Inicio » Pobres pobres. Los clubes profesionales del fútbol uruguayo le deben US$ 3 millones al Banco de Previsión Social
Fútbol Uruguayo

Pobres pobres. Los clubes profesionales del fútbol uruguayo le deben US$ 3 millones al Banco de Previsión Social

FUTBOL URUGUAYO POBRE. 

Guillermo Francella sin bigotes, con unos lentes enormes de antaño y con el chip de actor serio le dice a Ricardo Darín: «El tipo puede cambiar de todo: de cara, casa, de familia, de religión, de Dios. Pero hay una cosa que no puede cambiar. No puede cambiar de pasión». Es una escena de la película El secreto de sus ojos, del argentino José Campanella. El personaje de Francella acaba de descubrir que un violador y asesino al que andan buscando es fanático de Racing de Avellaneda y de que la mejor manera de atraparlo es ir a la cancha. La pasión, y solo la pasión, también es la forma de explicar por qué muchos clubes uruguayos no ponen un candado en los portones de sus canchas y tiran la llave bien lejos. La pasión puede más que la razón.

«El fútbol es conceptualmente absurdo, porque cuando mejor nos va es cuando no se está jugando. Es como tener una empresa de turismo en Uruguay a la que le va mal en enero y febrero», dice el tesorero de Wanderers, Gabriel Blanco. «Hace dos años que estoy queriendo parar el fútbol. Es imposible seguir así. Esto es como que una persona que tenga tres laburos pierda dos y siga saliendo a comer afuera todos los días», dice el presidente de Fénix, Álvaro Chijane. «Siempre hay déficit. Ni los grandes empatan ya. Los presupuestos se duplicaron en el último año y medio por las medidas de seguridad. Los que tienen el poder dicen lo que hay que hacer y los que ponen la plata son los clubes. Hay cada vez más gastos de jueces, policía, seguridad privada, boleteros. Es muy difícil», dice el presidente de Racing, Raúl Rodríguez.

 

Al comienzo de cada campeonato los clubes uruguayos tienen que saldar sus deudas con la AUF y los jugadores. Para hacerlo se endeudan hasta la médula: lo hacen con Tenfield, con prestamistas y con el BPS, al que le deben US$ 3 millones. Esta es la historia de un fútbol tan pobre como apasionado.

 

El fútbol es deficitario. Salvo Peñarol y Nacional, los equipos pierden entre $ 150.000 y $ 200.000 cada vez que juegan de locales. Dicen que los costos se fueron a las nubes con los planes de seguridad que implementó el Ministerio del Interior en este último año. Que las ventas de entradas por redes de cobranza hacen que menos gente vaya a las canchas. Rezan por que les compren a algún jugador. A veces le venden pedazos de un deportista a un contratista, que luego se ve beneficiado en caso de que le salga un pase internacional —un práctica ilegal que desde hace un tiempo está en la mira de la Secretaría de Deportes.

Piden préstamos. Los bancos ya no les dan plata, entonces le tienen que ir a golpear la puerta a Tenfield, o se ven obligados a caer en manos de prestamistas que les cobran gordísimos intereses. Los socios fanáticos —y pudientes— ponen billetes que nunca recuperan. Presidentes de los clubes dicen que han perdido mucho dinero.

«En los últimos años los desfasajes los ha cubierto siempre el presidente», dice, en referencia a Juan Pedro Damiani, un miembro de la directiva de Peñarol (que prefiere no ser mencionado), cuando se le pregunta si le han pedido plata a Tenfield más allá de lo que reciben por derechos de televisación. Damiani no respondió a los llamados. Desde Nacional, su gerente general, Martín de Castro, señala que «hoy los únicos pasivos económicos son con el sistema bancario. O sea, Nacional no apela a prestamistas, aunque obviamente sí lo hizo en el pasado».

 

«El jugador de fútbol trasladó toda la deducción al club, y ahí explotó la mayoría de la deuda. Acá deben todos, los clubes grandes y los chicos.

 

El presidente de Juventud, Yamandú Acosta, dice que ha donado «millones». Y explica: «Yo tengo cuatro empresas acá en Las Piedras. Tengo hijos acá. Me conoce todo el mundo. No puedo tener deudas, eso no se puede hacer en el interior». Acosta se queja hasta del precio de las pelotas. Y de los jugadores que, en un arrebato de pasión, al terminar el partido van y le regalan la camiseta a la novia, porque esa camiseta hay que ir y comprarla de vuelta. Por regla, en cada partido de primera división se deben utilizar tres balones nuevos. Entre camisetas, pelotas, botines y conos para entrenar, Juventud gasta un promedio US$ 2.000 al mes.

Debe.

