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Ramón Mérica

El Pulpo a la par, por Ramón Mérica

AGONISTAS Y PROTAGONISTAS DE RAMÓN MÉRICA. Entrevista con el jockey Irineo Leguisamo.

«Y este tan flaquito y chiquito es jockey?». Aquel domingo de 1920 El Mago estaba de mejor humor que nunca, y jamás hubiera pensado -no tenía por qué, por otra parte- que esa liviana ironía a costillas del paisanito daría la largada a una amistad legendaria, a una de esas asociaciones ineludibles en toda historia de las pasiones populares rioplatenses, porque esa tarde de Maroñas sirvió para que dos hombres, uno ya convertido en un monstruo sagrado, el otro más sumido en un latente anonimato, plantaran las bases de un cariño viril que derivó en centenares de fotos en que aparecen abrazados delante, atrás o al costado de burros celebérrimos, en toda una mitología de la amistad criolla, en un tango, eterno como sus progenitores, que sigue galopando con las patas rozagantes de los milagros que no se fulminan en el tiempo.

Cincuenta años después de ese encuentro, se ha envejecido la proclama de Leguisamo solo, ese himno burrero en el que Carlitos consumó la hazaña de escamotear la amistad por la más profunda admiración, hasta que alguien se imagine una dorada tarde de pingos para que sobrevengan, imprescindibles, las estrofas hermosas, esas que tres generaciones se han complacido en convertir en un canto popular, en un eco masivo, en una convocatoria a las alegrías del turf.

Alegría para todos, menos para él, para quien fue escrito, porque para Irineo Leguisamo no significa ningún homenaje que se lo canten; al contrario: preferiría no oírlo nunca más, hacerse a la idea de que La Voz jamás le dedicó nada, de que todo fue un sueño. ¿Por qué? «De ninguna manera por desagradecimiento, sino porque todo eso me trae recuerdos de cosas  tan lindas de entonces, tan tristes de ahora», como se lamenta en otra tarde de febrero en la gigantesca mesa circular de La Azotea en Punta del Este. No le basta con entristecerse: con esas palabras apretujadas por la emoción, Legui las empaña con los ojos inundados por las lágrimas que aparecen apenas se menciona Gardel, «un tema prohibido», como lo define su joven mujer. De otras cosas -no demasiadas- sí que le gusta hablar, casi siempre increpando la indiscreción periodística con puntualizaciones de una inocencia encantadora, porque este hombre, este mito, este personaje de quien en un momento se llegó a decir que era uno de los vértices, el triángulo de fuerza popular más imponente de la Argentina, junto a Gardel, la Virgencita de Luján, este mínimo hombrecito de hablar pausado y humor campesino, no ha dejado de ser el paisanito de Salto al que una catapulta secreta metamorfoseó en celebridad.

«Sí: nací en Salto, en Arerunguá», dicta, esperando que el interesado haga las anotaciones.
«En Paso de las Piedras de Arerunguá», perfecciona, «el 20 de octubre de 1903. Me crié en la estancia de Rafael Martínez».

Ante la amenaza de otra pregunta, estalla:«Espere un poco, no apure al burro flaco en cuesta arriba», mientras sigue:«Como quien dice, me crié a caballo». Sí, se crió a caballo en esa estancia en la que descubrió el mundo -el precario mundo de Arerunguá a comienzos de siglo, precario aún hoy- y aunque el tema familiar sea otro de los resortes que prefiere no tocar- «pregúnteme de otra cosa: de eso no quiero hablar», algunos sobrevivientes salteños de su niñez atestiguan su filiación de una cocinera y un puestero que Martínez albergaba en su campo.

IRINEO CON HAEDO EN LA AZOTEA DE PUNTA DEL ESTE. Fue construida a finales de los años 50 por el ex presidente uruguayo Eduardo Víctor Haedo, con la intención de que fuese un centro cultural, usando para ello su propia residencia. Destaca, aparte de la colección artística, el hermoso jardín que circunda la propiedad. Actualmente depende del BROU y está gestionado por la Fundación Banco República.

CONTINUARÁ (En el libro que estamos editando de próxima salida AGONISTAS Y PROTAGONISTAS de Ramón Mérica en El País).

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