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Antonio Pippo Cultura

¿Cuál es el panorama?

EL PENSADOR Por Antonio Pippo

 

Hay un estremecedor libro de Thomas Wolfe, “Tengo algo que deciros y no hay puerta”, cuyo contenido conmueve y, por momentos, es aterrador. Sin embargo, uno de sus personajes lanza un discurso y su final, que cierra el texto, es inesperadamente optimista:

-Bajo los pavimentos que tiemblan como un pulso, bajos los edificios que tiemblan como un grito, bajo los residuos del tiempo, los cascos del animal que vuelven a sonar otra vez por encima de los huesos rotos de las ciudades, habrá algo que crecerá como una flor, rompiendo continuamente la tierra, siempre inmortal, fiel, que volverá otra vez a la vida como abril.

Me gustaría, pensando en el futuro de nuestro país, y desde un escenario sin dramas, advertir, tener la convicción de que allá, en el horizonte, se advierte un porvenir venturoso.

Pero, claro, para zambullirse en tamaña esperanza hay que ser implacable, tenazmente realista y analizar la política nacional.

¿Cuál es el panorama?

Penoso. Persisten las intolerancias, las conveniencias alejadas del bienestar social, las chicanas baratas, las mentiras, la hipocresía y el cinismo.

Me imagino que usted estará persuadido, lector, de que eso son como grandes y dañinas piedras lanzadas desde la oposición, ya, sin dar respiro, y respondidas por el gobierno recién instalado, quizás con menos intensidad y un poco más de elegancia.
Eso está pasando.

Pero además, es posible comprobar que dentro de la propia coalición multicolor han aparecido pequeñeces de chacra en ruinas que aumentan los riesgos de que no se llegue, como tanto he repetido, confiado, a los consensos, acuerdos y políticas de Estado indispensables para enfrentar la realidad.

Con las redes sociales como pantalla de proyección y multiplicación, lo enfermizo nos está colocando al borde de una epidemia cuyos riesgos pocos parecen entender tal como se debe.
Se acabó la bonanza que provenía del exterior. Nuestro mayor comprador, China, hoy la más grande potencia económica mundial, está en recesión. Si no fuese algo tan triste que ese proceso haya sido inducido por un virus emparentado con la gripe, podría sonar a un chiste de Cacho Buenaventura.
No, no es chiste.

Y las consecuencias de la crisis china se amontonan: las tasas de interés fijadas por la Reserva Federal de Estados Unidos ponen a los países emergentes -¿aún estamos entre ellos?- con una soga al cuello; la Unión Europea, en la que hemos puesto los ojos soñando un acuerdo comercial que lleva décadas de enamoramiento frustrado, está al borde de otra crisis colosal; Japón, silenciosamente, como hace todo, le sigue los pasos hacia el precipicio; los denominados “pronósticos de crecimiento” se dirigen a la baja del precio de las materias primas, cualesquiera sean las fuentes; y, al final de la cola, pero por eso mismo más jodidos, están los países de nuestra región.

No soy economista, pero trato de informarme con aquellos que lo son y me parecen honestos intelectualmente.

Ya no es posible engañarse. Hay que tomar medidas, muchas de las cuales tal vez no serán populares, pero sí inexorables. La cuestión es que no las habrá –llámense tarifas, reducción del gasto público para dar pelea al gigantón del déficit fiscal, renegociación de la deuda externa, etcétera- si no es posible que gobierno y oposición lleguen, aunque sea, a sentarse a una mesa sin engreimientos, para lograr, en los asuntos clave, aquellas soñadas “políticas de Estado”.

 

Difícil que se logre si la oposición llega a dividirse –la actitud de Marta Jara en Ancap es un ejemplo- frente al sencillo pedido de información transparente sobre la gestión económica de las empresas públicas, y dentro de la coalición multicolor prime la torpe discusión por cargos o se alargue, porque todos los días a alguien se le ocurre un matiz, la redacción final de la ley de urgencia.

No van a romper los quimbos que -según Cuque Sclavo- es de las cosas más frágiles que existen en el planeta.

Van a romper ese camino que, aunque siempre complicado, puede llevar al progreso.