Inicio » El día que Quino y Mafalda conversaron a la misma vez con Ramón Mérica
Ramón Mérica Reportajes

El día que Quino y Mafalda conversaron a la misma vez con Ramón Mérica

AGONISTAS Y PROTAGONISTAS DE RAMÓN MÉRICA EN DIARIO URUGUAY.

Nunca he sido entusiasta consumidor de historietas, ni aún en la infancia. A la edad en que generalmente los chicos esperaban -y creo que todavía, aunque con menos fuerza, esperan- la entrega semanal de sus revistas preferidas, yo apenas tenía un ídolo dibujado que no me obligaba a siete forzosos días de impaciencia sino a la diaria cuota de ilusionismo que proporcionaba desde una remota ubicación en El País de todas las mañanas: Mandrake. Aún hoy – ¿será por estrictas razones de nostalgia? – cuando casi no lo leo ni lo veo, cada vez que me topo con una de sus tiras es irresistible la provocación a seguirlo, la real imaginación que me atrapa en cada uno de sus pasos: me sobrecoge, además, el old fashioned look del pelo engominado, de las solapas impecables, de la mirada mitad suficiente mitad mágica, y ese eterno romance con Narda, la mujer más soignée que haya procreado nunca la historia de las tiras, un amorío tan eterno y vivificante como nunca podrán conocer los seres humanos. Lujos de la ficción, claro.

 

Pero un buen día -descubro en un diario de Buenos Aires una nenita con moña y cara de empacada que nace de los trazos trémulos e inseguros (un mal dibujo, diría) de un tal Quino a quien nunca antes había oído mencionar. Ese primer encuentro bastó: a pesar de las rengueras de dibujo, a pesar de la precariedad de los elementos que conformaban el mundo del personaje, reconocí en esa nena, todavía no sé por qué, un prototipo de una forma de ser contemporánea, una manera de ver -y padecer- el mundo desde las humildes ventanitas de las tiras cómicas. Pero, sobre todo, descubrí un comportamiento que el tiempo se encargaría de ir preñando de sobreentendidos, lujo infrecuente en el mundo de los comics si se omite el estilete del norteamericano Schulz. Desde entonces -creo que sería por 1967- conocí un vicio más: el de los trabajos y los días de Mafalda, vicio que conservo y alimento cada vez con mayor fruición, porque lo impresionante de esa creación es la inquebrantable capacidad de provocar asombro, la maestría de Joaquín Lavado (Quino) para suministrar diariamente un estocazo donde la reflexión se disfraza de gozoso ingenio.

Es natural que otro buen día se me ocurriera conocer al padre de la criatura; es decir: a la criatura misma, y enfrentarla al grabador para indagar de dónde surge ese aluvión de inteligencia falsamente inocente, esa carga de lucidez, esa maestría para plantear en cuatro frases (y a veces sin frases) y otros tantos dibujos -ahora perfeccionados hasta la exasperación, impecables, sujetos al mismo rigor de la tira- toda una situación o un comportamiento que en cualquier disciplina literaria, desde el cuento; a la novela, insumiría páginas y páginas.

Y la ocasión se dio sin mayores trámites: una llamada telefónica, una cita en Buenos Aires, una dirección emanada desde una cansina voz de dejo provinciano, una voz en la que estaban implícitas la amabilidad y la sencillez, dos virtudes que suelen esgrimir los talentosos de verdad, como lo comprobé en nuestro encuentro, como lo he comprobado a lo largo del tiempo en mi trato con monstruos más o menos sacralizados.

Para mí es tal la realidad de Mafalda -y digo Mafalda porque no me entrego en similar compromiso mental con los otros personajes a pesar de su rigurosa construcción psicológica- que desde que colgué el tubo arreglando fecha y sitio para la entrevista no pude separarme de la idea de que tendría que encontrarme con Ella, hablar con Ella, discutir con Ella, interrogarla a Ella y no al discreto señor que la prohijó. Por eso no es gratuita la irrupción de Mafalda en la entrevista cada vez que Quino dice algo que a Ella podría molestarla o provocarle un comentario; tampoco es una mera licencia periodística: es el único camino que encontré entonces para vertir en la forma más mediata posible esa sensación de presencia angustiosa y ansiada que presupone llegar hasta la casa de alguien a quien se admira, con quien se sueña, a quien se denigra y aplaude, alguien que ha llegado a integrar la vida diaria, la filosofía, el comportamiento cotidiano de mucha gente y que sin embargo no existe.

¿No existe? Me atrevería a jurar que la tarde que estiramos con Quino y su mujer Alicia en un silencioso cuarto de dibujo había otra mirada más amenazante que la de un Buenos Aires pegajoso detrás de los ventanales y otro ruido más inquietante que el del tren que surcaba por la vía cercana; era un ojo que atravesaba una cerradura desde una habitación contigua y unas manitos que rasgaban la puerta desde el otro lado como queriendo destruir la falsía de los personajes célebres y sus historias, sus preocupaciones y otras pavadas como ésa de poner un grabador para que un burro hable, otro haga que escucha y otros miles se embelecen después en leer y creer en todo lo que dicen.

 

(Entrada de la Entrevista publicada en el libro agotado “AGONISTAS Y PROTAGONISTAS” de Ramón Mérica. Editorial Arca).

Mafalda es una nena terrible, simpática y atrevida, que vive en la Argentina de mediados de los 60 y principios de los 70. Es nacida de una típica familia de Buenos Aires (porteña) de clase media. Esta niña, como todas, tiene una familia y unos amigos que forman su pandilla. Va a la escuela y, en verano, cuando le salen las cuentas a su papá, va de vacaciones. Pero Mafalda no es una niña como otra cualquiera. Humilde y comprometida con las etnias, le preocupa el mundo y no entiende como los adultos pueden llevarlo tan mal. Es famosa en el mundo entero por la gracia de sus preguntas, la inocencia de su mundo y la altura de sus ideales. Luchadora social incansable, emite manifiestos políticos desde su sillita con una inocente falta de inocencia. Puede decirse que es una revolucionaria más allá del lápiz y el papel. A través de Mafalda y su entorno, su autor, Quino (Joaquín Salvador Lavado), reflexiona sobre la situación del mundo y las personas que en él vivimos.

ORIGEN E HISTORIA

El 29 de Setiembre de 1964 debutó oficialmente como tira “Mafalda”, en la revista “Primera Plana”; sin embargo, el personaje en sí había sido creado en 1963 (ver “Historia del cómic en Argentina – 4ª parte”). Según Joaquín Salvador Lavado (Quino), autor de “Mafalda”, y dueño de una genuina modestia, todo empezó por casualidad y sin que él se propusiera ninguna grandeza: “En realidad Mafalda iba a ser una historieta para promocionar una nueva línea de electrodomésticos llamada Mansfield. La agencia Agnes Publicidad le encargó el trabajo a Miguel Brascó, pero como él tenía otros compromisos, me lo pasó a mí. Esto fue en 1963. Pero la campaña nunca se hizo y las ocho tiras que dibujé quedaron guardadas en un cajón. Hasta que al año siguiente Julián Delgado, secretario de redacción de “Primera Plana”, me pidió una historieta. Entonces rescaté esas tiras y bueno, ahí empezó todo.” Esta anécdota, que Quino contó muchas veces, tiene algunos detalles poco conocidos. Por ejemplo, el nombre del empleado de la agencia que le encargó la tira: el actor Norman Briski.