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Montevideo antiguo, narrado como nadie por Isidoro De María

TRADICIONES Y RECUERDOS DE URUGUAY.

La primera manifestación orgánica de sus trabajos fue la Vida del Brigadier General José Gervasio Artigas fundador de la nacionalidad oriental, publicada en Gualeguaychú en 1860.

 

En 1859 Isidoro De María, radicado desde hacía más de diez años en Entre Ríos, donde desempeñaba las funciones de cónsul de la República en Gualeguaychú, escribió al presidenre Gabriel A. Pereira una carta en la que expresaba con la natural modestia que ponía en todos sus actos: «En el retiro en que vivo en este país, buscando la tranquilidad del espíritu me he dedicado tiempo ha tomar datos, hacer apuntaciones, reunir documentos y consultar diferentes publicaciones y manuscritos inéditos que había adquirido en ésa desde el año 1801, y que he continuado obteniendo y arreglando aquí para la «Historia de la República».

«Con ellos, con apuntes que conservaba de hombres competentes de nuestra revolución, que me proporcionaron cuando escribía las cartas del Amigo del País, y con mis propios recuerdos he logrado a fuerza de trabajo y de paciencia formar una especie de Ensayo Histórico de la República desde los tiempos primitivos hasta el año 1851, con el propósito de adelantarlo hasta donde lo permite mi salud, ajeno a todo espíritu de partido».

«Tengo, además, otros trabajos curiosos y estadísticos de la República, así como una Colección de Tratados, y apuntes biográficos de hombres notables de nuestro país, empezando por el general Artigas, que conservo la esperanza de poder completar, el día que me sea dado volver a mi Patria y merecer del gobierno el permiso para consultar algunos documentos del Archivo».

Estas manifestaciones trasuntan la vocación por los estudios históricos que desde la edad más temprana y por el resto de su larga vida impulsó la firme voluntad de Isidoro De María. Modesto tipógrafo, gacetillero luego en los periódicos de combate, redactor de «El Constitucional», cuyas columnas escritas en horas de lucha están impregnadas de sentimiento patrio, De María fue escritor público hijo de su esfuerzo. No había realizado estudios superiores como otros hombres de su generación favorecidos por la fortuna, las amistades o por la posición familiar. Fue un autodidacta que completó su incipiente formación con la experiencia de la vida, el trato con los hombres y la necesidad de ilustrarse como podía sobre todos los problemas a que lo obligaba el ejercicio del periodismo. La curiosidad por conocer la historia del país aparece en De María desde que despertó en él el redactor de periódicos. Con frecuencia se encuentran en sus artículos sobre problemas del momento, referencias a hechos y a hombres del pasado que por lo común entonces, nadie recordaba. Antes que él, tan sólo Antonio Díaz, dejándose llevar por su inclinación de memorialista, había hecho algunas alusiones sobre el periodo confuso de la revolución en los editoriales de «El Universal».

Esa vocación de De María por los estudios históricos, estimulada por la lectura, por el trato con los propios actores, por la curiosidad de quien aspiraba a formarse una idea sobre el pasado de su país, acerca del cual las fuentes eran tan escasas, no podía dar frutos sazonados en el medio y en las circunstancias en que De María se formó. Otros en situación más ventajosa que él o manifiestamente con aptitudes más relevantes que las suyas no fueron mucho más lejos. Antonio Díaz no llegó a editar su historia de las Campañas del Brasil cuya publicación anunció en 1829; de la Sota después de dar a conocer en 1841 la Historia del territorio Oriental del Uruguay, mantenía inéditos sus Cuadros Históricos, y Andrés Lamas, que poseía los conocimientos más completos y la formación más sólida para realizar estos estudios, nunca dio comienzo a la tarea de escribir la historia de la República que debió redactar por encargo oficial de acuerdo al decreto expedido en 1849.

