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Amalia Rodriguez, el último ruiseñor

AGONISTAS Y PROTAGONISTAS DE RAMÓN MÉRICA.
1920 – Amalia Rodrigues – 1999

El último ruiseñor

Las veredas de Lisboa guardan luto. Es decir: todas las veredas de todo Portugal, porque ella era eso: la respiración de la ciudad, el quejido de los campesinos de Nazaré, el silbido oliente y maloliente de los muelles, la complicidad de las puertas de Almada y la alegría de las ventanas de Oporto, el ladrillo armado y defendido de la Lisboa antigua o la recóndita Obidos, los jardines de Cascais y los escalones de Alfama, entre otras miles de cosas. Ella era un país, pero sobre todo una ciudad, ese recoleto enclave sobre el tajo tan largamente olvidado. Pocas veces en la historia de un país, de una ciudad, se produce una simbiosis tan profunda entre una garganta y su pueblo como la que ella edificó.

In Memoriam
Frederico de Almeida Márques

Hasta el miércoles pasado, no me cansaba de prometer que Gardel estaba vivo. Con una doble aclaración: vivía en Lisboa y era mujer. Desde el miércoles seis, ya no queda un solo Gardel en el mundo, por lo menos en el mundo que se maneja con cables y computadoras que se encargan de mantener a los consumidores con los sucesos al instante, esos fusibles infinitos e invisibles que contabilizan las guerras, las traiciones, los vaivenes humanos, los triunfos por ahora solamente deportivos, las catástrofes y los Oscars y a veces también la entreverada redacción revelando que una gran voz se ha extinguido. En ese amasijo de plemeares es que el mundo se enteró el pasado 6 de octubre de la muerte de Amalia Rodrigues, quizá la mayor garganta folclórica viva del mundo, una mujer-símbolo, una mujer país, como lo  había sido su gran amiga Piaf y algún otro restringido nombre, porque esa corona es para muy poquitos.

AMALIA: FADO, PASION Y MUERTE

Estuve con Amalia (así se llamará en esta nota, como la llamaba todo el mundo) en dos oportunidades, ambas muy extensas y gozosas, la segunda de ellas en 1982, quizá una de las más extravagantes que me haya tocado vivir como periodista.

En 1976 Lisboa era una fiesta, menos para Amalia. Soterrada en su espléndida casa de la Rua Sao Bento, en la Lisboa vieja, cumplía una reclusión como de novicia, no veía a nadie, no aparecía por ningún lado, a veces se asomaba a uno de los balcones del caserón de tres pisos del 1700 para otear esa ciudad a la que tanto había cantado y que ahora le daba la espalda. No lo hacían los adoquines centenarios que moldeaban los ripios de su calle; tampoco se asociaban a ese rechazo las tejas compartidas  por el terracota original y el verde de los siglos; ni siquiera las campanas que lloraron por terremotos y doblaron por liberaciones querían agregar un gramo más de desprecio.

Todavía resonaban los estertores de la reciente Revolución del Clavel Verde (donde no se derramó una sola gota de sangre), el dictador Salazar entraba fuertemente en el olvido después de medio siglo de oscuridad y de oprobio, y todo parecía indicar que la olvidada Portugal se prometía entrar en Europa como si nunca hubiera pertenecido a ella. En ese crisol de júbilo y esperanzas, la izquierda tan largamente perseguida y denostada comandaba todo a través del Partido Socialista, especialmente, y los socialistas, como también los comunistas, no querían saber nada con Amalia.

“Yo nunca me adherí a ningún partido“, diría más de una vez en esa extensa tarde que se hizo noche cerrada.

“Cuando dicen que yo estaba con Salazar no saben nada. Por qué lo dicen? Porque cuando venía alguna personalidad del mundo a Portugal, siempre me llamaban a mí para cantar. Cada vez que han venido los de la Corte de Inglaterra, los emperadores, y reyes del mundo, siempre me llamaban a mí para cantar. Para cantar, nada más. Y yo cantaba, cobraba mi cachet, muy bien cobrado, por cierto, y me venía para mi casa. Yo jamás intervine en ningún acto político, nunca me adherí a nada. Yo soy una profesional que vive de esto, que siempre he vivido de esto, y por lo tanto no dejaba pasar ninguna oportunidad. Si me llamaban era como cuando usted  da una fiesta: pone lo mejor que tiene para recibir a sus invitados. Y yo era el mejor mantel y el mejor florero que Portugal tenía”.