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Antonio Pippo Cultura

El viejo feminismo, según Antonio Pippo

Desde Montevideo Antonio Pippo para Diario Uruguay

El tango carga sobre sus espaldas –y aún no le han quitado ese peso- el calificativo de “música machista, de lo peor de la cultura patriarcal imperante”.

Si bien es verdad que el tango, sobre todo el más antiguo, el primitivo, que sin embargo fue modificando su discurso al paso de las décadas, se consideraba “cosa de hombres” y ubicaba a la mujer, de múltiples formas, en sitios y actitudes degradantes, no es menor aclarar que nos referimos a sus letras, o estribillos, o letrillas todavía más arcaicas. La música no tiene moral: es mejor o peor, más o menos disfrutable. No discrimina, porque su objetivo es estético.

Y ahora que las mujeres han fortalecido legítimamente su lucha por la reivindicación de derechos negados, quizás interese esta crónica repleta de curiosidades.

Unos años antes de la Guardia Vieja –primera forma musical del tango clásico, que según un sólido consenso nació en 1897 con el estreno de El Entrerriano, de Cayetano Rosendo Mendizábal, un estudioso pianista afro descendiente que lo compuso en compases dos por cuatro y tres partes- la municipalidad de Buenos Aires, e ignoro si aquí ocurrió lo mismo pues no he hallado documentación probatoria, a impulsos de grupos de mujeres organizadas, dispuso, “bajo amenaza de multa o arresto”, la prohibición de “ofender públicamente el pudor de las damas con palabras, actos o ademanes obscenos”.

El 10 de abril de 1889 se fijó la multa: cincuenta pesos.

O sea que hubo un fuerte movimiento feminista antes del tango en el Río de la Plata y aquellas decididas damas lograron un primer reconocimiento significativo.

El Entrerriano nada tiene que ver con esta peripecia, porque fue creado como tango instrumental y, si bien años más tarde tuvo letra, ésta no hace referencia a la mujer y, además, fue castigada por el olvido.

Pero en esos tiempos reinaba quien fue llamado “el padre del tango”, José Villoldo –nacido en 1861 y muerto en 1919-, músico y letrista pícaro, autor de un gran tema perdurable, El choclo, así como de otros que se fueron diluyendo: El esquinazo, El porteñito o La Morocha, éste en colaboración con el uruguayo Saborido.

Villoldo, que llegó de la marginalidad más absoluta, fue cuarteador, tipógrafo y hasta payaso de circo y con sus tangos jamás hizo buen dinero, sobre todo porque el éxito de su producción, incluso en Europa, llegó cuando ya había fallecido en la pobreza. Una personalidad contradictoria, bohemio, amigable, pero afecto al alcohol, también cantaba sus propias obras en cafés y boliches de la periferia porteña. Está claro que muchas veces fue, para aquella época, “poco delicado” con las damas (en esto su reivindicación pudo ser La morocha, tango del que, precisamente, sólo compuso la letra). También se tocaron sus temas en el famoso local Hansen, construido en 1877 por el inmigrante alemán de ese nombre y que se conoció, sucesivamente, como Lo de Hansen, Café de Hansen y Antiguo Hansen, donde sólo había coperas y damas de compañía y se escuchaba música, hasta que lo vendió al español José Tarana en 1908 –y pasó a llamarse Parque Tres de Febrero y luego Café Tarana, siendo demolido en 1912- tiempo en el que hubo una suerte de reivindicación de la mujer, permitiéndose el baile y cambiando la concurrencia, en general, a personas de “buena conducta”. Una definición un tanto difusa, claro.

En esta historia hay una suerte de excentricidad, que ayudó a los machistas desmadrados a que se fuese disolviendo en los hechos aquella medida municipal, recién retomada, a tropezones, por decisión del Jefe de Policía de Buenos Aires en 1906.

No son tantos quienes lo saben, pero el primer tango que compuso Villoldo se titula –más allá de que sea harto difícil hallar grabaciones porque no perduró en los repertorios a partir de escasos años de su estreno- Cuidado con los cincuenta.

Alusión directa, nunca prohibida pese a su influencia entre los hombres, a la mencionada restricción policial:

-Una ordenanza sobre la moral/ decretó la autoridad/ y por la que el hombre se debe abstener/ de decir palabras dulces a una mujer./ Cuando a una hermosa veamos venir/ ni un piropo le podremos decir/ y no habrá más que mirarla y callar…/ ¡Caray! … ¡No sé/ por qué prohibir al hombre/ que le diga un piropo a una mujer./ Chitón… No hablar, porque al que se propase/ ¡cincuenta le harán pagar!

¡Qué antigua, y cómo anadea, esta cuestión del feminismo!