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Ramón Mérica

Mi amiga Mercedes

Hugo Alfaro. 1917-1996 Mi amiga Mercedes

Veredas de Ramón Mérica para DIARIO URUGUAY.

Con la muerte de Hugo Alfaro (El Tala, Canelones, 1917) el Uruguay no solamente ha perdido a un periodista de raza sino a un amador de esta ciudad, a la que aplanaba con tanto gozo y a veces con mucha tristeza. Era de los que revisaban las veredas y de los que miran hacia arriba. La excelente revista de arquitectura y diseño Elarqa de Mayo de 1992 publicó un testimonio de ese amor ciudadano que hoy reproducimos.

 

La calle Mercedes -hoy- en 2020.

 

Sin proponérmelo, soy un experto en calle Mercedes, acera norte entre Vázquez y Andes. No soy inspector municipal: es que recorro cuatro veces al día esas aproximadamente quince cuadras, entre mi casa y mi trabajo, y a esta altura puedo decir que mantengo con esa estrecha franja de la ciudad relaciones íntimas.

Conozco cada uno de los modestos episodios que conforman su vida: qué vecinas lavan pulen y sacan brillo a la vereda y a las rejas del balcón y en qué umbral se instala un bichicome con dos perros que lo adoran, esparciendo los tres una generosa suciedad de yerba, aguas de origen inaveriguable, papeles sucios y huesos abandonados ya, de tan roídos. Conozco cada una de las cicratices y las heridas de esa calle (los pozos que van cerrando y los que continúan abiertos) y sigo con divertido interés la marcha de obras que vi nacer. Por ejemplo, como el baldío de Mercedes entre Ejido y Yaguarón se convirtió en el Edificio Santa Tecla, quizás salido del horno de la panadería de enfrente y cómo los arquitectos Atijas y Weiss compitieron consigo mismos para levantar simultáneamente una torre en el cruce con Yaguarón y otra con el cruce con Yí. Pero el pasado también juega. Uno se pregunta si no era más gratificante encontrar en la esquina de Yaguarón y Mercedes el Bar Outes, donde solían recalar Estrázulas y Zitarroza, que el insípido, inodoro y seguramente confortable Yaguarón Bar (al que por lo menos no le pusieron Yaguaron´s).

A Mercedes uno la quiere sin saber por qué. Es como todas. Y como todas se va haciendo familiar con el transcurso de los  días, los meses, los años, hasta parecerse a esas tías que le hacían a uno todos los gustos.

Es evidente que Mercedes está por el reciclaje (ese fulgor de los pobres). Tengo cuatro obritas de esas en marcha y no  oculto mi curiosidad acerca de lo que están haciendo los arquitectos Mántaras y Somoza en la de Mercedes entre Río Negro y Julio Herrera y Obes.

Hace tiempo que amaga, arranca y se queda (en el estilo del Pompa Borges), pero ahora están surgiendo allí unos bellos arcos  y unos claros locales, probablemente para alguna galería. ¿Y qué me dicen de la Radio Carve y de las exoficinas del Correo? Recién recicladas, ambas lucen limpias y como espolvoreadas; aquélla conservadora (como en todo) y ésta convertida en  galería de arte (bajo la mirada de reojo de Susana Aramayo, en la vereda de enfrente).

Mercedes es también un escenario de múltiples contenidos. Tiene, curiosamente, una de las vidrieras más concurridas de Montevideo: la de la armería que se encuentra casi en la esquina de Andes. Es raro que no se estacionen allí, a cualquier hora del día, tres, cuatro o cinco personas para observar detenidamente una gran variedad de armas de fuego.¿Son los montevideanos que se preparan para repeler la creciente ola de de asaltos domiciliarios, o los que se preparan para perpetrarlos?

No es la única rareza: Mercedes tiene dos colas. Entendámonos: dos filas permanentes de gente que o va a pagar la UTE, en la cuadra de Editorial Labor, o vaa sacar el pasaporte , al lado de Radio Carve. Es notable observar que la cola para pagar en la UTE es silenciosa y parece aburrida, en tanto la de los pasaportes luce conservadora y jolgoriosa. Es que una es la de los sedentarios y la otra de los trashumantes…

 

Calle Mercedes en el Siglo XXI, totalmente descuidada…

 

El toque dramático lo pone en la calle Mercedes el Juzgado Penal, a escasos metros del cruce con Ejido. Cuando está de turno se juntan en la vereda los familiares, incluso niños de los detenidos, que van a declarar y a los que aquéllos esperan ver;  descienden, con fuerte custodia, de los coches celulares. Esos parientes y amigos suelen permanecer horas acampados allí, invadiendo discretamente los umbrales de las casas vecinas y encontrando un premio consuelo en los bizcochos calentitos de la panadería Santa Tecla, para los niños, es la fiesta inesperada…

A Mercedes uno la quiere sin saber por qué. Es como todas. Y como todas se va haciendo familiar con el transcurso de los  días, los meses, los años, hasta parecerse a esas tías que le hacían a uno todos los gustos. ¿Cómo no la voy a preferir?  La Avenida Uruguay es desapacible, no diré hostil pero sí indiferente, ajena; y Colonia es cosmopolita y mundana.

Y mientras camino, camino, bajo sus árboles cordiales, Mercedes a su vez, también me ve vivir.