Cuando Isidoro De María inició la publicación de los trabajos de que nos habla en su carta al presidente Pereira, en la cual enunció el programa de casi toda su obra futura, estaba animado de un propósito: ser el cronista de la historia de su tierra natal que sentía con un fervor acrecentado por la nostalgia. No lo guiaron propósitos más trascendentales. En el plano en que se hallaba colocado el autortipógrafo, periodista, maestro librado a sus propios medios, sin biblioteca, con el exclusivo auxilio de los papeles por él reunidos, es que debemos apreciar su obra: a la luz de las posibilidades del ambiente en que debió realizarla. La primera manifestación orgánica de sus trabajos fue la Vida del Brigadier General José Gervasio Artigas fundador de la nacionalidad oriental, publicada en Gualeguaychú en 1860. Este opúsculo, de poco más de cuarenta páginas, encierra el mérito indiscutible de ser la primera biografía escrita con espíritu justiciero sobre el personaje, acerca del cual José P. Pintos, rectificando conceptos anteriores, había emitido opinión coincidente en 1856.

No disminuyen el valor de esta biografía los errores que puedan señalársele, el que su autor se hubiera hecho eco de versiones luego no confirmadas por investigaciones posteriores; menos aún que en su disposición de ánimo hacia la figura de Artigas pudieran haber influido circunstancias de orden familiar. Por encima de esas consideraciones predomina algo más importante: el sentimiento orientalista que alienta estas páginas, la concepción de nuestra historia realizada con todas las deficiencias técnicas que se quiera, pero con noción cabal de los rasgos propios de la tierra en que se había desarrollado, y del carácter de los hombres que la habían protagonizado.

En 1864, ya reinstalado en el país, al que volvió con su familia para ganar el sustento escribiendo otra vez en la prensa diaria, dio comienzo a la publicación de su Compendio de la Historia de la República Oriental del Uruguay, en el que se propuso estudiar el período comprendido entre la época del descubrimiento y el año 1830. La obra constaría de tres o cuatro volúmenes. Hasta aquel momento ningún escritor nacional había publicado una historia de la República que abarcara la época colonial y la etapa de la revolución. El español Deodoro de Pascual había editado en París en aquel mismo año sus Apuntes para la Historia de la República Oriental del Uruguay desde el año 1810 hasta 1852, escritos con información obtenida en los archivos brasileños. La Historia Argentina de Luis Domínguez publicada en 1862 suplía por el momento las exigencias de nuestra enseñanza.

El período estudiado por De María en el tomo primero del Compendio, con el auxilio de de Angelis Funes, Azara, de la Sota, y del archivo del Cabildo de Montevideo, alcanzaba hasta 1800. Este libro destinado a la juventud estudiosa fue escrito con un gran amor al país y a sus tradiciones. En sus páginas se narran los hechos en forma sencilla con el ánimo de crear entre la Juventud la conciencia sobre un pasado del que se tenía una visión confusa e inorgánica y al que era necesario exaltar pata fortalecer el sentimiento patrio desfalleciente por momentos en época en que aún no se había consolidado la independencia nacional. El autor no se plantea graves problemas de interpretación ni de crítica histórica. Era necesario antes que nada dotar a la República de una crónica general que recorriera en forma accesible todas las etapas de su evolución y aunara todos los sentimientos. Contemporáneamente con la iniciación de la obra emprendida por De María, Luis Destéffanis ocupó la cátedra de historia de la Universidad de la República y Francisco A. Berra dio a la estampa en 1866 la primera edición del Bosquejo Histórico de la República Oriental del Uruguay desde su descubrimiento hasta el año de 1830, breve ensayo destinado, a través de sucesivas ediciones y ampliaciones, a adquirir real notoriedad e importancia. Berra, espíritu analítico y racional, encaró el estudio de la historia con otro criterio: era necesario, a su modo de ver, estudiar los hechos en su real crudeza, mostrar a los hombres en sus virtudes y defectos y penetrar luego en la filosofía de esos hechos para explicar su origen y prevenir su reiteración. A la narración tradicional dirigida a formar los sentimientos, Berra oponía la historia crítica del pasado para iluminar la razón y el entendimiento del pueblo. Desde entonces, y por espacio de treinta años, esas dos corrientes antagónicas se disputaron el dominio de la enseñanza de nuestra historia. A medida que De María cumplía las etapas de su plan, dando a la prensa los siguientes volúmenes del Compendio y reimprimía con ampliaciones los ya publicados, Berra editaba las sucesivas versiones del Bosquejo enriquecidas por el estudio y la madurez del autor.