Que Peñarol y Nacional no lleguen a perder dinero en todos los partidos no quiere decir que no tengan déficit. La plata que reciben por partido no llega a cubrir los costos de pagarles a los jugadores y al equipo técnico, mantener las canchas y los complejos deportivos, e ir saldando las deudas contraídas en el pasado. No entrar a una copa internacional es trágico. Y ganar el campeonato local no es solo una obligación por la historia de sus casacas: es cuestión de plata.

Los cuadros que están en la «A» se dividen en dos grupos: los chicos y los grandes. No hay cuadros intermedios. Son 16 clubes y 14 caen en el primer casillero. Los primeros reciben por derechos de televisación US$ 500.000 al año, según señalan fuentes de la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF) y confirman los propios clubes. Los segundos se embolsan US$ 3.500.000, agregan desde la asociación, mientras que los equipos prefieren no confirmar los datos, amparándose en el secreto empresarial. El dinero de Tenfield es el mayor ingreso que hoy tiene el fútbol uruguayo. Para muchos, de todos modos, deberían recibir más.

Abrir el estadio Campeón del Siglo le cuesta a Peñarol entre US$ 18.000 y US$ 32.000, dependiendo del cuadro contra el que se juegue, la altura del campeonato y las posibilidades del equipo de salir campeón. Abrir el Parque Central implica entre US$ 16.000 y US$ 25.000, según señala el dirigente de Nacional, De Castro. En los otros cuadros este esfuerzo ronda los US$ 10.000, y es un poco más cuando se les permite jugar en sus canchas contra Peñarol o Nacional.

En todos los casos, sea chico o grande el club, nunca menos de un 40% de la recaudación queda en manos de la AUF. Con eso paga la seguridad, que se regula según lo que mandata el Ministerio del Interior. Comúnmente se calcula un guardia cada 250 localidades, pero el problema es que muchas veces los espectadores son muchos menos. Los policías se encargan de cuidar a los jugadores y los jueces dentro de la cancha, de hacer las revisaciones en la puerta y de trabajar en el perímetro vallado alrededor estadio.

También se contrata a una guardia privada, que es la que suele estar en las tribunas. La AUF, con el sistema actual en el que las entradas se compran en redes de cobranzas —salvo casos excepcionales como Wanderers, que ya puso un mecanismo para vender en la misma cancha— es la que recibe directamente el dinero, y luego distribuye el resto entre los clubes.

El tema de la seguridad molesta a algunos. Sostienen que a veces los policías que manda el Ministerio son demasiados. «Te exigen una serie de cosas de seguridad y policías que son inconcebibles. El Tanque tuvo un partido con Plaza Colonia en el que se vendieron 17 entradas y había 33 policías. La falta de criterio no tiene gollete», dice el referente del Tanque Sisley, Víctor Della Valle.

«Ahora el Ministerio también te encaja un vallado afuera. Entonces tenés que pagar la valla, el camión que te trae la valla, el que se para al lado de la valla. Así, la organización de un partido nos sale $ 250.000. Para cubrir ese gasto necesitás vender 800 entradas. Imposible», dice Chijane, el presidente de Fénix. «Es muy difícil: casi la mitad del dinero, o más, son gastos de personal de seguridad y jueces. Tendría que haber un mayor retorno para los clubes. Nuestra principal fuente de financiamiento son los jugadores. Si no vendiéramos jugadores no podríamos subsistir», dice el presidente de Defensor, Daniel Jablonka. «Cuando jugamos con los grandes la ecuación se les va al diablo. Te mandan tanquetas, policías enormes de la Republicana… Salís de Jardines del Hipódromo y parece que estás en la guerra de Kosovo», dice, en tanto, el presidente de Danubio, Leonardo Goicoechea.

El secretario de Asuntos Económicos de la AUF, Ignacio Alonso, sostiene que este año «se duplicaron los costos» de seguridad para los clubes. «Se cambió el régimen. Hay operativos de corte de calles, zona de exclusión, cacheos, que se han transformado e implican más dinero. A esto hay que sumarle el despliegue de cámaras», agrega. «Cuando te ponen las cámaras de reconocimiento facial, te cobran 20 mangos por foto. Nosotros jugamos un partido con Cerro y perdimos US$ 15.000», dice el presidente de Racing.

Todos los clubes y la AUF coinciden en que la venta de entradas en las redes de cobranza llevó a que menos gente vaya a las canchas. Si bien se pueden adquirir a último momento por internet, sostienen que algunos aún no saben cómo hacerlo. Además, las agencias le cobran a cada equipo $ 25 por entrada vendida. Muchos de los clubes chicos suelen cobrar a sus socios unos $ 150 al mes y entregar entradas gratis cuando juegan de locales, es decir, dos partidos al mes. Con esta comisión les quedan solo $ 100 de los $ 150.

