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Antonio Pippo

Borges, el provocador

EL PALENQUE DE ANTONIO PIPPO EN DIARIO URUGUAY
Jorge Luis Borges fue el más célebre escritor en idioma español de la época modera. Fue, también, un hombre complejo, contradictorio, niño en jardines detrás de rejas, de admiración encendida –su forma de amar- por su madre, de peripecias más imaginadas que vividas y, a partir de su ceguera total, alguien que combatía la soledad usando una cálida y también filosa ironía con la que, a propósito, se contradecía.

Fue su secreta forma de seguir creando una literatura excepcional, y tolerar la vida con dignidad mientras se divertía con la desorientación ajena.

Ahí, desde ese peculiar universo interno, se explica la relación de Borges con la milonga y el tango, que tuvo más ajetreos de los que muchos saben.

Aunque jamás se preocupó de vincular su obra con esas músicas, inspirado por Carriego levantó su propio mundo de arrabales, barrios, guapos y duelos y escribió un poema –El tango- y un breve libro –Milonga para las seis cuerdas- que entusiasmaron a músicos populares y elitistas hasta proponerle colaboraciones mutuas que, aceptadas a regañadientes, o tal vez para imaginar otro de sus jueguecillos intelectuales, nunca las sintió cómodas.

El olvido arrastra muchas cosas. Aníbal Troilo le puso música al poema de Borges Milonga de Manuel Flores para la película Invasión; Jairo grabó un disco titulado Jairo canta a Borges; y otros artistas de diferente perfil añadieron melodías a distintos textos del escritor: sin ser los únicos, recuerdo a Eduardo Falú, Alberto Cortez, Facundo Cabral, Carlos Guastavino, Eladia Blázquez, Julián Plaza, Rodolfo Mederos, Horacio Malviccino, Sebastián Piana, que musicalizó Milonga del muerto, José Basso y Juan Cedrón, El Tata, que hizo la melodía del Poema de los dones y Fundación mítica de Buenos Aires.

Pero la relación más estrecha, de final explosivo, fue con Astor Piazzolla.

Durante 1965, el audaz y entonces controvertido músico invitó a Borges a su casa, adonde éste llegó con su madre. Ahí lo convenció de aunar esfuerzos para un disco donde Piazzolla, con recitados del actor Luis Medina Castro y el canto de Edmundo Rivero, musicalizaría las milongas del literato. ¡Vaya a saberse cómo, pero lo convenció! Semanas después, otra vez en casa de Astor, éste, al piano, y con la voz de su primera esposa, Dedé Wolff, que no era cantante sino pintora, pero no desafinaba, le hizo escuchar a Borges su creación y ganó su aceptación.

Piazzolla añadió al disco supuestamente de milongas, Hombre de la esquina rosada, El tango y Alguien le dice al tango. El día de la presentación, Borges se disgustó y riñó con el músico, quien, como se sabe, tenía también una personalidad arisca.

-Pero, Borges… ¿No le gustó? –preguntó Astor, ya de mal humor.

-Qué quiere que le diga… -respondió Borges-. A mí me gustaba más cuando lo cantaba la chica aquella, en su casa…

El disco distó de ser un éxito, aunque hoy se considera un objeto de culto. Borges jamás se reconcilió con Piazzolla –a quien solía llamar, despectivamente, “Pianola”-, pero sin embargo mantuvo una cordial relación con Rivero, quien le grabó solo con su guitarra otras versiones de las milongas.

Tiempo después, el autor de Adiós, Nonino dijo: -Le expliqué que había compuesto la música a la manera del 900. Y me respondió que él de música no sabía nada, ni siquiera diferenciar entre Beethoven y Juan de Dios Filiberto, que no sabía quiénes eran y además no le interesaba.

El genial Astor no entendió las boutades e ironías del incomparable Borges.

Quedó claro con declaraciones que hizo el escritor: -Contra mi voluntad me hicieron escribir para tangos y milongas… ¡A mí, que detesto a Gardel porque tenía la misma sonrisa que Perón!

Piazzolla no quedó callado: -Será un gran escritor, claro, pero en materia de música es sordo…

El final del extendido lío lo dio Borges, quien días después contó que durante unas conferencias en el interior del país lo invitaron a un concierto, al que fue de mala gana:

-De repente, sentí una especie de vértigo y de felicidad que descendía sobre mí, y al salir todos nos sentíamos más amigos, nos dábamos golpecitos en la espalda y nos reíamos sin razón. La culpa, me di cuenta, había sido la música de Stravinsky que sonó esa noche…

El mismo Borges que sentenció: -El tango es nuestra realización artística más divulgada, la que con insolencia ha prodigado el nombre argentino en el mundo…
Ante la cal de una pared que nada
nos veda imaginar como infinita
un hombre se ha sentado y premedita
trazar con rigurosa pincelada
en la blanca pared el mundo entero:
puertas, balanzas, tártaros, jacintos,
ángeles, bibliotecas, laberintos,
anclas, Uxmal, el infinito, el cero.
Puebla de formas la pared. La suerte,
que de curiosos dones no es avara,
le permite dar fin a su porfía.
En el preciso instante de la muerte
descubre que esa vasta algarabía
de líneas es la imagen de su cara.
Jorge L. Borges.
«La suma»