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El surgidero de Montevideo, según los viajeros y el Dr. José María Fernández Saldaña

HISTORIA DEL PUERTO DE MONTEVIDEO.

 

«…la bahía de Montevideo era un fondeadero seguro aunque se sufrieran algunas veces pamperos “que son borrascas de viento del Suroeste acompañadas de tormentas horrorosas”.

 

Las excelencias de la bahía de Montevideo como puerto de refugio y de recalada se impusieron a los navegantes desde los primeros viajes. Es natural que los descubridores en su paso fugitivo fueran también fugitivos en la mención. Por lo general –bien humanamente– la cita es más calurosa, según el servicio que la bahía rindió en su momento. Larga sería la lista de los navegantes que testimoniaron contestes, pese a tal cual salvedad, las excepcionales condiciones que se reunían en la profunda ensenada que el cerro señalaba con signo de referencia geográfica inconfundible, y la ventaja que ella importaba para el tráfico marítimo en estas latitudes. No obstante esta unanimidad de opiniones el poco calado de los buques de antes inclinó a varios marinos a encontrar puerto mejor que el de Montevideo, en la cercana desembocadura del río Santa Lucía. Los calados exiguos en primer término y el hábito europeo de los puertos de río, hablaban a favor de aquel fondeadero fluvial Hernando Arias de Saavedra el prestigioso gobernador criollo de 1600, es el primero en abrir pronunciamiento de este género en carta al Rey de España Felipe III, fechada en Buenos Aires el 2 de julio de 1608, donde le dice:

“Este Puerto de Santa Lucía estará a unas 30 leguas de esta ciudad. Tiene un río que entra tierra adentro, y junto a la boca, en el mar, una ensenada o bahía y una isla pequeña en medio de la entrada, que le abriga y asegura de todo género de vientos y capaz de tener gran suma de naos que pueden reunir y entrar en él a la vela; porque no hay bajos a la entrada y tiene hondo nueve brazas, todo lo cual puede arribar a satisfacción, porque hallé allí algunas canoas de los naturales de aquella costa: y en suma me parece uno de los mejores puertos y de mejores cualidades que debe haber descubierto: porque además de lo dicho, tiene mucha leña, etc., etc.”

Luis de Bougainville, famoso navegante francés, que en su viaje alrededor del mundo en los navíos “La Boudeuse” y “La Estrella” surcó las aguas platenses en febrero de 1767, dijo de la bahía de Montevideo que era un fondeadero seguro aunque se sufrieran algunas veces pamperos “que son borrascas de viento del Suroeste acompañadas de tormentas horrorosas”. Pero, también a siglo y medio de distancia reeditó lo afirmado por Hernandarias en cuanto a las bondades de la boca del río Santa Lucía como ubicación de un Puerto excelente.

“Con poco trabajo y a muy poco costo se haría en el río Santa Lucía uno de los más hermosos puertos del mundo. Este río está situado del mismo lado y a ocho o diez leguas al Oeste de Montevideo. No se trataría más que de dragar un banco de arena de casi ciento cincuenta pies de extensión, que se halla a la entrada y en el que no hay más que diez a once pies de agua. En seguida se encuentran nueve, diez, once o doce brazas durante una extensión considerable, remontando el río”.

El ilustre marino francés –nótese– ya consideraba necesarios trabajos de dragado para librar el banco que obstaculizaba la desembocadura del río. Puede suponerse la dificultad que significara aquel banco en nuestros días cuando los adelantos de la arquitectura naval han llevado los barcos a calados increíbles. Es digno de notarse, asimismo, que entre los proyectos del llamamiento universal de 1889, si bien dos de los proyectistas, Manuel García de Zúñiga y Francisco Hurtado Barros pensaron utilizar en favor del Puerto el curso del río Santa Lucía, ninguno creyó que el Puerto habría de hacerse precisamente en la barra. Mientras el Puerto de Montevideo y subsidiariamente el de Maldonado no se situaron, estableciéndose bien sus rutas y sus entradas, la navegación en las aguas de nuestra actual República era nula.

“Los buques, dicen Lobo y Ruidavets en nota a Boucarut, huían de la costa septentrional, tal era el temor que infundían los peligrosos bancos que se suponían en la desembocadura”.

Eran pocos los buques mercantes que se dirigían a esta costa y sólo en tiempo de guerra se veían algunos del Estado. Ninguno de comercio
era de más de 500 toneladas. Nunca se caminaba de noche la cual se pasaba al ancla.

Los navíos portugueses porfiando en la aventura de establecer los dominios de su rey en la Colonia del Sacramento, viéronse obligados para eludir en lo posible a los barcos españoles enemigos, a navegar en las peligrosas aguas orientales. Acautelados y confiando en la pericia de sus marinos, a ellos se debe mucho en el adelanto de la navegación primitiva del Río de la Plata. Sebastián Pereira de Sá que anduvo por nuestras tierras con motivo de las luchas por la posesión de Colonia, dice en 1750 refiriéndose al surgidero de Montevideo:

“Acomodado Puerto para muchos navíos de Alto bordo, los cuales en una gran ensenada se abrigan de los rápidos temporales
que reinan en aquella costa”.

 

1 Eduardo Madero. “Historia del Puerto de Buenos Aires”. Buenos
Aires, 1892.

2 J. Bougainville. “Viaje alrededor del mundo, etc.”, Traducción
Dantin. Tomo I.

3 Manual de la navegación del Río de la Plata, por el teniente de la marina imperial de Francia A. Boucarut, París 1856. Esta obra fue traducida al castellano por primera vez por el capitán de Fragata de la armada española Miguel Lobo y el teniente de navío Pedro Ruidavets, y publicada en Madrid, con muchas notas y ampliaciones, en 1858. Lobo permaneció largo tiempo de estudio en estas aguas.

Una segunda edición, con una carta y vistas de la costa, se publicó en Madrid diez años más tarde. Aprovechando las vinculaciones creadas en el Río de la Plata, Lobo consiguió que el gobierno uruguayo suscribiera 500 ejemplares de su obra, el Imperio del Brasil otros 500, la Confederación Argentina 300, la Provincia de Entre Ríos 100 y el General Justo J. de Urquiza particularmente 200. Libro muy útil, este manual se difundió con profusión. En lo que dice a los ejemplares comprados por el General Urquiza, todavía existían en el año 1931, muchos tomos en una habitación inmediata al escritorio de la famosa estancia de San José –propiedad de Urquiza en Entre Ríos– según me consta por vista personal. Suele citarse este manual por los apellidos juntos de Lobo y Ruidavets, tal como si ambos correspondieran a una misma persona, lo que, por otra parte es generalizada creencia. Caso de no haber sido –como en realidad lo es– la
reunión de los apellidos de dos personas distintas y el Manual fuera de Lobo solamente, los apellidos serían Lobo y Malagamba, el segundo patronímico del Almirante. Antes de la obra que nos ocupa, no existía en español ningún libro especializado atinente a la navegación platense. Para las necesidades suplía el “Derrotero de la América Meridional” de Juan Doy y Carbonell, piloto particular de Indias, publicado en Madrid en 1844.