Inicio » El pensador, Antonio Pippo
Antonio Pippo VOCACION FM

El pensador, Antonio Pippo

EL PALENQUE DE DIARIO URUGUAY.

 

«Sólo sé que esta suerte de urticaria posibilista, contagiada por vaya a saberse qué extraño insecto descubierto por epidemiólogos de Salud Pública, no nos traerá aires renovadores, ni las soluciones
que necesitamos…»

-En su libro “Breve diccionario del argentino exquisito” –que recomiendo a los uruguayos pues es divertido e ilustra-, Bioy Casares destaca el adjetivo “posibilista” (no revelaré qué dice).
No es un barbarismo. Está aceptado por la Real Academia.

El posibilismo fue un partido político creado por el español Castelar en el último cuarto del siglo XIX. Ya no corre pencas electorales. Fundió los motores. Pero su tendencia doctrinaria esencial, aun desde el recuerdo y pese a sus reiterados fiascos, me viene de perillas para una hipótesis sobre lo que está pasando aquí: esa doctrina se basaba en aprovechar, para la realización de determinados fines o ideales, cualquier posibilidad o circunstancia a la vista aunque no tuviesen vínculo alguno con sus principios.

Creo, lector, que ya le vienen a la mente unos cuantos políticos autóctonos y las estrategias que están usando.

Me quiero centrar en esta especie de estallido de candidatos presidenciales que nos ha conmovido y
cuyos sujetos más representativos parecen sacados de un cuento sobre la locura de Manuel Vicent,
donde, por ejemplo, se da este diálogo:
El candidato posibilista, equivalente a un psicótico delirante, le dice a alguien que quiere que lo vote:
-Si te portas bien, en la otra vida que te espera serás un habitante de Venus.
El hipotético votante, desquiciado también, no es presa fácil: -Pero… ¿habrá allí tarjetas de crédito?
-No. Tendrás una caja de música en el corazón que nunca cesará de tocar la “Barcarola” del gran
Offenbach.
-¿Y eso que me importa? Mejor quiero ser una lechuga con alma de nieve.
-Ah, no. Pide más. ¡Estamos para cosas grandes!
En nuestro próximo proceso electoral ¿habrá candidatos –ya que partidos no- que reúnan las
características de un posibilista? Ah, oteando el panorama, creo que sí.

La cosa sustantiva pasa, a fin de cuentas, porque como somos demócratas y creemos en la equidad y la igualdad de oportunidades, etcétera, respetamos que cualquiera tenga derecho a presentar de un día para otro su candidatura o permitir que algunos entusiastas desproporcionados por las novedades, y muy aferrados a estigmatizar a los políticos profesionales, lo hagan por él.

Cuestiones como la experiencia en gestión gubernamental o administrativa, conocimientos probados de los problemas vernáculos e internacionales, calidad de la trayectoria anterior –no importa si transcurrió siempre a placé o cerrando la fila contra los palos en las votaciones- capacidad y honestidad intelectual, inteligencia básica y hasta la mera habilidad de expresarse por escrito y comprender lo que lee, han caído en desuso, derribadas y masacradas por ese derecho que asiste al candidato a serlo.

Podría mencionar unos cuantos casos. Pero hoy me detendré en el joven Juan Sartori, que al menos
enseña con esmero cuasi cinematográfico su sonrisa de publicidad de dentífrico y, dicen que dicen,
es millonario.
¿Otras virtudes? No se sabe. El puñadito de personas que lo apoya asegura que “ya las exhibirá” para que no queden dudas.

El problema que suele darse con estos casos es que, antes de que el candidato sorpresivo llegado en
paracaídas –o en un avión o yate privados, da lo mismo- siempre es investigado antes por sabuesos
periodísticos de esos que los políticos, todos, desprecian tanto y los acusan de crear conspiraciones y planes siniestros empujados desde el exterior.

No sé qué pasará con Sartori, como no sé qué pasará con Andrade, o Talvi, o Sendic.

Sólo sé que esta suerte de urticaria posibilista, contagiada por vaya a saberse qué extraño insecto
descubierto por epidemiólogos de Salud Pública, no nos traerá aires renovadores, ni las soluciones
que necesitamos y sí nos convertirá, día a día, interminablemente por lo que uno intuye, en la imagen fiel de una republiqueta bananera que nos devuelve el espejo.
Que ejerzan su derecho, claro. Sólo espero que, los demás, sepamos cumplir.