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Arotxa:»Hay mucha gente que juega a ser periodista y entonces larga bolazos, no confirma lo que está diciendo y entonces empieza la locura del Facebook y el Twitter»

HELARTE CON AROTXA. Es un lunes espléndido. Un feriado de esos con poca gente en la ciudad y con el sol de octubre iluminando bien arriba. Rodolfo Arotxarena, el caricaturista que desde hace más de cuatro décadas firma sus dibujos en el diario El País como Arotxa­, sale de su casa en el Parque Batlle­ para recibir a los periodistas de Búsqueda. “Esta zona estaba mejor antes. Ha cambiado mucho”, dispara mirando el entorno, reflexivo y con algo de nostalgia. Arotxa también se pone nostálgico cuando habla de las viejas y fermentales redacciones de los diarios o de los políticos a los que les podía ver el brillo de la pasión en sus ojos durante los debates parlamentarios. El artista al que todavía lo hace reír Benny Hill, algún couplé perdido de una murga que no recuerda, y la maldad de Mister Bean, habla en esta entrevista de por qué los informativos les parecen piezas de humor extraordinarias, de cómo se hartó de lo políticamente correcto, de los chantas con cinco minutos de fama que retrató y quemó en su estufa, de la visceralidad fantástica de José Mujica y Jorge Batlle, del rechazo a explicar sus dibujos y de por qué nunca pudo encontrarle la cara al único vicepresidente que tuvo que renunciar a su cargo en democracia.

 

«…yo no es que esté desencantado con el periodismo, si no no lo ejercería más. Lo que sí creo es que rinde tributo a la declinación natural que vivimos desde el punto de vista educativo o cultural»

 

—Has sido un observador de la realidad de estas últimas décadas, si mirás para atrás y ves lo que hay hoy, ¿qué es lo que observás?

—Soy un hombre que para expresar elegí un camino que es el de manejarme con las imágenes. Lo que he hecho es haber dibujado eso durante 42 años… ¿cómo veo la cosa hoy? No sé, ha cambiado todo. Pienso que cambian los pueblos, y cambian los políticos y cambia la gente. La memoria a veces lleva a que uno cree que determinados personajes de aquel momento pasado… hoy serían…pero no sé si es tan así. Porque la realidad es la que pauta lo que uno ve y no lo que hubiese sido. Hace un rato hablábamos de lo que era el estar de madrugada en una redacción, y esto no es un síntoma solamente de nostalgia o de vejez, es un dato: los tipos que uno se topaba en la redacción eran ricos tipos. Tenían el Google incorporado. Ahora le sacás un celular a la generación que ya conocemos y no saben si Mozart juega en el Bayern Munich. Digo, por hacer una caricatura hablada. Había secciones que hablaban de cine, música, deportes, pintura, teatro…era tan impresionante. Hoy existe pero no tanto.

—Es curioso esto que decís, porque en una entrevista que te hizo César Di Candia y que publicó Búsqueda en 1993, en la era pre-Internet, ya advertías cierto desencanto con el periodismo.

—Bueno, yo no es que esté desencantado con el periodismo, si no no lo ejercería más. Lo que sí creo es que rinde tributo a la declinación natural que vivimos desde el punto de vista educativo o cultural. Además, estos tipos que mencionaba además de ser vocacionales tenían una solidez y una solvencia porque se abocaban a una especialidad, algo más allá de que tuvieran una formación académica. Había una mejor escuela y por ende una ilustración que no los hacía superior a nada, pero sí era muy grato poder entender determinado tipo de cosas. Porque había tiempo para el análisis. La redacción era un lugar donde además de tomar café y fumar, era un ámbito de discusión. Se hablaba de tango, de rock, de jazz, de los Beatles, sobre Cartier-Bresson, otro hablaba de Anita Ekberg. Siempre había algo. Eso hacía un clima que después cambió y se transformó en una cosa similar a algo como de autómatas, que están con la mirada puesta en el monitor. Ese ámbito fermental de la redacción pasó a ser otra cosa, es como que no hay tiempo, no hay tiempo para perder. Y a mí me encanta perder el tiempo.

