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PLAN 2030 Ramón Mérica

Veredas de El País en El País caminadas por Ramón Mérica

VEREDAS CAMINADAS POR RAMÓN MÉRICA para Diario Uruguay.(Archivo 22 Junio de 1997)

Punta del Este parece una ciudad desvastada en esa noche de marzo después del ruido y la locura, y solamente los pasos de Nicolás García Uriburu y de Inés Quesada rumbo hacia El Faro dan un toque de real irrealidad a ese paisaje que hubiera amado de Chirico. Mientras Arotxa  busca un sitio para restaurarse y encuentra en ancestros vascos la Gure Etxea de los Iturria, no hay otra cosa más que escuchar el sonido del agua de marzo rompiendo contra las rocas invisibles.

Más invisibles resultan las probables rocas de Rocha, ajenas y distantes de la ciudad madre, un recóndito túmulo de algunas calles empedradas, de ciertos faroles, de callejuelas sobre las que los pasos y la lluvia canturrean en castellano, no en español, porque allí se edificó una suerte de baluarte contra la contaminación auditiva, el grito o la mala manera de conjugar. Aquí, no habrá puente capaz de desvirtuar  ese relicario de empedrados y de voces antiguas que los habitantes cuidan como a su propia vida.

Los minuanos, en cambio, no tienen por qué cuidarse de nada. Para eso están las sierras azuladas que los envuelven como en un gran rebozo donde la perspectiva siempre se estrella contra un cerro más o menos alto, más o menos florecido, siempre galante. Los damasquitos, serranitos y alfajores hacen lo suyo, sobre todo cuando el visitante se dispone a indagar en qué consiste el encanto de esta tacita tan próxima y tan distante,  quizá porque lo importante es mantener un cerco de misterio.

Juana ya no está, pero está. No solamente en el baustismo del único edificio alto de la ciudad, sino en una típica casita del lenguaje italiano rioplatense donde vivió apenas un año de su larga vida pero que ha bastado para ser «La Casa de Juana de Ibarbourou». Más rotunda que esa vivienda urbana de Melo, a 15 quilómetros del centro, espera el asombro de la Posta del Chuy del Tacuary, un hito histórico y geográfico del Uruguay, el primer lugar donde un uruguayo debió pagar peaje para atravesar un arroyo en su propio país.

Todas las calles principales, como corresponde, llevan el nombre de los 33 señores heroicos de la playa de la Agraciada, encabezados por Juan Antonio Lavalleja, y ésa es apenas una parte del buen tono de los habitantes olimareños, orgullosos con su Obelisco y sus cantores, con su feria dominical en la calle del Brigadier General Manuel Oribe y, sobre todo, con su caprichoso río capaz de ser admirado por sus límpidas arenas y temido por sus desbordes de cauce.

Ese problema con el río es ajeno a Flores, que canta con la misma soltura con que cantan las aguas de la plaza, aunque a un par de cuadras exista otra plaza abrigada por árboles de larga data y enorme seducción, sobre todo si es de noche, llueve, y los cicerones provienen de la familia de Mario Arregui, que ha elegido como asiento una esquinita justo delante de esa plaza.

Cuando el invierno se abre paso entre las anacahuitas de la Plaza Sarandí del Durazno, y la llovizna se encarga de barnizar todas las baldosas, se podría creer que todo eso fue encargado, preparado con una maniática perfección. Pero no: esa plaza nació para ser seducida por el invierno y la lluvia, quizá como dato preparatorio de algo que no se ve así como así, que no está tan a mano como esa plaza y otras plazas. Para encontrar ese asombro hay que buscar al Yí, que cuando se enoja es capaz de hacer sucumbir los barrios cercanos hasta convertirse en una pesadilla, pero cuando está como ahora, manso y muy amigo del viejo puente de hierro, merece ser visitado. Y no solamente por él: más que nada por la avenida Churchill que lo circunda y donde la apoteosis de los plátanos no conoce parangón en ningún otro rincón del país, sobre todo cuando se descubre que es una parte de una forestación asombrosa.

Durazno tiene 24 mil habitantes y la ciudad cuenta con 23 mil árboles.

Sobre esas calles, árboles, avenidas, teatros, salones, plazas y playas es que El País en El País fue descubriendo una esencia íntima del Uruguay en sus varios meses de acercamiento con los lectores a través de sus periodistas y creadores de belleza que van desde el teatro y la caricatura hasta la fotografía y la música. Ahora viene un receso  invernal, pero ya en setiembre se reengancha la jubilosa cabalgata para extender manos, historias y vivencias sobre Florida, Canelones, Tacuarembó Rivera, Artigas y un gran final en Salto. No todo queda allí: en diciembre, se prevé el broche final en Montevideo con una programación apabullante. A no desesperar y tener paciencia.