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Museo Chacarero

Los Putlizer de la OFI. El Isabelino Dionisio Alejandro Vera Iparraguirre (DAVY), y su crónica fiel de la final de Maracaná

MUSEO CHACARERO DE DIARIO URUGUAY. EXCLUSIVO/EFRA (Efraín Martínez Fajardo) para Diario Uruguay

DAVY
Dionisio Alejandro Vera Iparraguirre
Llegó un día a Montevideo desde su pueblo natal: Paso de los Toros, con la ilusión de triunfar en el arco del club Nacional de Fútbol. Venía de la mano de un maestro del periodismo deportivo: Carlos Reyes Lerena, quien le había visto condiciones para el puesto de golero, evidenciadas bajo los tres palos del seleccionado isabelino. El crudo trasplante de los trenes de aquél entronque ferrocarrilero, a la metrópoli ruidosa y luminosa que amparaba y facilitaba vigilias alegres, en noches de vino y mujeres, echaron al olvido las nostalgias por todo lo que había quedado a la distancia, pero enlentecieron y detuvieron su carrera deportiva.
La mano de su mecenas lo salvó de un regreso penoso como lo es para todo fracasado y por protección de padre le brindó el acceso al diario «El País», en el que fungía como Jefe de la Sección Deportes. ¿Fue un golpe de suerte o una intuición del veterano periodista?. Lo cierto fue que el golero malogrado comenzó a transitar así por un nuevo y largo camino que le reportaría su mejor identificación profesional y su tuteo con el éxito, logrado por el destaque y relumbrón de sus notas y aguafuertes, que eran reflejo de vida y muerte, de luces y sombras, de éxitos y fracasos del hombre luchando por su vida y su subsistencia. Eran en parte el reflejo de su propia lucha y de su vida mezclada, entre la alegría de sus triunfos profesionales y una tristeza, entre tímida y huraña de su personalidad, que lo mantenía ajeno a los éxitos, a los aplausos y a los halagos.
Sin proponérselo hizo escuela. Tan sólo leyéndolo se podía abrevar de sus enseñanzas, cuanto más, cuando de vez en cuando abría el libro de sus conocimientos y sus consejos. Nos deslumbraba con sus habituales secciones, que leíamos antes que se editaran, por el privilegio de vivir hasta sin ninguna obligación, en la forja de la redacción y constituían para nosotros, regalos preciados, tener en nuestras manos las pruebas de sus artículos: «Lo que no dice la Crónica», «La Filosofía de los Lagartos», «La Crónica de los Martes», eran nuestro alimento espiritual, que nos hacía crecer periodísticamente, deleitándonos al mismo tiempo con sus anécdotas llenas de fuerza y luminosidad y culminadas en sabias moralejas, claras y directas; simples y profundas.
Ora exaltaba virtudes del fútbol de tierra adentro, que lo llevaba en su sangre, ora cobraba alturas siderales junto a la celeste, siendo el portavoz que hizo vibrar su lira para envolver de música sublime y de sonoros ecos aquél triunfo histórico de Maracaná. Aquella victoria mágica para la que se necesitaba otro mago del periodismo, para cantarla, para exaltarla, para que quedara entre sus merecidos blasones para la eternidad.
Un día, pasados ya muchos años en la profesión, llegamos a creer que estábamos copiando al Maestro. ¿Era así?. No, habíamos logrado llegar a tocar sus sandalias. Las sandalias del Maestro. ¡Qué privilegio!.
Y ese Maestro, ya lo saben ustedes, no es otro que Dionisio Alejandro Vera Iparraguirre (DAVY), que mi mente adora… Si tú que lees esto, eres ahora un hombre lleno de vida y fuiste hace años atrás un niño del Dr. Caritat, sabrás compartir esta misma o mayor adoración.
Y ahora un epílogo con algo que en esta evocación traté de ocultar o desechar de revelar, pretendiendo guardar un secreto que creo que aún puede o debe seguir siéndolo. Davy nos sensibilizó y compartimos con él su extraordinario amor por los perros, «los mejores amigos del hombre», aunque ahora recién nos damos cuenta de que alguno o algunos de los animales inteligentes de la selva humana le habían fallado, y que ese era su dolor y su inadaptación a los muchos disfraces, en los que se presentan los seres humanos. No creo que nos quede al respecto un «Mea Culpa», aunque algunas veces irrespetuosamente, equivocadamente y sin visión sicológica alguna, dijimos: «Davy está loco»…
Por sobre esta confesión tardía y por encima de esta revelación también atrasada, en nombre de todos los que le fallamos le pedimos sinceramente perdón y lo absolvemos de todos sus pecados.
FOTO: ARCHIVO DE DIARIO URUGUAY
El País siempre lo recuerda porque DIONISIO ALEJANDRO VERA fue testigo privilegiado de la final del Mundial de Brasil, el enviado especial de El País, Dionisio Alejandro Vera (Davy) describió en una crónica vibrante, publicada el 17 de julio de 1950, la emoción que embargó a todos los uruguayos tras la mayor hazaña que recuerde el fútbol mundial.
Enviado a Río de Janeiro
Viernes, 14 Septiembre 2018 02:00