—¿Y a esa declinación de la que hablás, la ves reflejada también en la política?

—Es que corta todo. Es un corte transversal, es política, oficios y hábitos para conducir en el tránsito.

—¿Y eso cómo influye en tu trabajo?

—Es que yo no solamente desarrollé la caricatura política, dibujé otras cosas, lo que pasa es que es un tema personal, que siempre me atrajo, porque vivo en una sociedad politizada. Aunque creo que la política cada vez interesa menos, sobre todo a los jóvenes. Los jóvenes tienen una profilaxis, son mucho más pragmáticos. No sé si le sacan rápidamente la ficha al tipo y dicen: este es un vende humo, lo sacaron enseguida.

—O si directamente no les interesa.

—O si directamente no les interesa. Por eso comentaba que los pueblos cambiaron. No es lo mismo que el pueblo de los años 80 y mucho menos que el pueblo de los 60. Hay otros intereses, otro tipo de cosas.

—Y esto, con políticos menos complejos que en el pasado, ¿facilita o dificulta hacer las caricaturas?

—Lo que pasa es que yo no sé si son más o menos complejos. Lo que hay son personalidades dentro de la política que algunos se exponen más y otros se exponen menos. Hay gente que es interesante más allá de lo que uno pueda tener como afinidad ideológica. Por ejemplo, en la época que hubo parlamentarios muy importantes acá, sobre todo del punto de vista de la oratoria, eran personas que uno los miraba, les estudiaba la cara, la figura, y algunos de ellos tenían mirada de loco. Pero no era mirada de loco porque estuvieran locos, eran apasionados. Pero apasionados no “a lo Pampa”, de salir así pa’ decir cualquier cosa, no, no, no. Había una elaboración y una construcción desde el discurso. Yo vengo de una familia muy politizada, me gustaba ir a los actos políticos, y me transferían la pasión. El orador transfería pasión. Ahora, realmente yo creo que si habla alguien, me rajo.

—¿Pero mirás, observás, vas al Parlamento?

—No, yo al Parlamento no voy. En una época fui a las barras, pero ahora me limito a lo que ustedes, mis colegas, traen: “Mirá habló de esto, pasó tal cosa”. Después lo voy viendo en televisión, porque cambió hasta eso, fijate que las redes cambiaron todo. Yo soy de la época en la que no había celular.

—Como sea, no estás viendo ese brillo, esa pasión, en los ojos de los políticos.

—No, no. Lo cual no quiere decir que no haya gente valiosa desde el punto de vista de la comunicación política. Hay tipos que comunican muy bien, gente que comunica bien. Pero de ahí a que haya interés… insisto, creo que las redes hoy cumplen un rol que es ser el atajo para determinado tipo de cosas. Y eso trae problemas.

—¿Qué problemas?

—Y porque hay mucha gente que juega a ser periodista y entonces larga bolazos, no confirma lo que está diciendo y entonces empieza la locura del Facebook y el Twitter. Yo no tengo ninguna de las dos cosas, lo aclaro.

—¿Y cómo crees que sobrevive el oficio del caricaturista en esta época?

—Fah, ese es todo un tema, ¿sabés? No me gusta decir que el oficio se extingue. Una vez dije que veía que era complicada la cosa, que no aparecían tantos caricaturistas y pensaron que estaba diciendo que se extinguía y no creo en eso. Pero lo que sí es una realidad es que hay un problema. Yo les he preguntado a colegas míos que enseñan en academias de dibujo, que orientan, que dan talleres, ¿dónde están los caricaturistas jóvenes? , y me dicen que no hay. Los que están en eso, en la docencia, me dicen que son más bien veteranos los que les gusta la caricatura. Y claro, lo que pasa es que hay un hecho que es real: no hay una escuela de poetas. Y la caricatura también es una manera de ver, de percibir determinado tipo de cosas. Yo estoy con los ojos puestos siempre y me devoro a la gente con los ojos. Me gusta eso. Los seres humanos decimos muchas cosas sin hablar. Elegí el camino de la imagen sin palabras. Las palabras generan problemas y las imágenes algo más interesante como la imaginación. Y poner en la cabeza del autor del dibujo cosas que piensa el receptor. Fijate vos que los grandes problemas que han habido en el humor siempre fueron por la palabra. Ahora qué pasa: el manejarse sin palabras obliga a un ejercicio permanente de ir a la síntesis para comunicar de la manera más desnuda.

