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Parece cuento. La niña fantasma del liceo 5 de Rivera

COSAS DE LA CUARÓ/ Desde Rivera Roberto Beto Araújo para Diario Uruguay.

 

La casa del Nepo, estaba siempre cerrada, herméticamente cerrada, clausurada, prohibida podría decirse, y estaba enclavada donde hoy se eleva el edificio del liceo 5 de Rivera, que lleva el nombre del Profesor Carlos Maria Thieulent, a quien conocí por cierto cuando era director del viejo Liceo Rivera Chico en tiempos del Galpón. Claro la llamábamos la casa del Nepo, pues allí vivió precisamente este singular personaje, petizo, chueco, retacón que era medio mecánico medio ingeniero y que de un día para el otro se hizo humo, dejando tras de sí una estela de leyendas sobre su destino, que iban desde que era tupa y lo habían secuestrado, hasta que por un lío de guampas se las tomó dejando para atrás la coqueta casa con altillo que sobresalía en un barrio de casuchas de madera o ladrillo sentado en barro.

 

Que tenía una tatucera en su patio interno, que andaba en el asunto del contrabando de oro, que era un agente nazi que había emigrado huyendo de la inteligencia Judía y mil cosas más se decía del Nepo y de su casa, pero lo cierto es que de la noche para el día el Nepo sencillamente desapareció, y yo por lo menos nunca más tuve noticias de su fin, si es que tuvo un fin.

Y también no menos cierto es que su casa, era considerada un recinto inexpugnable, donde ni viejo ni gurí se atrevían a meter las narices mas allá de lo que se podía ver desde la rendija del portón de hierro cancelado por un candado que el tiempo se encargó de ir herrumbrando a límites de lo penoso. Y lo que se veía no era mucho salvo una escalera de cemento lustrado y pintado de rosado, que nacía sobre un patio interno y se elevaba en forma de caracol hasta ningún lado.

Pues empezaba en la nada contra una pared y terminaba en la nada como si hubiese querido ser lo que nunca fue, o que sencillamente su único sentido era carecer de sentido.

O sea en síntesis era una casa muy misteriosa coronada por una escalera aun más misteriosa, que en verdad provocaba miedo, y pese a que la gurizada se pasaba las siestas en el coqueto hall de su fachada, nadie jamás que yo supiera se atrevió a pasar el límite de sus ventanas herméticamente clausuradas, ni de su portón “oxidadamente” sellado; nadie hasta que el Galega que era el diablo en forma de gurí, cierta tarde se le dio por trepar sus murallones y de un salto felino caer sobre el mítico patio antes por nadie desafiado, y lo que pasó cambió por siempre el hábito apacible de las siestas de verano del barrio y de la barra.

Todos quedamos esperando expectantes lo que sucedería, y lo que sucedió fue en realidad espeluznante, pues el Galega salió de un salto espectacular sobre el dintel del murallón y se las tomó sin decir palabra alguna, y no dijo nada por varios días, inmerso en un estado de estupor, hasta que doña Aidé comunicó al consejo de vecinas, que el Galega juraba que había encontrado allí a una niña pálida como la luna y que al verlo esbozó una tétrica sonrisa que hizo que sus motas se crisparan como gato acosado por la perrada.
El que nos esclareció el asunto fue don Zeca, pues las viejas no dijeron palabra alguna sobre el tema, salvo lo de la expresa prohibición de acercarnos siquiera a la vereda de la Casa del Nepo, cosa que obedecimos sin chistar y el Galega que jamás se repuso del evento, lo mandaron para Montevideo a la casa de unas tías y nunca más volvió, sin poder contarnos por voz propia los detalles de lo acontecido.

Según la versión de don Zeca, nuestro consejero y confidente, la historia se remontaba a los tiempos de la sequía del 42, cuando medio Rivera se moría de sed y había allí precisamente un pozo que según se decía era el único de la zona donde en el fondo bullía un hilo de agua dulce y fresca, pero agotado en su flujo no tenía capacidad de acumular líquido suficiente como para que el balde pudiese recogerlo, por lo cual había que bajar por una escalera hasta los abismos para poder colectar el vital elemento.

Y en ese trajinar se pasaban los vecinos de las redondeces día tras día turnándose para descender hasta el precipicio, tarea destinada a los más fuertes y corajudos.

Pero sucede que al parecer en algún momento de descuido una niña, de no más de cinco años quizás aquejada por la sed, resolvió por cuenta bajar al pozo y cuando se desayunaron de su destino, ya era tarde de más, la encontraron lívida y pálida sin vida en el fondo de piélago.

Cuentan que fue su padre un artesano viudo de origen Vasco el que en lugar de una cruz, construyó aquella escalera, como una especie de plegaria para que los peldaños que no estuvieron para salvarle la vida, sirvieran en fin para llevar su alma al cielo, y la escalera se quedó allí, y cuando el Nepo resolvió construir su pequeña mansión, no tuvo el valor de derruir aquel pilón y se quedó allí como adosado y sin sentido en el patio interno de su misteriosa casa.

Después supe que no había sido el Galega el primero en toparse con el espectro de la niña, no fue el primero ni el último, hasta el mismísimo don Zeca juraba que en cierta noche de verano cuando venía del Cuartel después de cumplir un arresto a rigor a causa de no sé qué macana, al pasar frente a la casa, se topó con la fantasmagórica figura que ya es leyenda entre los más viejos del barrio.

El otro día cuando fui a buscar las notas de Agus, y entré al Liceo, me topé con una escalera que está exactamente donde se enclavaba la mítica escalera de la casa del Nepo, como si el destino o la providencia se hubiesen encargado de aun en la moderna arquitectura del edificio, mantener la memoria de aquella tragedia, que el tiempo ha diluido pero no olvidado.

Me corrió un frío por la nuca, y estuve allí cabildeando entre subir y no subir, al fin empujado por la muchedumbre subí peldaño por peldaño, y debo confesar que sentí un algo extraño como si me pesaran los pies, como si me arrastrara en un esfuerzo ecuménico por alcanzar un cielo que a cada paso que daba parecía estar más lejos.