En 1874 De María publicó el tomo segundo del Compendio que alcanzaba hasta el año 1815; en el mismo año hizo Berra la segunda edición del Bosquejo, obra que por la rigurosidad del método didáctico, profundidad de criterio y por responder a la tendencia que desde aquel período predominó en nuestra enseñanza, tuvo larga vigencia, a la que obstaron por distintos medios y con desigual resultado Carlos María Ramírez y Francisco Bauzá a quien cupo luego realizar en un plano superior el pensamiento de una historia del país concebida con sentido nacional. Entre tanto De María, mientras publicaba «La Revista del Plata» (1877-78), periódico semanal en el que hizo conocer crónicas y testimonios históricos de real interés, completaba y daba forma a los Rasgos biográficos de hombres notables, publicados entre 1879 y 1886, obra en la que persistió en su loable intento de exaltar los valores individuales de nuestra historia, bien que con algunas exclusiones impuestas por las pasiones partidistas que el autor, hombre de su tiempo, no pudo eludir. Los Anales de la Defensa de Montevideo, compilación cronológica de noticias y documentos tomados de la prensa, fueron publicados entre los años 1883 y 1887.

De inmediato se aplicó De María a la tarea de la que resultaron las Tradiciones y Recuerdos Montevideo Antiguo cuya redacción alternó con la de los tomos restantes del Compendio. El tomo primero de las Tradiciones fue impreso en 1887, habiéndose hecho al año siguiente una segunda edición del mismo; en 1888 y 1890 los tomos segundo y tercero, con los que la obra pareció terminada. En 1893 dio a conocer la cuarta edición ampliada del segundo tomo del Compendio y el tercero de esta obra cuyo desarrollo alcanzó hasta el año 1817, y en 1895 publicó el tomo cuarto y último de las Tradiciones(l). Estas precisiones bibliográficas, que pueden resultar tediosas, son necesarias, pues ellas ponen de manifiesto la forma como debió trabajar De María. Acuciado por las exigencias materiales de la vida y las obligaciones que le imponía una numerosa familia; sin recursos propios, requerido por otras tareas como el periodismo, los quehaceres de la imprenta, la política, los problemas de la enseñanza; escribiendo el tomo de una obra en curso de publicación, al tiempo que corregía un catecismo constitucional, una cartilla, o que revisaba, para darlo ampliado en nueva edición uno de los volúmenes agotados del Compendio o de los Rasgos Biográficos, recién al final de su existencia pudo trabajar en un ambiente que armonizaba con sus gustos e inclinaciones cuando fue designado Director del Archivo Público, cargo que ejerció hasta su muerte ocurrida en 1906(2).

 

Montevideo Antiguo es la más popular de todas las obras debidas a la infatigable pluma de Isidoro De María. La que mejor lo identifica con el medio en que vivió y trabajó.

 

Las obras de De María cuya relación antecede, las muy numerosas que escribió con fines didácticos sobre distintos temas de carácter nacional, las diversas contribuciones documentales por él aportadas para el mejor conocimiento del pasado, son el fruto de un ahincado y perseverante esfuerzo. De María fue un narrador, un cronista que armó sus relatos acordando el mismo valor a los elementos de carácter tradicional, a los recuerdos personales con sus imágenes frecuentemente desdibujadas por el tiempo, y a la información documental extraída sin mayor prolijidad de los archivos públicos y privados. Sin espíritu crítico, no realizó un examen riguroso de las fuentes. Se ha dicho, y es exacto, que su obra carece de método y de valor científico. Pueden señalarse sin duda muchas imprecisiones, no pocas
afirmaciones que una revisión posterior ha desechado. Algunas sobre temas de poca monta, magnificadas por la hipertrofia de que padecen ciertos investigadores consagrados al estudio de aspectos parciales de la historia. Estos reparos pueden hacerse extensivos a la mayoría de los cronistas e historiógrafos de su tiempo, exceptuando, claro está, a Francisco Bauzá.