La AUF también se encarga de pagarles a los cuatro jueces —el principal, los dos líneas y el cuarto juez— y a un veedor que hace un reporte del partido. En total son casi $ 100.000 por encuentro. Y también les paga a los boleteros, que están agremiados y por eso los clubes se ven obligados a contratar siempre a los mismos. Los cuadros del interior tienen que llevar a boleteros de la capital. «Entonces aparte del arancel hay que pagarles viático y pasaje», dice el director deportivo de Plaza Colonia, Carlos Manta. Aunque ya no se están vendiendo entradas en las canchas, los boleteros son los que controlan los tickets en la puerta. Se piden, por lo menos, cuatro boleteros por partido y cada uno cobra unos $ 10.000.

Después vienen los gastos fijos. Fénix, por ejemplo, paga $ 160.000 al mes por la electricidad del complejo, la cancha y la sede. El presidente de Juventud, en tanto, dice que cosas que antes se hacían gratis, ahora hay que pagarlas. «Delegados, cobradores, cancheros, antes eran honorarios, ahora es todo rentado», se queja.

Haber.

«Lo que pagan por los derechos del fútbol es muy poco», dice Nicolás Schenone, que hoy viste la casaca del Canadian, un cuadro de la «B», y que forma parte del grupo Más Unidos Que Nunca. Esta semana ese colectivo decidió paralizar el fútbol en medio de una puja con la Mutual —el gremio de los jugadores profesionales—, acusándolos entre otras cosas de no defenderlos ante Tenfield. El País intentó hablar con alguien de la Mutual, pero fue imposible.

El conflicto se da por el derecho de imagen de los futbolistas, por el que la empresa, según Schenone, solo pagaba dos dólares por deportista. Ellos exigen que se pague más y que este dinero —que antes quedaba en manos de la Mutual por voluntad de los propios jugadores que así lo votaron— se reparta entre ellos. También pelean para que los clubes y la AUF no firmen con Tenfield un contrato a 2032. «Ya tienen un contrato a 2025. Hay que analizar cómo sigue esto porque el mayor dinero que tienen los clubes en el mundo es por la televisación y la realidad en Uruguay es que los clubes están empobrecidos. Hay equipos de la A en que los vestuarios no tienen ni agua caliente», sostiene Schenone.

Tenfield le paga a cada equipo chico esos US$ 500.000 al año. El otro ingreso grande que tienen proviene de la Selección. «Es el dinero de gestión de derechos de indumentaria, de imagen, de los partidos», señala Alonso, de la AUF. Este dinero sí se divide en partes iguales entre los 16 clubes. Son unos US$ 120.000 por equipo, lo cual implica unos US$ 10.000 al mes.

También esperan los clubes recibir este año un dinero extra por la clasificación a la Copa del Mundo de Rusia. Pero desde la asociación ya aclaran que no será mucho. «Todavía no hay una cifra, pero de ahí hay que pagar premios. O sea, nadie se va a salvar por el dinero del mundial. No es un 5 de Oro», agrega Alonso. Desde los clubes no están de acuerdo con cómo se reparte este dinero. Del bruto se saca la plata de los premios para el seleccionado y lo que queda se divide en dos: mitad para la AUF y mitad para los clubes. «Esta es una selección muy cara. Siempre digo que andamos en una Ferrari a nivel internacional y en el fútbol local manejamos un Fitito», señala el presidente de Fénix.

Después está el dinero de la publicidad y los sponsors de la camiseta. Los cuadros grandes pueden recibir cifras importantes, pero los chicos se conforman con poco. El Tanque Sisley puso el logo de Antel en la camiseta por $ 18.000. Juventud canjea con una pollería alimento para sus jugadores. «Nos dan unos pollos», dice su presidente.

Debería haber.

Los clubes deben sí o sí pagar sus deudas con la AUF. Tienen que empezar cada competencia con sus cuentas en apariencia saneadas, aunque se endeuden hasta la médula. En caso de que las ventas de entradas no alcancen para pagar los dispositivos de seguridad, deben saldar el déficit en un plazo no mayor a 15 días desde que se jugó el partido; si no, señala Alonso, no se les fija la próxima fecha. Y al final de cada campeonato deben pagar todo lo que les deben a los jugadores. El mínimo para un futbolista de la «A» son $ 38.000. La mayoría, señala el representante de la AUF, cobra más. Atrasarse en los pagos o pagar sin hacer los debidos aportes al Banco de Previsión Social es moneda corriente. Desde la institución señalaron a El País que hoy se les adeudan US$ 3 millones.