El gol de la victoria terminó con el fervor de los 200 mil espectadores, y se hizo un impresionante silencio en el estadio monumental de Maracaná.

Nunca olvidaremos lo que hoy hemos vivido. Ha sido la más grande experiencia de nuestra vida periodística, y sin duda lo más grande de nuestra vida deportiva. Hemos logrado el título de Campeones del Mundo después de una lucha de un dramatismo que no acertaríamos nunca a describir. Hemos demostrado que el fútbol uruguayo no tiene parangón en la Tierra. Hemos reeditado las mejores hazañas de nuestros mejores tiempos deportivos, y quizás no sea exagerado expresar que esta de hoy es superior aún a la de Colombes, a la de Ámsterdam y a la de Montevideo, porque se ha ganado en tierra extraña, con un cuadro que venía jugando mal, en medio de un clima realmente asfixiante por el público y la crítica ensoberbecida. Todo parecía estar en contra de nosotros, pero para oponerse a tanto factor adverso y para neutralizarlos, quedaba la garra tradicional, jamás desmentida, de los uruguayos.

No podemos medir en toda su magnitud, todavía, la formidable grandeza de esta hazaña, que parece un milagro. Cuando sonó la pitada final, nos abrazamos llorando en el palco de la prensa con don Carlos Scheck, con Franzini, con Schiappapietra, con el vasco Cea, con todos los muchachos de la prensa uruguaya (…).

El público, que con el gol de Friaza al comienzo del segundo tiempo vio el camino abierto para la consagración final de sus jugadores, no pudo entender lo que ocurría cuando después del empate, el gran Ghiggia conquistó el tanto que habría de significarnos el título mundial.

Ese público que se había maravillado al presenciar el desempeño de sus favoritos frente a España y a Suecia, quedó esta tarde asombrado ante el trabajo de los celestes. Los vio guapos, plenos de coraje, rudos en el esfuerzo, creciéndose ante las circunstancias adversas de la brega, y entonces ese público se ablandó, y en medio de un impresionante silencio, siguió los momentos postreros presenciando una proeza que jamás pudo soñar, proeza que, paso a paso, con la tranquilidad y la conciencia de los verdaderos vencedores, estaban escribiendo los mejores jugadores de fútbol del mundo.

Después que sonó el silbato, la emoción nos embargó por completo. Todos los periodistas extranjeros nos felicitaban. Cuando la gente se enteraba de que éramos uruguayos se apresuraba a estirarnos la mano en un ademán que habla de la caballerosidad y del afecto que en este pueblo se tiene por la patria oriental. Y nos decían algo que encerraba el mejor elogio y la crítica más completa del espectáculo: “Así se gana. Además de técnica, hay que tener corazón”. La honradez periodística nos obliga a decir que no esperábamos lo que hoy llegó, y quien diga que lo esperaba no dice totalmente la verdad. Todo nos resultaba hostil. Sabíamos que jugando bien haríamos un gran partido y que caeríamos entonces con honor. Pero estábamos lejos de pensar en el milagro que llegó, y que llegó porque hay que convencerse que en estas instancias los uruguayos son los únicos en el mundo en sacar a relucir una técnica, un corazón, una ciencia y una tranquilidad que nadie tiene.

