo, su coraje y su olfato de gol. El DT Jorge Fossati lo tuvo en la selección uruguaya en 2004, así que opina con conocimiento de causa: “Lo conozco desde sus inicios y siempre fue un jugador con algunas limitaciones técnicas, o físicas, pero de una gran personalidad y de gran inteligencia futbolística. Un jugador de área, que, sin tener un físico demasiado elástico, lograba estar siempre donde tenía que estar, tal vez consciente de que no ganaba por adelantarse ni por velocidad. Y no se llega a jugar tantos años si no se tienen cualidades”, le dice Fossati a EL TIEMPO.

Su locura más gloriosa

Sudáfrica. 2 de julio. 2010. Cuartos de final del Mundial. Vuvuzelas como avispas. Uruguay contra Ghana. 1-1. 120 minutos de batalla. Luego los penaltis. El definitivo en sus pies. Abreu frente a esa pelota que se llamaba Jabulani. Su mirada tan seria, su pelo de cristo, 34 años, el número 13 en su espalda, el mismo que ha usado en casi toda su carrera y el que le veían sus compañeros, que abrazados rezaban en la mitad de la cancha para que el loco no hiciera una locura, aunque todos sabían que la haría. Antes del partido, falló tres penaltis en el entrenamiento. Por eso, los nervios de sus compañeros, de los aficionados y los suyos ¿los suyos?

A sus antecesores en el cobro les hizo la misma pregunta, ¿se movió el arquero? “Sí, loco, se movió”, le decían. Así se fue convenciendo. Entonces emprendió su carrera tan serena, la carrera de los que fraguan alguna demencia, y cuando llegó al Jabulani picó la pelota. Picar es lanzar ese remate suicida al estilo Panenka, el jugador que patentó ese cobro en 1976, cuando le dio a Checoslovaquia el título de la Eurocopa con ese disparo débil e irreverente, picadito o englobado, o, como algunos dirán, flotadito. El caso es que el verdugo tiene la certeza de que el portero se moverá y quedará en ridículo mientras el balón entra por el centro, en cámara lenta. Y así fue. Si Panenka lo patentó, Abreu lo inmortalizó. Anotó y Uruguay fue a la semifinal.

Los uruguayos querían matarlo, pero a besos. Fue su peor y mejor locura, todo en un solo cobro: su gloriosa irresponsabilidad. Al final del partido, cuando la prensa polemizaba y no sabían si crucificarlo o meterlo en un museo dentro de una urna de cristal, el maestro Óscar Tabárez, el legendario DT de Uruguay, zanjó cualquier discusión.

–¿Qué opina de la locura de Abreu? –le preguntaron.

–¡No fue una locura, fue gol! Yo lo llamo clase, categoría –dijo.

Abreu puede decir que con su selección jugó dos mundiales (2002-2010) y que ganó una Copa América, la del 2011 en Argentina, cuando se lo vio correr con la pesada copa por toda la cancha del estadio Monumental, con una peluca azul de payaso en la cabeza. Esa camiseta celeste debe ser la única a la que le guarda eterna fidelidad.

 

Va a ser difícil que Abreu se retire del todo de futbolista y se convierta del todo en DT. Difícil para un goleador que aún delira con goles, que sigue habitando y disfrutando del área, ahí donde expresa su inagotable sinrazón, su gloriosa locura.

 

¿Y Colombia?

En su travesía de nómada indomable, Abreu no se dio un paseo por Colombia para jugar, o no lo ha hecho aún, ¿quién quita? En 2020 aseguró que tuvo posibilidades en Millonarios, América y Junior, pero que no se concretaron, y no vino. Pero su vínculo con Colombia es estrecho ya que Abreu fue socio, compañero y hasta escudero de Falcao García en River Plate, entre 2007 y 2009. Cuando al loco le preguntaron el año pasado por el Tigre, se rindió en elogios, con la misma emoción con la que besa los escudos de sus camisetas, y dijo: “Falcao era un gentleman. Siempre tenía las palabras correctas, un tono pausado que generaba una paz interior… Tenía un fútbol sin techo y se veía que iba a estar en River, rendiría e iba a seguir progresando en su carrera”.

Por ahora, la carrera de Sebastián Abreu sigue. Hasta el pasado noviembre era el técnico de Bostón River de Uruguay, porque también es DT y en eso quiere seguir, algún día. Pero como la cancha llama, era técnico y jugador al mismo tiempo, tal como lo hizo en Santa Tecla de El Salvador en 2019. No todos comparten esa obsesión por seguir jugando, y menos eso de retroceder cuando ya estaba afuera. Fossati se distancia de esa decisión. “Cuando pasas de jugador a entrenador, tienes que pasar y dedicarte de lleno a una de las dos. Ahora está en Brasil y después vuelve a Uruguay, eso es un entrevero en su carrera como DT, que, a mi gusto, tiene cualidades”.

Va a ser difícil que Abreu se retire del todo de futbolista y se convierta del todo en DT. Difícil para un goleador que aún delira con goles, que sigue habitando y disfrutando del área, ahí donde expresa su inagotable sinrazón, su gloriosa locura. Quizá ser loco es lo más razonable de su carrera.

PABLO ROMERO
Redactor de EL TIEMPO
Twitter: @PabloRomeroET

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