—¿Y ahí cómo manejás el riesgo de la ambigüedad?

—Es lícita. Porque cuando uno hace algo lo deja abierto y libre para que cada uno interprete lo que ve. Lo que no me gusta es hacer un tipo de dibujo donde la obviedad esté instalada pensando que el lector es un idiota. El lector es mucho más inteligente de lo que muchos periodistas creemos. Toda la vida pensé que del otro lado hay gente mucho más inteligente que lo que uno cree. Una vez me pasó con un periodista chileno, al que le mandé un dibujo de José Mujica tocando un violín con un serrucho, entonces el chileno me pidió que yo le explicara eso. Y yo le dije que no era necesario, que la gente no es tan tonta como uno cree. Me dijo: “Sí, pero habría que saber por qué Mujica toca el violín con un serrucho…”. “¡Y pregúnteselo a Mujica, yo qué sé!”.

—Debe ser molesto eso de tener que explicar los dibujos.

—Tiene que ver con algo que genera molestia y algo de una época pretérita muy desagradable que era donde se veían cosas que no existían, subterfugios, como si uno quisiera pasar un mensaje. Pero en este caso del chileno me impresionó mucho, estaba como cuadriculado, que había que explicar todo. Pasa que en el mundo la mayoría de los dibujos tienen texto. Pero a un grado de dibujar un barril de petróleo y ponerle “Oil”. No estoy en contra de lo que cada uno quiera hacer, cada maestrito con su librito, pero yo soy rioplatense y la picardía que hay en el Río de la Plata es algo que flota en el ambiente. Entonces vos ves determinados humores, sobre todo en el norte, donde se aplican palabras innecesarias.

—Este año fue un año particular para la política uruguaya por la renuncia histórica de un vicepresidente. Sin embargo, llama la atención que a Raúl Sendic no lo dibujaste mucho.

—No, me pasó una cosa con Sendic. Hice un solo dibujo de Sendic. Primero porque me interesó ver puntualmente adónde conducía todo esto, porque terminó siendo como un gran culebrón. Y por otro lado, realmente, es porque no le encontraba la cara. No le pude encontrar la cara.

—¿Cómo es eso?

—Y yo que sé. Son cosas que no sé cómo explicarte, no le encontraba la cara y no le encontraba la cara. Un día, más o menos, se la encontré. Pero hay veces que pasan este tipo de cosas. A mí me pasan.

—¿Qué quiere decir que no le encontraba la cara? ¿Es una cuestión que tiene que ver con lo estético?

—Es una cuestión de que hay veces que aparece y hay veces que no. No soy infalible.

—¿Pero era porque la cara de Sendic no te transmitía nada?

—No, no hay una cosa de… por ejemplo, con el tema Ancap trabajé y bastante. Y di muestras de cómo plantarse de modo satírico frente a una situación grave. Ojo, me ha pasado con otra gente lo de la cara.

—¿A Jorge Larrañaga tampoco le encontrabas la cara? Durante mucho tiempo lo dibujabas sin sus rasgos faciales.

—No, pero lo de Larrañaga era distinto: tenía tanta cara que no era necesario. Empecé a desdibujarlo. Me interesó desdibujar que es una cosa que a veces hago: desdibujar, empezar por la negación.

—¿Pero cuál era el mensaje en este caso?

—Hay cosas que son curiosas y que yo no las puedo resolver desde el punto de vista explicativo. Es algo extraordinario, la síntesis tiene ese tipo de cosas. Me pasó por ejemplo con un dibujo de Luis Lacalle Pou y con uno de Juan Andrés Ramírez, que decidí ensayar con qué mínima expresión se pudiera representar a un personaje y eso me divertía mucho porque también es muy aburrido estar siempre en lo mismo, algo parecido a lo que le pasa a ustedes cuando escriben sobre determinados temas, me pasa a mí con el dibujo. El periodismo es una noria, va en un sentido, o en otro. Siempre estamos hablando de lo mismo. Y con los personajes pasa un poco eso. Es tedioso. Pero lo de la síntesis de los personajes siempre me atrapó. Me acuerdo que hubo un momento que Juan Andrés Ramírez era solo una gomina. La gente lo capta a eso. Pero también hay gente que se ofende, porque hay quienes creen que lo que tú estás diciendo son cosas que tú no estás diciendo.