No obstante todas las salvedades anotadas, la obra de De María llenó en su época una gran misión. Por la sencillez con que está concebida, por su carácter superficial y su tono ameno, fue durante medio siglo la fuente de inforrnación más accesible a los estudiantes y a las clases populares en las que era necesario arraigar la noción de los valores tradicionales. ¿Qué en ella está ausente el análisis trascendental de los hechos estudiados a la luz de un criterio filosófico? De María no aspiró a ser sino un cronista, amable, un tradicionalista, veraz en la medida en que puede serlo quien se apoya en la tradición, un narrador que relató la historia en actitud reverencial hacia los hombres del pasado como medio de exaltar la nacionalidad. Este mérito no puede serle negado aun por el crítico que enjuicie su obra con mayor severidad.

II
La plaza de Montevideo rodeada por murallas en las que De María había correteado cuando era niño, en cuyos extramuros asomaba entonces un raleado caserío, tenia en 1887 una población cercana a los doscientos mil habitantes. Los recuerdos personales del cronista se remontaban a los días de la Cisplatina. En 1830 había visto demoler las fortificaciones para abrir paso a la ciudad nueva, y transformar poco después la Ciudadela en mercado público. Testigo de la cosmopolitización y desarrollo de Montevideo durante la Guerra Grande, pudo presenciar luego la transformación de su arquitectura colonial, la mudanza de las costumbres, cómo la ciudad extendida, se ligaba con la Unión y con la Aguada. Contemporáneo de la entrada de los orientales a Montevideo en 1829, presenció en 1879 la demolición del Fuerte y de la Ciudadela, últimos baluartes del pasado colonial. Cuando el aluvión inmigratorio había sustituido los antiguos usos y costumbres, y los apellidos tradicionales; cuando el impulso afiebrado de la época de Reus que se iniciaba, se aprestaba a mudar lo poco que aún subsistía de la antigua fisonomía de Montevideo, Isidoro De María, dejándose llevar por el sentimiento que lo ligaba a las viejas piedras de la ciudad natal, creyó que era necesario fijar la imagen de ese pasado, antes que el tiempo y la rápida transformación aventaran todos los recuerdos y abatieran los pocos testimonios materiales aún en pie. De ese sentimiento, de su instintiva vocación de cronista, nació su libro Tradiciones y Recuerdos- Montevideo Antiguo. Dos obras fueron las que tuvo De María a su alcance más cercano al escribir las Tradiciones y Recuerdos. La publicada en 1882 por el Dr. José Antonio Wilde, Buenos Aires sesenta años atrás y las Tradiciones Peruanas de Ricardo Palma cuya primera serie, originariamente publicada en periódicos, había sido compilada en 1872. difundida luego vastamente en el Río de la Plata con motivo de la edición completa de la obra impresa en Lima, en 1883, uno de cuyos volúmenes fue precedido del juicio sutil y certero de Miguel Cané 3).

La obra de Wilde se desarrolla con sujeción a un plan orgánico. En cada uno de sus capítulos se trata un tema particular, un aspecto de la evolución de la ciudad y de sus costumbres estudiado a grandes trazos a través de los últimos setenta años de historia local. En las páginas de las Tradiciones, la obra clásica en su género, se sucede el relato de episodios de las épocas más distantes; la anécdota, la semblanza de un personaje, una pintura de ambiente, un cuento o una conseja, todo escrito en un tono en el que resulta difícil precisar dónde la histeria, basada muchas veces en recuerdos vagos, limita con la fantasía y la novela. Es explicable que un escritor, como De María que no concebía sus libros con mayor orden por la falta de método a que se sentía inclinado por naturaleza, cautivado por la belleza del estilo, por el tono amable y superficial de las narraciones que se suceden sin plan cronológico o temático, haya tomado a las Tradiciones por modelo de su libro, fenómeno por otra parte común en una época en que la obra de Ricardo Palma alcanzó en América tan grande notoriedad e influencia. Palma tuvo real conciencia de que había creado un género que suscitó de inmediato numerosos imitadores. «Sin que ello signifique un arranque de vanidad -escribió en 1880- creo que, ya que no se me reconozca otro mérito, nadie me disputará el de haber despertado en la América latina el gusto por exhumar tradiciones, y puesto a la moda lo que hoy se llama literatura tradicionalista. Antes que yo, ni en Méjico, Chile y las repúblicas del Plata, y Colombia, pensó nadie en escribir tradiciones en la forma ligera por mi adoptada. Que debo estar acertado lo prueba el crecido número de imitadores que he tenido». Innecesario será que nos detengamos a señalar en qué medida se distancian en el plano literario la obra de Palma y la de nuestro buen cronista que, a imitación del escritor limeño, supo dar a algunas de sus páginas un tono de chanza ligera, una agilidad y soltura que le acuerdan cierto valor no desdeñable (4).