El grito de ¡URUGUAY, URUGUAY, URUGUAY! retumbó en el inmenso estadio por largo tiempo después del triunfo emocionante, mientras los aficionados locales se retiraban descorazonados. Es que habían subestimado los valores del team celeste. Mientras tanto, nosotros seguíamos llorando de emoción. Cuando llegamos al hotel nos esperaban muchos compatriotas con quienes nos abrazamos y nuestro pensamiento estaba en Montevideo, en esa ciudad a la que imaginábamos viviendo horas desbordantes de alegría.

Este triunfo uruguayo fue conquistado sobre sistemas mundiales, sobre tácticas europeas que se decían perfectas, sobre entrenamientos que se dicen los más acabados y contundentes, como el que ostentaban los brasileños. La perfección de los sistemas y de los entrenamientos, sin embargo, desapareció en noventa minutos de inigualado juego oriental. Está visto que estos muchachos, como aquellos grandes campeones de antes, conocen el secreto de domar públicos hostiles y de quebrar todos los favoritismos. Estos bravos criollos han escrito el mejor capítulo en la historia gloriosa del fútbol celeste.

La selección de Uruguay fue una de las 13 participantes de la Copa Mundial de Fútbol de 1950, que se disputó en Brasil. Luego de haber ganado la Copa Mundial de 1930 y de ausentarse en las ediciones de 1934 y 1938, el combinado uruguayo vuelve a ganar el campeonato mundial, prolongando así su condición de invicto en esta competición. En la final, la formación inicial de la selección uruguaya, bajo la dirección técnica de Juan López fue la siguiente: Roque Gastón Máspoli; Defensa: Matías González y Eusebio Tejera; Mediocampo: Schubert Gambetta, Obdulio Varela (C) y Víctor Rodríguez Andrade. Delanteros: Alcides Ghiggia (foto), Julio Pérez, Óscar Míguez, Juan A. Schiafino y Ruben Morán.

El pueblo se volcó a la calle

Los aficionados uruguayos vivieron horas de emoción y entusiasmo irrefrenables frente a la nueva conquista obtenida por el fútbol oriental. Primero se siguió por radio la transmisión del partido con incertidumbre angustiosa. Cuando se anunció que el match había terminado con la victoria celeste, las calles de Montevideo se llenaron de un pueblo enfervorizado. Todos los barrios de la ciudad vivieron el momento de gloria; nuestra principal avenida, cubierta totalmente de público desde el Obelisco hasta la Plaza Independencia ofreció un delirante e inolvidable espectáculo.

Los goles que quedaron en la antología del fútbol

Brasil dominó por completo la primera parte y los uruguayos mantuvieron la portería a cero gracias a las atajadas de Roque Gastón Máspoli. Tras la reanudación, Friaza anotó el 1-0 para júbilo del público local. El Negro Jefe detuvo el ritmo al reclamar al árbitro un fuera de juego inexistente, con el que quería restar tensión a la situación. A partir de ese momento, los charrúas se crecieron. En el minuto 66, Alcides Ghiggia escapó por la derecha y tras simular que remataría a puerta optó por un pase al medio del área, donde el ingreso sin marcas de Juan Alberto Schiaffino le permitió igualar. Y en el minuto 79, un ataque entre Ghiggia y Julio Pérez por la banda derecha supuso la remontada. Ghiggia superó en la marca a Bigode, amagó un centro y logró que el arquero Barbosa dejase un resquicio en el palo derecho, para batirle con tiro raso.