—¿Te ha llamado algún político enojado?

—No, lo que sí siempre dije es que los políticos siempre tienen algún alcahuete de turno, gente obsecuente. Y hay veces que hacen llegar mensajes del estilo “mirá que eso no le gusta”. Pero nunca recibí expresamente una llamada. He tenido episodios, sí, de que han presionado para que no salgan los dibujos o alguna carta. Yo tengo un epistolario muy interesante que lo tengo guardado para cuando sea viejito. Son gajes del oficio.

—A María Julia Muñoz la dibujaste durante mucho tiempo con zapatos rojos…

—Uh, mucho tiempo. Es un personaje simpático, muy pintoresco, Daisy Tourné también.

—Y a José Mujica lo dibujaste de todas las formas posibles.

—Lo que pasa con Mujica es que es único. Mujica es increíble. Y además tiene un sentido del humor que mucha gente, por distintas razones, lo ve de otra manera. Yo sé que tiene un sentido del humor brutal, muy parecido al de Jorge Batlle. Ellos funcionan con lo emotivo, utilizan lo intelectual, la razón, pero ambos en su momento desarrollaron esa cosa que tiene que ver con lo visceral, de decir lo que les viene a la cabeza. Y es fantástico. Para mí es fantástico.

—Con Mujica y Batlle­ te pasó totalmente lo contrario que con Sendic.

—Lo que pasa es que hay otro problema: con Batlle y Mujica uno los ve y sabe claramente lo que son. No sé si son transparentes, pero dicen que son de una forma y son de esa forma. Eso ayuda mucho. Se le ve el carácter al personaje y lo trasunta a través de su presencia, de su imagen. Hay gente que de repente no tiene eso, carece de eso. De esos elementos que en el conjunto hacen que sea una cosa claramente definida. Y si eso después se acompaña con los hechos se pone más claramente de manifiesto. En el caso del título que sí, que no, Mmmm…

—¿Cómo es tu relación con los políticos?

—Yo no tomo copas con los políticos. De los presidentes conocí a casi todos. Creo que a los únicos que no conocí personalmente fue a Tabaré Vázquez y Liber Seregni. Con el resto siempre he tenido alguna instancia, alguna cena, algún almuerzo.

—Pero mantenés cierta distancia.

—Creo que es sano. Nosotros los uruguayos tenemos un tema y es que vivimos en un ámbito donde nos conocemos todos. Si a eso uno le agrega el compromiso y la cercanía, el día que uno tiene que tomar línea y hacer algo puede prestarse a malas interpretaciones. Sobre todo en la cabeza del político. El político maneja una cosa que son lealtades, traiciones. El artista pasa de eso. Nosotros manejamos otros valores, nos divertimos con otro tipo de cosas. Por algo la gente quiere estar al lado de los artistas. El político maneja otras cosas.

—Es más solemne y aburrido.

—Sí, más dramático. Pero lo bueno que tiene la democracia, que para mí es el mejor sistema, es que le da cinco minutos de fama al que quiera. Algunos le sacan partido y quedan en la gran historia. Pero hay veces que me pongo a pensar: dibujé cada chanta.

—¿Has dibujado a muchos de esos que tuvieron sus cinco minutos de fama?

—Sí, pero a esos ya se los di de comer a Vulcano, los quemé. ¿Y este quién es? Fue ministro cinco minutos, pum, p’ afuera. O tipos que no han tenido estatura. A veces me daba pena porque de repente estaba quemando un trabajo que desde el punto de vista del dibujo era lindo, pero también era un anónimo. Ya está, ya fue. Además da placer porque es una catarsis.

—¿A quién te dio más satisfacción quemar en esa estufa?