III

En los cuatro volúmenes de Tradiciones y Recuerdos Isidoro De María realizó una evocación del pasado de Montevideo colonial hasta la iniciación republicana de 1830. Narró en forma somera la fundación de la ciudad y trazó las etapas de su desarrollo edilicio a través de la historia de sus fortificaciones, de las más importantes obras de arquitectura militar, religiosa y civil: el Fuerte, la Ciudadela, las Bóvedas y el Cuartel de Ingenieros; la Matriz, San Francisco, los Ejercicios y la Capilla del Cordón; el Cabildo, las residencias particulares, el muelle, las calles y otros aspectos edilicios. Describió los lugares que adquirieron notoriedad y renombre por su importancia natural, porque se les asociaba al recuerdo de algún episodio determinado, rasgo típico o costumbre popular, tales como el Baño de los Padres, el Hueco de la Cruz, la Peña del Bagre, la Esquina redonda, la calle de los Pescadores, la de los Judíos, la de las Tiendas, la Plaza de la Verdura, los Pozos del Rey, el Caserío de los Negros, la Aguada, el Cristo, el Buceo, la Estanzuela, los Propios, y la Zanja Reyuna. Reconstruyó el cuadro de la ciudad y el diario vivir de sus habitantes en las crónicas sobre los aguateros, el alumbrado, los serenos, las pulperías y tendejones; el cañonazo de la puesta del sol, los casamientos, los entierros, los baños en el Cubo y en la playa de las Delicias, y los candombes en el Recinto; a través de los usos, costumbres» gustos y sentimientos de los vecinos; el vestido, el adorno de la vivienda, las flores y frutas que se cultivan en los Jardines y en las huertas; los juegos de los niños, las corridas de toros, las fiestas de San Juan y San Pedro, la de los Santos Patronos, las ceremonias religiosas y el paseo del estandarte.

Incluye entre esas evocaciones tradicionales los episodios de distinto carácter que habían quedado grabados en la memoria de los antiguos pobladores o en la del autor: la toma de la ciudad por los ingleses en 1807, los funerales de Blas Basualdo, las fiestas mayas de 1816, la entrada de Lecor en 1817, la aprobación de la constitución imperial en 1824, la Jura de la Constitución de 1830, un eclipse de luna, un gran temporal o el pánico y estrago causados por los tigres que entraban a la ciudad. Completó la Visión de la época con las aventuras de los tipos populares: los locos mansos del hospital, el Licenciado Molina, Pepe Onza, Juan Soldado, o con la historia del niño prodigio Dalmiro Costa. De María incluye además en su obra, algunos ensayos monográficos sobre la historia de la cultura y de la sociedad, capítulos que tratan de la Imprenta y el periodismo; el Teatro, y la Sociedad Filarmónica; la Escuela Lancasteriana y la del Cabildo; la Hermandad de Caridad, el Hospital, el Asilo, los médicos y boticarios. No estuvo en el propósito del autor ocuparse de la historia militar de Montevideo, de sus instituciones políticas y administrativas. Se limitó a hacer breves referencias a los cuerpos mlitares, a sus uniformes y Santos y Señas; al Cabildo y a la Junta Económico Administrativa de 1830, a la moneda y a los símbolos nacionales. Sólo se propuso reunir los elementos para reconstruir la historia civil y doméstica de una sociedad y de una época, los rasgos materiales y espirituales que dieron color y fisonomía propia al Montevideo colonial y al de la Patria Vieja (5 • Por su carácter Montevideo Antiguo es una obra fragmentaria; la diversidad de temas, acuerda a sus páginas una gran amenidad. A pesar de que el autor, como lo ha señalado Roxlo, carecía de fantasía pictórica y de la facundia verbal para darles colorido y mayor vuelo, las trazó en un tono ligero e impregnó de un sentimiento de ingenuo amor al pasado que las llena de encanto y hace perdurables, aún cuando se hallen desprovistas de las galas del estilo, del nervio que vivifica y anima la narración o de la pincelada feliz que descubre los rasgos de un personaje.

