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Antonio Pippo Cultura

El futuro y los medios, según Antonio Pippo

EL PALENQUE DE ANTONIO PIPPO para Diario Uruguay
¿Se puede sostener un cauto optimismo acerca de que el planeta sobrevivirá a la crisis desatada por la pandemia y emergerá, quizás cambiado, con futuro? Se debe, no sólo se puede.

“El futuro demostrará que hoy estamos confinados en muchas prisiones semánticas que no nos permiten pensar rectamente sobre toda clase de cuestiones importantes”.

De otro modo, dejándonos ganar por el desánimo, el pesimismo y dando paso a ciertas versiones conspirativas en muchos casos delirantes, que siguen danzando a nuestro alrededor, ayudaremos a crear condiciones que nos convenzan de la cercanía de una suerte de apocalipsis. Hasta hace poco eso no nos inquietaba porque los grandes acontecimientos ocurridos –en ciencia y en tecnología sobre todo- habían alentado la hipótesis de que, al margen de cambios previsibles en comparación hasta con un pasado cercano, era una opción tan remota que los cálculos, entre entendidos, la situaban en un tiempo que nos parecía impensable.

Isaac Asimov, con argumentos muy sólidos, llegó a fechar el final del planeta, comprimiéndose, estallando y desapareciendo en el mismo “mar de la nada” del que surgió, en un libro de la década de 1980, “Orígenes”, en alrededor de un millón y medio de años.

A Huxley, mientras tanto, un poco antes del final de la década de 1960, le inquietaba cuánto influía el lenguaje en las ideas de los riesgos que, esporádicamente, acechaban al ser humano. Y –advierta, lector, qué interesante- llegó a escribir: “Enfrentar algunos desatinos es de los precios más altos que tenemos que pagar por el inestimable beneficio del lenguaje. Por él llegamos a aceptar la idea de que clases de cosas individuales son, en realidad, expresiones de algún plan diabólico”.

Es que lo que ahora se dice repetidamente.

Según quienes lo digan, causa una división al hacernos creer que las personas que están de nuestro lado deben descalificar a las que se hallan en un supuesto bando contrario, como la terrible expresión de muy dañinos actos, por más que esos actos sean meras abstracciones.

Desde un punto de vista menos sutil creo que es la misma idea que otros llaman “la grieta”.

Vuelvo a Huxley, en la parte de su moderado optimismo: “El futuro demostrará que hoy estamos confinados en muchas prisiones semánticas que no nos permiten pensar rectamente sobre toda clase de cuestiones importantes”.

Surge entonces, sin necesidad de que nadie la empuje a escena, la pregunta: ¿Y dónde anidan y crecen y pueden expandirse esas prisiones que no dejan pensar con la necesaria sensatez?

En los medios de comunicación y su forma de informar lo que ocurre.

Porque no se trata de que se equivoquen o contradigan los científicos, ni mientan o manipulen los hechos los políticos, y entonces la gente se malhumore, aumente su desconfianza, sea presa más fácil de operaciones militantes y aumente la desorientación social. Los medios saben que esto puede ocurrir –en realidad ha ocurrido siempre- y deben estar debidamente preparados para enfrentarlo, hacer su trabajo esencial y trasladar a los ciudadanos, hasta donde puedan, la verdad de los hechos con honestidad intelectual, independencia, imparcialidad y tomando toda la distancia emocional posible de esa verdad o verdades que surgen.

La historia ha dejado patente que es por medio del lenguaje promedio, o sea el que nos llega y el que usamos, a veces por simple imitación, que suponemos ser capaces de dar un orden y un sentido simbólicos a una avalancha de circunstancias que nos hacen una zancadilla para que caigamos en la confusión e incertidumbre.

A medida que nuestra especie avanzó en la escala evolutiva, se convirtió en la más desarrollada, De ese avance apareció la necesidad de controlar cuanto nos rodea, empezando por nuestra propia vida. Pero a medida que todo fue modificado cada vez a más velocidad –vía ciencia, tecnología, información- también creció la ambivalencia del proceso de construcción del lenguaje y se fue dificultando ese afán, entre instintivo y cultural, de crear símbolos para dar orden y sentido a todo. Como nunca antes, por la paralela degradación social, moral y cultural que sufrió nuestra comunidad por circunstancias de las que ya he hablado, nos hemos inmerso en un gran desaguisado mental y necesitamos cada día más que los medios nos describan y expliquen lo que está pasando para entenderlo.

Claro, si los medios –y siento la necesidad de precisar que hablo de los formales, no, por ejemplo, de las barrosas redes sociales- sufren su propia pandemia ya sea por intereses particulares de sus propietarios o por incapacidades o irresponsabilidad de sus actores, estamos en el horno con vistas al futuro más cercano.

Lector: espero que estas desordenadas reflexiones contribuyan, cuanto menos, a estimular su libre pensamiento racional y crítico, su análisis lógico y, al fin, una idea más clara de lo que está pasando, no con la pretensión de que coincida conmigo sino de que a nadie se le escape dónde echa sentaderas la verdadera madre del borrego que, tomando la forma que fuere –ya científica, ya política, pero básicamente informativa- está caldeando este verdadero puchero a la española.