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Ramón Mérica Reportajes

Ramón Mérica entre milagros. “Waldemar es un espiritista, un manosanta que vive y hace sus aparentes curas y milagros en Villa Qaqueiro…”

TROTAMERICA POR RIVERA-URUGUAY. “Waldemar” de los milagros con Ramón Mérica.

La intención última de este reportaje está acompañada por los avatares de otros agonistas y protagonistas presentes en este libro. Por eso ahora, cuando debo de alguna manera abrir la puerta al personaje con estas líneas de presentación, se me hace un tanto ocioso -trivial, diría- repetir una motivación que en alguna forma se toca con la de la entrevista a Carlos Monzón, que en alguna forma participa de las claves de la de San Cono: la de que aquí, como en esos dos casos, me resulta mucho más potente el entorno que el centro mismo, creo más contundente el campo de luz que despide un foco que el foco mismo.

Pero nada es igual a nada en este mundo, y creo que en eso estamos todos de acuerdo. Por eso, a pesar de todo -a pesar de que en un principio tuve la intención de dejar caer este reportaje sobre el libro sin ningún soporte previo o advertencia- dos razones me llevaron a contradecirme. Primero: porque Waldemar no es un personaje de fama ecuménica, ni siquiera americana, ni siquiera nacional, lo cual me exigía ante el lector una explicación por lo menos básica de su personalidad; segundo: porque si bien este ejemplo se toca en sus fundamentos con los dos ejemplos ya citados, no son las mismas pautas sociológicas las que cada uno mueve. Entonces no hay más remedio que especificar, aunque más no sea linealmente, cuáles son las diferencias que convergen en similitudes, y esto no es un juego de palabras.

Porque mientras el caso Monzón motiva a una masa inocente a crear en sus microcosmos domésticos ídolos de arcilla que alguien se encarga de amasar para que duren lo mismo que un anticonceptivo, el caso San Cono motiva a otra masa inocente a volcar sobre una estatua, sobre una medallita, sobre un engendro de yeso pintarrajeado, sobre una estampita, una forma de la apetencia de fe que está en las mismas raíces del hombre. En el primer caso -como ya lo dije en el lugar que corresponde- Monzón “provoca” el envenenamiento avieso de una clase social a través de las trapizondas de la promoción malsana; en el segundo caso -creo que esto también lo dije en el lugar que corresponde- San Cono “despierta” un mecanismo de credulidad que si bien está enviciado por una ráfaga de paganismo, en ningún momento deja de pertenecer a una de las categorías más íntimas de la condición humana como es la de volcar la fe en algo, y eso nunca deja de ser respetable. En ese sentido -y aquí llegó a lo que quería decir- el caso Waldemar está más cerca de San Cono que del boxeador, aún con todas sus enormes diferencias.

Waldemar es un espiritista, un manosanta que vive y hace sus aparentes curas y milagros en Villa Qaqueiro, un lugar con tres casas, dos benteveos, cuatro gallinas, tal vez una vaca y una ramita de espinillo apuntando al sur, un caserío a siete quilómetros de la doble ciudad Rivera-Livramento (la primera uruguaya; la segunda brasileña, apenas separadas por una calle). El, por razones de persecución policial, colocó su casita del lado uruguayo. De ese hombre oí hablar mucho antes de intentar el reportaje, quizá el más largo que haya escrito nunca. Porque en cada viaje que hacía al interior -particularmente a Salto- me enteraba de alguna nueva cura, escuchaba alguna nueva proclama sobre sus milagros, asistía a la admiración, al agradecimiento, al venero por un hombre de veintiséis años que con sólo pasar la mano sobre el cuerpo de los enfermos efectuaba “operaciones astrales” después de las cuales, según los concurrentes o pacientes, hasta quedaban marcas sobre la piel como si realmente por allí hubiera surcado un bisturí y se experimentaban los mismo sufrimientos y sensaciones que asaltan bajo el quirófano. Y eso en pocos minutos; a veces en escasos cinco minutos. Es ocioso confesar que de tanto oírlo mencionar, a cierta altura el personaje me provocó y llevó mis pasos hasta la recóndita Villa Qaqueiro.

Si el reportaje es tan largo es porque también ahí descubrí que aunque no pudiera hablar con Waldemar la nota ya estaba servida de antemano con sólo escuchar e integrarme a esa nueva Corte de los Milagros que lo iba a ver en busca de salud, pero ocurre que pude ver y hablar con Waldemar -además de someterme personalmente a los mecanismos de las curas- y llegué a tener una entrevista privada, solos los dos adentro de su coche, aunque debo confesar que en ningún momento brotó el personaje por lo menos atrayente que esperaba.

CONTINUARÁ (En el libro que estamos por reeditar “AGONISTAS Y PROTAGONISTAS” de Ramón Mérica).