Montevideo Antiguo es la más popular de todas las obras debidas a la infatigable pluma de Isidoro De María. La que mejor lo identifica con el medio en que vivió y trabajó. Nacido en los días de la Patria Vieja fue un oriental de cuño auténtico que en actitud equidistante reconoció en su obra, junto a la participación que le cupo a la clase culta de la ciudad en la formación de la nacionalidad, la misión histórica cumplida por los caudillos y las masas campesinas. Pero De María, fue, además, y lo tuvo a legítimo orgullo, un montevideano que amó entrañablemente a su ciudad natal y a sus tradiciones. Abarcó en su dilatada y fecunda vida el siglo de la revolución. Vivió mucho. Conoció a los hombres más importantes y al pueblo modesto de las distintas etapas de ese largo y admirable proceso. Por ello es que todos los habitantes de Montevideo que a comienzos de este siglo lo vieron recorrer todavía las calles de la ciudad, lo asociaban con las tradiciones más lejanas del país. Su figura aparecía rodeada de una atmósfera de respetabilidad creada por el saludo unánime y reverente que todos hacían a su paso. No era fácil olvidarle. De estatura pequeña, apenas encorvado, los años no impedían su andar animoso, al que daba patriarcal señorío el movimiento de los brazos siempre en actitud de responder al homenaje del saludo o de posarse en los hombros de un niño para preguntarle cómo se llamaba y decirle a continuación que había conocido a su bisabuelo. La blanca barbilla recortada dejaba ver el rostro afable surcado de arrugas, al que daba vivacidad el pestañeo nervioso de unos ojos bondadosos que habían visto tanto. A su muerte se dijo con razón que había vivido y trabajado tanto que sus conciudadanos lo consideraban como una encarnación del pasado.

Su vida y su obra están hoy un tanto olvidadas. En el medio siglo transcurrido desde su muerte sólo se han reeditado los Rasgos biográficos de hombres notables y una selección de Montevideo Antiguo precedida de un estudio de Armando R. Pitorro. En su glosa sobre las ‘I’radiciones Peruanas, Miguel Cané decía que la lectura de la obra de Ricardo Palma era lo que mejor podía impulsar a un hombre de estudio a escribir una historia de Lima. Recordaba que la idea de escribir La historia de la Conquista de Inglaterra p0r los Normandos, había nacido en Agustín Thierry después de leer Ivanhoe. No desechamos la posibilidad de que la actualización de Montevideo Antiguo, libro desconocido por las nuevas generaciones, sugiera a algún investigador joven el proyecto de escribir la Historia de Montevideo. Una historia en la que sean estudiados, conjuntamente con los orígenes del presidio que fue Montevideo, las luchas por el dominio del Río de la Plata que determinaron su fundación; el destino militar del Real San Felipe, la misión que cumplió como plaza fuerte; el esfuerzo de sus pobladores para conquistar y extender el dominio de la jurisdicción terrestre; la vida del puerto, la rivalidad con Buenos Aires, los azares del contrabando y la misión del apostadero; una historia que explique el papel que le cupo a Montevideo en el proceso de la independencia nacional y en la etapa previa de las Invasiones Inglesas, el espíritu portuario que animó a sus dirigentes y su adversión a los caudillos; una historia que estudie sin pasión el destino político, militar y económico de la ciudad de Montevideo en la conjunción de intereses y de ideas que originó la Guerra Grande del Río de la Plata, durante la cual, sitiada ocho años, culminó la notoriedad universal que le acompañó desde sus orígenes; una historia que desentrañe las causas del antagonismo entre la ciudad y el medio rural hasta que el equilibrio de ambas corrientes determinó la unidad del país; la influencia económica del puerto de Montevideo en ese proceso de unificación centralizadora; una historia, en fin, que al estudiar las etapas de la transformación material de Montevideo, reconstruya la fisonomía y restaure el color de cada época a través del cuadro de costumbres y de la escena de ambiente y señale, a la vez, las corrientes inmigratorias que contribuyeron a la formación de una sociedad plástica y receptiva, sensible a todas las corrientes del pensamiento universal.

JUAN E. PIVEL DEVOTO