—Ah, no te lo puedo decir. Pero hace bien, es como una terapia. Necesaria. Uno no puede guardar todo, es una locura. Lo que yo hago obedece a un momento político determinado donde hay pocos momentos muy importantes y una cantidad de cosas poco importantes. Argentina, a diferencia nuestra, tiene un monstruo que inventa todos los días. Aparece un Frankestein todos los días. Pero acá hay una especie de gerontocracia que está instalada y es siempre lo mismo. Es otra cosa.

—En Argentina, Hermenegildo Sábat, colega tuyo compatriota, ha tenido que soportar varias críticas desde el sistema político.

—Eso pasa en todas partes. Creo que lo que hizo Cristina Kirchner con Menchi fue hacerlo más famoso que Gardel. Se lo tiró a los leones en la Plaza de Mayo por un dibujo que, ella decía, era cuasi mafioso. Ese tipo de cosas acá pasan en otra escala. Fijate que el retrato que hizo este muchacho sobre la pareja presidencial desnudos fue una cosa que conmocionó. Una cosa absolutamente absurda.

—¿Y cómo manejás el tema de la censura o la presión?

—Es que yo creo que censurar humor es el grado superlativo de la estupidez. Porque una cosa es censurar humor y otra cosa es el respeto que es otra cosa distinta. Son dos cosas distintas.

—Este parece ser un momento en que se impone la corrección política.

—Bueno, pero lo que es políticamente correcto ya nos tiene las pelotas por el piso. La frivolidad ha llegado a un grado tan superlativo, tan enorme, es tanta la gente que transita por la frivolidad, que se prende de la moda de lo que sea. Habría que cambiar todo, que esto no se puede decir, que esto sí, porque hay gente que vive en la hipersensibilidad. No sé. Hay gente que trabaja de hipersensible e íntimamente sabe que las cosas no son así. ¿Qué le vas a decir? ¿Afrodescendiente Rada? Es el Negro Rada. ¡Claro que existe el racismo! Y la discriminación. Estoy absolutamente en contra de eso, absolutamente. Pero las cosas como son. Entonces, cuando ya eso se instala, empiezan a cercenar la libertad de los demás: de que tenemos que pensar de la manera políticamente correcta…no, no, no.

—¿A tí te condiciona de alguna manera?

—No, para nada. Es que el Humor es todo lo contrario. ¡Imagínate lo que sería una murga políticamente correcta!

—¿Qué tipo de humor consumís hoy?

—Levantarme. Y mirarme en el espejo. Y salir para la calle. Ese es el humor que puedo consumir y ver. Me nutro de lo que pasa. Y de los informativos. Cuando uno ve los informativos son verdaderamente piezas humorísticas extraordinarias.

—¿Por qué?

—Y bueno, viejo, dos horas duran. La Deutsche Welle te soluciona el mundo en 15 minutos. Si a vos te parece que no es humorístico tener que ver un choclo de dos horas. El “enfermativo”, como le llamo yo, tiene un problema muy grande y es que lo manejan como una bola de masilla que la estiran o la achican de acuerdo a determinadas necesidades.

—En aquella entrevista con Di Candia dijiste que todavía no habías empezado a dibujar lo que realmente querías. ¿Ahora sí?

—En esa época yo no había pintado. No me sentía pintor. Ahí tenía treinta y pocos años, ahora voy a cumplir 60. Y esa quizás era una de mis cuentas pendientes, pero uno nunca sabe adónde va y lo que va a ir elaborando. Tengo muchas inquietudes. Y no me pienso jubilar. Salvo que esté enfermo. Pero voy a seguir trabajando porque además sigo el mandato de los precursores que siguieron dibujando y pintando con la edad que fuere. El artista visual puede seguir haciendo sus cosas porque no tiene que pararse en un escenario a cantar y que la voz le falle. Uno tiene que seguir para adelante. Hasta que el cuerpo aguante estaré con la brocha en la mano.

Fuente: Búsqueda Nº1944 – 16 AL 22 DE NOVIEMBRE DE 2017
Entrevista de Federico Castillo y Guillermo Draper