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El País Ramón Mérica

El estilo Ramón Mérica: Insolente, temerario, erudito, genial

HECHALAMERICA POR RAMÓN MÉRICA.

Ramón Mérica es muy difícil de imitar porque la esencia de su estilo fue la arrogancia de ser Ramón Mérica.

Julio de 1971.

Mérica va camino a la casa de Quino, en Buenos Aires, para hacerle una entrevista y empieza a tener miedo de que atienda el portero eléctrico la propia Mafalda. Toca el timbre. Atiende una voz de hombre. Alivio. La paranoia vuelve de inmediato: mientras sube el ascensor empieza a temer que la que abra la puerta del apartamento sea Mafalda. Abre un hombre. Es Quino. Sin embargo Mafalda debe andar por ahí, piensa Mérica. Y andaba, nomás. Cuando Quino le dice a Mérica que tener un personaje fijo “es la esclavitud más esclava que he padecido”, que “siempre hay que estar dibujando los mismos personajes” y que eso “aburre mucho”. Mafalda no puede más y grita “¡Desagradecido! ¡Y después preocúpese uno por traer dibujantes de éxito al mundo!”.

Esa entrevista es una de las que compone el libro Agonistas y protagonistas, publicado por Arca en 1976.

A mí me maravilló la osadía más que el talento. Un buen escritor puede tener sus momentos, pero ¿cómo se atrevió a guionar a Mafalda y publicar el resultado en una entrevista a Quino? Lo hace tan bien, además, que se acepta tranquilamente esa extraña conversación de a tres.

La entrevista está acompañada de otras once memorables (Neruda, San Cono, Dorival Caymi y la más inolvidable de todas: Fernando Morena, son mis preferidas).

Mérica es siempre protagonista de sus entrevistas, que a veces son reportajes a un fenómeno y su época, como la de Morena, la de San Cono y la del manosanta Waldemar. Ese estar en primer plano, sin embargo, lejos de ser molesto, hace que todo se vuelva íntimo, después de atravesar los sentidos y el alma del escriba.

En el caso de Carlos Monzón, la entrevista se vuelve pelea, y a pesar de que fue en Buenos Aires, es obvio que Mérica tiene todas las de ganar, contra este “campeón del mentón pero no de la mente”.

La de Neruda es la crónica de una entrevista imposible, con el escritor ya muy enfermo, en su casa de Isla Negra, y el entendido de que de ninguna manera sería una entrevista. Mérica deja que el poeta chileno ganador del premio Nobel vea que hay un grabador en el bolso del periodista. Lo que no le dice al lector es que lo que ve Neruda es un grabador encendido, con un enorme cassette a la vista girando despreocupadamente.

El resultado es una mirada íntima y profunda al alma del poeta pocos meses antes de su muerte y publicada después de ésta.

Yo conocí a Mérica cuando entré a trabajar en el diario El País, en enero de 2000. Había una máquina de escribir sobre una mesita, separada de los escritorios con sus respectivas computadoras. Era como un pequeño museo sin paredes ni carteles que aclararan nada. Cada tanto, Mérica arrimaba una silla y se ponía a escribir en ella.

La época de aquellas entrevistas alucinadas ya era lejana. De Mérica se contaban leyendas, algunas de ellas divertidísimas, sobre su condici.

ón de dandy y de bebedor muy ocurrente. También era un gran anfitrión. Elegía grupos de tres o cuatro personas del diario y las invitaba a almorzar en su casa, un apartamento en el Centro atestado con un buen gusto difícil de creer.

La primera cosa que leí de él fue una nota de 2000 o 2001 al arquitecto Oscar Niemayer, que empezaba así: “Le traje un queso”.

Se ha dicho que ya no se puede hacer lo que hacía Mérica, por falta de voluntad de los medios. Yo creo que con talento y agallas, se puede.

 

 

 

 

Fuente: El Observador