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Este Sur

Los uruguayos entre la solidaridad o la desidia

LA OPINION EN EL URUGUAY. Desde Montevideo/Esc. Beatriz Marenco, Directora de Relaciones Institucionales CELADE, para Diario Uruguay.

LA SOLIDARIDAD CONNATURAL DE LOS SERES HUMANOS Y EL TRASPASO DE RESPONSABILIDADES.

Hace unos días me invitaron a participar de un evento solidario a los efectos de  recaudar fondos para una institución que fuera afectada por  las consecuencias adversas del clima.

Me hizo reflexionar  sobre lo que entendemos por solidaridad y lo que nos pasa cuando somos convocados mediante esta preciosa palabra. Es así, que lindo es entenderla como una sintonía con los que sufren, un profundo sentir que tenemos los seres humanos de unión y es principio universal natural de todos quienes habitan en una comunidad.

Cada día sabemos de más personas e  instituciones que llevan adelante valiosas tareas solidarias, día a día sentimos que debemos ser más solidarios, hasta el punto que nos hacen pensar que  ese debe ser  nuestro bien e indispensable obrar, innecesario traspaso, cuando  aún a  los seres humanos nos duele ver el apremio con que viven quienes sufren a causa de catástrofes o  injusticia social y somos generosos y anónimos donantes que amortiguamos mucho dolor y carencia.

Son muchas las personas e instituciones que asumen un rol de protección que deben llevar los Estados como protectores de sus ciudadanos y si bien reconozco los recursos limitados que estos tienen,  no me parece el mejor camino personalizar e institucionalizar la caridad, sabiendo todos que nos son, ni las personas, ni las instituciones solidarias las que deben cumplir el papel principal, sino aquellos que deben dejar de ser complemento para asumir su verdadero rol.

Hemos sido afectados por desastres naturales, que no podemos controlar, pero ya es  hora de reducir la vulnerabilidad de quienes están en riesgo, prevención es la palabra. Seguimos viendo viviendas precarias,  poblaciones cercanas a zonas inundables, situaciones que siempre terminan evidenciando, tristes condiciones de vida, y nuestro corazón crece y corre para atender a quién lo precisa,  pero se necesita  prevención y educación más allá del apoyo solidario que nunca falta, ni debe faltar.

La solidaridad es un necesidad connatural del ser humano es poder dar y trabajar conjuntamente en acciones que beneficien a los demás, pero cuidado  que no se termine convirtiendo en responsabilidad de quienes no siempre  tienen, de quienes ponen su máximo esfuerzo, de quienes escuchan,  atienden, ayudan a pesar de su propio, desconocido e ignorado apremio.

LA DESIDIA, EL PENOSO CAMINO QUE DEBEMOS DEJAR DE RECORRER

Pocos días atrás en un evento llevado a cabo en una hermosa sala capitalina, pude apreciar como una planta dentro de las pocas que allí se encontraban para supuestamente adornar y dar esplendor a ese lindo lugar, yacía mustia, junto a las otras y escasas que allí permanecían  soportando el olvido, y pudiendo ser perfectamente asociadas a locales oscuros y  ser materia de  chistes de café cantante.

Sin contenerme y a base de maña y rapidez, corte con mis manos – no sin cierta vergüenza – las hojas secas, arrojándolas a un bote cercano, preocupada de esa mala imagen que  proporcionaba a ese lugar de características magníficas, y en el que me encontraba como participante.  Simple ejemplo de cuanto abandono vemos a nuestro alrededor, miles de envoltorios arrojados a la vía pública, bajo la absorta mirada de todos,  bellezas  inconmensurables, puertas, réplicas, escalinatas, monumentos, que piden sean aseados y desempolvados, testigos de una época ilustre de nuestro país,  y que muchos aun sufrimos al constatarlo, en medio de una inercia que ha ganado, en una sociedad que descuida, que ignora y que nos hace medir como estamos.

Basta ver el barrido de nuestras calles, trabajo dignísimo si los hay que contribuye a mantener limpia y cuidada la ciudad en la que todos habitamos  y frecuentemente vemos hacerla como si de un “plano de mensura” se tratase, tomándose meticulosas medidas para no excederse y delimitando cuidadosamente derechos porque hasta aquí llega “mi trabajo” y esa desidia generalizada, es la que me hiere cuando mis manos descubren polvo en una hermosa obra de arte, cuando una planta implora agua, y cuando mi vista se indigna al ver  representativos lugares  donde con diferencia de pocos centímetros, coexiste la calidez con la frialdad a la hora de iluminarlos. Son innumerables los ejemplos.

Es hora de que la desidia de quienes tienen que ejercer el control y en cuya responsabilidad debe recaer la tarea, deje de arrastrarnos también como ciudadanos y quiera convencernos  que ese trabajo es una dádiva.  Incentivemos la diligencia y el cuidado de nuestra  más preciada cultura, de nuestro entorno y los valores que nos hace buenos ciudadanos, y no meros residentes y que aún nos mantiene orgullosos de lo bello y poco que nos queda. Que esa negligencia de quienes deben controlar, vigilar, atender, no nos conduzca a todos por ese penoso camino, marcador preocupante de esta sociedad, y que no queremos transiten las próximas generaciones.

Seamos reflexivos,  pensemos en nuestros niños que observan y crecen en esta sociedad  cada vez más insípida y que me lleva a pensar, no sin desazón,  si son suficientes las palabras para educarlos, porque seguro necesitamos  cada vez más coherencia entre estas y nuestro accionar, llevándome finalmente a  recordar aquel   refrán que dice  que “ los  niños se parecen cada vez más a su tiempo que a sus padres” lo que termina evidenciando lo inmersos que están en entornos circundantes que influyen con demasiada fuerza.