«Nosotros tenemos un presupuesto de US$ 90.000 al mes en la primera división y US$ 60.000 en las formativas. Son US$ 150.000. Por los derechos de TV recibimos US$ 40.000 y la AUF nos da otros US$ 10.000. Son US$ 50.000. Así que tenemos un déficit de US$ 100.000 cada 30 días. Eso lo tenemos que cubrir con transferencias, porque ¿quién te va a venir a prestar plata?», pregunta el presidente de River, Willie Tucci. Della Valle dice que el Tanque Sisley, uno de los cuadros que está en peor situación económica, tuvo un déficit de US$ 300.000 en la anterior temporada. Y él es el único que dice abiertamente que le pide plata a Tenfield cuando lo necesita. «Hay cola para buscar dinero. Vas a Divina Comedia —la calle donde está la empresa— y te encontrás con todos los de los clubes. Con los de los grandes no, porque ellos piden por teléfono», dice entre carcajadas. Tanto desde Peñarol como de Nacional declararon, sin embargo, no tener actualmente deudas con la firma.

Tenfield reconoce que les presta plata a los clubes, y dice que hay algunas deudas que ya se consideran incobrables. «Los clubes tienen como unidad de negocios los derechos del fútbol uruguayo. Nosotros se los compramos y los explotamos. Cuando hay una urgencia, si está al día, se le adelanta del precio de esos derechos. Pero lo cierto, también, es que hay adelantos que damos que son incobrables», dice una fuente de la empresa. Este compromiso es, para los jugadores disidentes de la Mutual, el que hace que los clubes le sigan dando los derechos de televisación. Pura pasión.

LA «B»
Un profundo pozo al que todos le tienen miedo

Los cuadros de fútbol de la «A» viven como equilibristas que se bambolean sobre un hilo muy fino: si se van mucho para un lado están en peligro de asumir deudas difíciles de pagar y de quedar atados a las voluntades de los prestamistas; si se van mucho para el otro pueden caer a la «B». Y, en este último caso, el golpazo es muy doloroso.

Mientras los clubes de la «A» reciben por derechos de televisación US$ 500.000 al mes, a los de la «B» —que son 14 clubes— les dan US$ 120.000. Dado el déficit que deja cada partido, subsistir con este dinero es prácticamente imposible.

«La situación de la B es muy complicada. Los ingresos son distintos a los de la primera. Tienen menos dinero por la televisión y también les corresponde menos de lo que entrega la AUF», señala, desde la Asociación, Ignacio Alonso.

«El problema también está en que es difícil vender jugadores», señala Carlos Keosseian, de Atenas de San Carlos. «Hoy por hoy Atenas está en problemas de deudas con el plantel. Conmigo no porque llegué en el segundo período, pero los que estaban antes sí tienen deudas», agrega.

Keosseian señala que el mínimo para los salarios de la «B» es de $ 14.500, mientras que en los de la «A» es de $ 38.000.

Alonso sostiene que los clubes deben buscar «puntos intermedios» entre endeudarse mucho e irse a la «B». «Esto a veces es difícil, pero hay clubes que lo hacen, y otros que gastan más de lo que tienen», concluye.

APORTES
Modificación en el sistema golpeó a los clubes

«Si seguimos así, el campeonato uruguayo lo van a jugar la Dirección General Impositiva (DGI) contra el Ministerio del Interior, y estos otros contra el Banco de Previsión Social (BPS). Nos cobran de todo. Ya ni miro las liquidaciones para no amargarme. Las veo cada seis meses, cuando hay que pagar», declara Víctor Della Valle, del Tanque Sisley.

Los cuadros deben US$ 3 millones al BPS. La deuda se empezó a generar a partir de 2010, cuando la institución dejó de cobrar un ficto fijo por jugador, para pasar a cobrarles a los equipos como a cualquier empresa. Este mismo cambio se implementó recientemente en el básquetbol.

«Antes se aportaba con un techo. Se pagaba un ficto. Después se aplicó un régimen general que hizo que se incrementara el presupuesto de los clubes entre un 12% y un 15%», señala el secretario de asuntos económicos de la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF), Ignacio Alonso.

«A cifras actuales ese ficto era de $ 12.000 por jugador», agrega. Muchos de los clubes declararon a El País que sus jugadores cobran el mínimo, es decir $ 38.000. Sin embargo, Alonso dice que «la mayoría cobra mucho más» y por eso la modificación en el sistema de aportes hizo que creciera la deuda de los clubes con el banco.

«El jugador de fútbol trasladó toda la deducción al club, y ahí explotó la mayoría de la deuda. Acá deben todos, los clubes grandes y los chicos. Nosotros fuimos en mayo al BPS con una propuesta para ir abonando la deuda vieja y lo que se va generando de forma corriente», agrega Alonso.

 

 

Fuente: El País (escribe CARLOS TAPIA, Sábado, 21 Octubre 2017)

Foto: El País