Inicio » El remate de las pertenencias del periodista Ramón Mérica
El País Ramón Mérica

El remate de las pertenencias del periodista Ramón Mérica

DESCUBRÍ A RAMÓN MÉRICA.

Existen varias formas de medir la persistencia de una persona. Una de ellas es en el recuerdo de quienes lo sobreviven, sea este bueno o malo. Otra es a través de los objetos que acompañaron a esa persona en vida. Si tomamos este segundo grupo de persistencias, lo que influye es el contexto. Una cosa es visitar la casa del fallecido y ver los objetos en su hábitat. Otra situación se da si estos objetos están presentados en la solemnidad de un museo o, más modernamente, en una “fundación”.

Definitivamente cambia su afectividad si uno ve estos objetos en un remate. Y todavía si este es judicial.

Eso sucedió el jueves pasado en una casa de remates de la calle Brecha, donde fueron a parar las últimas pertenencias del periodista y escritor uruguayo Ramón Mérica, un referente de la historia del periodismo escrito en este país.

Mérica murió en diciembre de 2010. Está enterrado en el panteón de su familia, en la ciudad de Salto. Problemas sucesorios hacen que el remate de sus bienes suceda a más de dos años de su fallecimiento.

El remate de los objetos de alguien permite entablar un diálogo extraño entre lo material y lo espiritual. Hace preguntarse: ¿estaba Mérica ahí?

De alguna forma sí: estaban los muebles donde acopió sus cosas, los platos donde comió, la cama donde durmió (y según el rematador pernoctó Borges, aunque alguno de los presentes negó por lo bajo tal afirmación).

 

«¿Qué hubiera pensado el ex dueño en este momento? “Se hubiera lamentado por el dolor de ya no ser”

Mérica tenía un pequeño penthouse en un edificio de la calle Yí (que muchos años después se bautizó como Carlos Quijano) y Soriano, una suerte de refugio abigarrado y barroco de cosas y cosos que fue coleccionando a lo largo de su vida.

Quienes visitaron alguna vez esa morada la recuerdan como un sitio de una fineza extrema, a pesar de lo superpuesto, con una decoración ultra cuidada y una iluminación que incluía desde arañas holandesas con frutas de cristal colgando, hasta varas de hierro para jardín que Mérica clavaba dentro de macetas y les colocaba en la punta una vela, para dar un aire particular a una cena con amigos.

Los rematadores muestran una revista de arquitectura que tiene fotos de la casa de Mérica “funcionando”: plantas de interior como si fuera un pequeño palais de glas, una buhardilla parisina trasladada a una esquina del centro montevideano.

Un puñado de coleccionistas de antigüedades, algunos familiares, amigos y curiosos se amucharon en la salita de la calle Brecha de la casa de subastas Pérez Castellanos, donde un retrato fotográfico de Mérica y varios óleos con su cara presenciaron el remate de los 217 lotes. Allí, en esa particular calle oblicua por donde penetraron en Montevideo los ingleses en 1807.

Había de todo. Cada lote dejaba a la luz alguna de las facetas de su ex dueño. El lote número 1 eran cuatro macetas de plástico marrón. El lote 2 eran ocho salseras de cerámica blanca fina. Se vendieron por $ 50 cada una. El lote 7 era una tarrina inglesa Henry Watson’s. El lote 27 era una garrafa de supergás de 13 kilos.

Expuestas junto al atril del rematador estaban algunas de las máquinas de escribir con que tipeó Mérica a lo largo de su vida: unas Olivetti Letteras que aporreó para sus crónicas, sus perfiles, sus retratos y sus entrevistas.

Para el periodista y profesor de periodismo Leonardo Haberkorn, Mérica integra el podio, junto a César Di Candia y María Ester Gilio, de los mejores entrevistadores de la historia del Uruguay. “Trabajo en clase con las entrevistas a Monzón y a Morena”, dijo Haberkorn a El Observador.

La materialidad traía por instantes de nuevo al hombre. Las copas donde bebió, las tazas donde tomó té, los espejos que reflejaron su imagen mil veces.

A través de la cantidad de platos se puede decir que amaba invitar gente a cenar, puesto que vivía solo. Se remató un juego de 16. Es sorprendente la cantidad de vajilla para el postre: pomeleras, compoteras, moldes, bandejas, fuentes, copas y pocillos, entre otros abalorios. Y luego un largo cambalache: barquitos dentro de botellas, grabados de Carlos González, óleos de diferente tipo y color, bandejas de plata opaca, un ventilador, una panera de ratán, una guillotina para cortar el pan que iba a esa panera. Objetos de otra época, de otro mundo. Hoy, rarezas. Instantáneas de un Uruguay que naufragó hace tiempo.

Aparece un radiograbador con un cassette dentro. “Es un tango y se escucha bien”, dijo el rematador, que se ve que había apretado la tecla del ‘play’. Vaya a saber hace cuánto está ese cassette allí puesto. El único que quizás tuviera la respuesta era el propio Mérica, que miraba con una media sonrisa con un vaso en la mano desde una foto pegada a un biombo que detrás, escondía al público las zapatillas que le regaló Sara Nieto al retirarse.

¿Qué hubiera pensado el ex dueño en este momento? “Se hubiera lamentado por el dolor de ya no ser”, dijo a El Observador Beatriz Defeo Mérica, sobrina de Ramón y secretaria de su tío durante muchos años, presente en el remate. “Era muy apegado a sus objetos”, remató la sobrina.

Todo se fue delante de sus ojos en la foto blanco y negro. Los muebles, claro: un ropero de arce con herrajes, mesas, sillas elegantísimas. Vendidas por precios ridículos sellados con el golpe de una birome, puesto que el rematador ni siquiera usó martillo.

Y también los libros, distribuidos en cinco bibliotecas de roble. A vuelo de pájaro: obras completas del poeta alemán Heinrich Heine, Reportaje a la realidad, de Barrett, El robo del cero Wharton, de Carlos Rehermann, Storie della religioni, edición en italiano de Moore.

El autor de este artículo no pudo con la tentación (¿un poco de fan?, ¿un poco de morbo?) de adquirir alguno de esos libros. Se compró el lote 83, compuesto de unos cincuenta libros, de diferente calibre: desde volúmenes de cine alemán y ruso a una enciclopedia en francés y la historia de la danza en el Uruguay, entre otros. Así que sí: todos nos quedamos con un poco de Mérica.

Fuente: El Observador