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Juan Ramón Carrasco:»Si Uruguay hace un gol con la mano, me voy a poner contento. Pero siendo objetivo, no me gusta el fútbol que practica mi selección»

URUGUAYOS CAMPEONES DE ENTRECASA. Un confortable sillón y una mesa ratona bastan para que Juan Ramón Carrasco haga del lobby del hotel Madero una sala de visitas. Un historiador le acerca una edición de la revista El Gráfico de 1981, cuando vestía la camiseta de River. Carlos Randazzo, rival en el Superclásico de 1980 y compañero en el Racing que dirigía José Omar Pastoriza, se enciende entre anécdotas. Un intermediario paraguayo, en tanto, lo espera acodado en la barra. Y ahí está JR, que nada tiene que ver con el célebre personaje de la serie Dallas, más allá de que nació en un campo grande, en Sarandí del Yí, hace 60 años.

 

«Y te aseguro que a los últimos dos Mundiales fuimos por un pacto con los jugadores argentinos»

 

“La edad es lo de menos. Estoy físicamente impecable”, dice el uruguayo entre mate y mate, siempre acompañado por Claudia, su joven esposa. Hombre de experiencia, con un notable pasado como enganche, construyó su carrera como técnico bajo el lema del tiki-tiki. Sí, Carrasco se hace cargo de ser el autor intelectual de aquel estilo que en la Argentina se le atribuyó a Angel Cappa, el estratega de un Huracán inolvidable, muy a pesar de que se quedó en la puerta de la consagración. “Fénix me vino a buscar porque siempre había apostado a técnicos que jugaban a no perder para salvarse del descenso. Y a mí me gusta atacar. Por eso salimos campeones de la Liguilla y clasificamos a la Copa Libertadores, algo inédito. Eso era el tiki-tiki. Y de ahí, me llevaron a la selección, porque hacían encuestas y la gente me pedía a mí”, le cuenta a Clarín. Un año estuvo al frente de la Celeste. En 2004, la goleada (3-0) de Venezuela en Montevideo fue el punto final. Lo echaron.

 

«Y en mi país la vara se ha puesto muy baja. Tenemos jugadores brillantes y festejamos clasificar quintos en las Eliminatorias»

 

Sin embargo, Juan Ramón no está arrepentido de aquel paso por el seleccionado charrúa. Porque tiene las convicciones bien firmes, aun en la derrota. Y de paso por Buenos Aires, quiere refrescar sus ideas, soñando con la posibilidad de dirigir en la Argentina, un fútbol que conoce, que le “encanta”, según su propio decir.

-Siempre estuviste cerca de dirigir en nuestro medio, pero nunca se te dio. ¿Hace falta que algún dirigente se anime a contratarte?

-En la calle me preguntan: “¿Cuándo venís a dirigir acá?”. Y el otro día, un taxista hincha de Racing me decía: “A mí me gusta el fútbol que usted pregona. Pero el fútbol que practica es muy arriesgado. Ataca mucho y defiende poco”. Eso es un mito. Pero parece que todos aquellos técnicos que proponemos hacer daño en el área rival perdemos porque no tenemos equilibrio.

-¿Estás encasillado?

-En todos los equipos que me tocó dirigir, logramos la clasificación a una Copa, en Nacional fui campeón del Uruguayo y potenciamos jugadores que fueron vendidos en grandes cifras. Pueden revisar mi currículum. Y, después, erradicar esa opinión de que no defendemos. De mí se dijo que no me gustaban los goles de pelota quieta. Yo tengo treinta y pico de jugadas para llegar al gol. Y de cada una de ellas, hay tres o cuatro opciones. Es decir, si sale sucia, le doy variantes al jugador para que pueda resolverla. Soy como un personal trainer del futbolista. Me gusta ganar por causalidad, no de casualidad.

-¿Y por qué te gustaría venir a un campeonato donde el único proyecto es ganar?

-Porque quiero plasmar mi idea. No van a pretender que si agarro un club de mitad de tabla para abajo salga campeón. Pero le vamos a jugar de igual a igual a cualquiera. No hace falta tener una gran billetera para formar un gran equipo. Hay que darle funcionamiento.

-Los dirigentes no tienen paciencia. En general, pocos aguantan a un técnico que no gana durante seis partidos seguidos.

-Porque a nadie le importa cómo se gana y sólo se preocupan si se pierde. Si vos mostraste una idea, por más que no se haya visto reflejada en el resultado, el dirigente y el hincha tienen que quedarse tranquilos.

-Entonces, ¿el mejor no es el que gana?

-No siempre. Está aquel al que le gusta ganar como sea y al que le gusta ganar según una manera de jugar. Yo trato de darle herramientas al futbolista para que aproveche su impronta.

-¿Y qué te genera cuando escuchás que del segundo no se acuerda nadie, como dice Bilardo, o que perder la final de la Champions es un fracaso, como piensa Simeone?

-Ese es el mensaje de un técnico que salió campeón y que busca meter presión para poder incentivar a su equipo.

-Pero Argentina jugó tres finales, no fue campeón y acá es muy cuestionada. Entonces, ¿de qué le sirve ser segundo?

-La critica aquel que tiene un micrófono y quiere congraciarse con el que piensa que sólo vale ser campeón, aquel que se vanagloria con el triunfo de uno en detrimento del otro.

-Ojo que lo dijo Javier Mascherano antes de la última final con Chile: “Ya no alcanza con llegar a las finales, ahora hay que ganarlas”.

-Lo debe haber dicho para apaciguar los ánimos. No se valoran las finales con Alemania y Chile, pero hicieron todo lo posible para ganarlas. Y no me hablen de que fallaron Higuaín y Palacio. El fútbol tiene esas injusticias. No sigo la corriente de que si no salís primero no servís. Argentina tiene excelentes jugadores.

-¿Creés que con Sampaoli puede dar el salto de calidad y lograr la clasificación al Mundial?

-Creo que eligieron al técnico que le va a devolver la identidad al equipo. Con la riqueza individual que tiene y cuando la máquina esté aceitada, Argentina puede darle dos goles de ventaja a cualquiera que seguro le va a ganar.

-No le será fácil a tu Uruguay, entonces.

-Si Uruguay hace un gol con la mano, me voy a poner contento. Pero siendo objetivo, no me gusta el fútbol que practica mi selección. No se le genera el fútbol que necesitan Suárez y Cavani. Dependemos mucho de cómo se levanten ellos. Y en mi país la vara se ha puesto muy baja. Tenemos jugadores brillantes y festejamos clasificar quintos en las Eliminatorias. Y te aseguro que a los últimos dos Mundiales fuimos por un pacto con los jugadores argentinos. No me gusta la mentira. Podemos dar más.

 

 

Fuente: Clarín de Argentina (Julio 2017)