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A los 90 años Beatriz Haedo:“Comprobé cómo los grandes caudillos tienen tantos puntos y preocupaciones en común”

TENER UN NOMBRE EN EL URUGUAY. Toda su vida ha estado próxima al poder. Bien puede decirse que no ha habido acontecimiento político relevante en el Río de la Plata de los últimos 70 años del que no haya sido testigo privilegiada o coprotagonista. Es Beatriz Haedo de Llambí, que la semana pasada estrenó sus 90 años, durante los cuales ha tenido la fortuna de vivir, observar y protagonizar los vaivenes del Uruguay, donde nació en 1927, y de la Argentina, donde se radicó tres décadas y media más tarde. Hija única del nacionalista Eduardo Víctor Haedo y Rosa Garramón, fue la mano derecha de su padre. Haedo gravitó fuertemente en el escenario político uruguayo entre 1925 hasta 1966; a lo largo de esas cuatro décadas como a él le gustaba decir: “fui de todo en la vida menos Cardenal”.

Con la naturalidad de las personas que vivieron siempre en un ambiente en el que los temas de Estado eran cosa de todos los días, Beatriz cuenta detalles de episodios que hoy figuran en los textos de historia; más de un periodista hubiera querido estar en su lugar para tomar nota y escribir una crónica que hubiera sido tapa de cualquier diario.

En el living de su apartamento de Buenos Aires, en Avenida del Libertador y Oro, el mismo que ocupa desde 1963, cuando se casó con el militar y diplomático argentino Benito Llambí, conversó con El País. Rodeada de fotografías dedicadas de todos los ex presidentes uruguayos y argentinos de la era democrática (con excepción de los Kirchner), y desde donde se divisa la costa de Colonia los días de sol pleno, recordó a Luis Alberto de Herrera, a Juan Domingo Perón, a Eva Duarte y a un sinnúmero de personalidades de la política y la cultura. También evocó la terrible década de 1970 en la que esa misma casa recibía permanentemente a los políticos uruguayos que escapaban de la dictadura.

De su padre heredó la cintura política y el don de reunir en torno a una mesa a las figuras más antagónicas. Rinde culto a una frase que Haedo citaba siempre y que es de por sí toda una definición de cómo ir por la vida: “con sencillez republicana”. Ostenta con la misma pasión la divisa de su padre y el gusto por la buena pintura que dan fe las obras de Figari y Blanes Viale que decoran su casa.

Entre sus primeros recuerdos están las tardes de domingo en las que iba con sus padres a la quinta de Herrera. Haedo se reunía con el caudillo en el escritorio, y su madre y ella en la sala, con doña Margarita Uriarte. Luego todos compartían el té en el comedor. Reconoce que fue una “afortunada” y que estar junto a figuras de la talla de Herrera y poder escucharlas, le dejó muchas enseñanzas de vida.

Con apenas 19 años, en 1946, y en la asunción de Juan Domingo Perón a su primera Presidencia, conoció a Llambí, por entonces jefe de protocolo de la Casa Rosada. Al término de las ceremonias le dijo a su padre: “Algún día yo me voy a casar con Llambí”. Debieron transcurrir 17 años para que el matrimonio se concretara. Fue en 1963, en la Catedral de Montevideo, y asistió el entonces recientemente derrocado presidente argentino Arturo Frondizi y su mujer Elena Faggionato. A la salida de la Matriz, los novios eran felicitados por los invitados y Frondizi, ovacionado.

Afincada desde entonces en Buenos Aires, donde nacieron sus dos hijos, logró en poco tiempo conquistar al selecto grupo de amistadas de Llambí. Supo ganarse el afecto de la flor y nata de la sociedad porteña. Cuando uno le pregunta cómo lo hizo, ella responde con naturalidad: “siendo como soy”.

Muy cercano fue también su vínculo con Perón. Lo visitó varias veces en su exilio en Madrid. Mucho antes había conocido y conversado, en un par de ocasiones, con Eva Duarte y tuvo el raro privilegio de ver su cadáver embalsamado en Puerta de Hierro, luego de que se lo devolvieran a su marido. “Fue una experiencia terrible”, recuerda.

Beatriz y su marido acompañaron a Perón en su regreso a la Argentina luego de 17 años de exilio. Venía en el avión que el 20 de junio de 1973 no pudo aterrizar en Ezeiza debido a los disturbios que allí se sucedieron, y tuvo que bajar en la base militar de Morón. “La indignación de Perón esa tarde era enorme”, comenta y evoca que delante de toda la comitiva, “le increpó al vicepresidente Solano Lima cómo había permitido que aquello sucediera”. Luego y una vez electo Perón para su tercera Presidencia con el 62 por ciento del electorado, Llambí fue designado Ministro del Interior. Cuando su marido le comunicó la noticia, ella entendió “Exterior” y él le remarcó: “no, Interior”. “El General quiere un milico como él y a un hombre de diálogo”, respondió Llambí.

Durante ese período, iban todos los domingos a la residencia de Olivos a la misa que se celebraba en la capilla a las 10. Luego almorzaban con Perón y su mujer María Estela. Después, Beatriz acompañaba al General a ver películas del Far West en el cine de la residencia. “Nunca vi tantos westerns en mi vida, y a mí que no me gustan las películas de tiros”, recuerda con una sonrisa. Terminada la proyección conversaba con el presidente argentino. “Aprendí mucho en esas conversaciones”. Emocionada y en referencia a Perón y Herrera manifiesta: “Comprobé cómo los grandes caudillos tienen tantos puntos y preocupaciones en común”.

Pocas semanas después de la muerte de Perón, Llambí renunció. Volvió a la diplomacia y pasó a desempeñarse como embajador de Argentina en Canadá a fines de 1974.

Beatriz cuenta que antes de partir, en su casa, su marido se reunió con Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz. Les recomendó que se marcharan de Argentina, que era muy peligroso que se quedaran. Les aconsejó que se fueran a Perú. “No tenemos los medios”, comenta que respondieron ambos. Se sabe Gutiérrez Ruiz y Michelini fueron asesinados en 1976.

Recepción: Beatríz Haedo recibe al «Che» en la azotea, 1961. Foto: Archivo familia Haedo.

Beatriz conoció y recibió a casi todos
La vida en Buenos Aires tuvo en los veranos, hasta hace cinco años, su prolongación en la Azotea, la emblemática casa de Punta del Este que su padre construyó.

Allí conoció y recibió en vida de Haedo a poetas, escritores, músicos y pintores del Río de la Plata y del mundo entero. Por sus jardines pasearon, entre otros, desde Pablo Neruda, Rafael Alberti, Manuel Mujica Lainez, Juana de Ibarbourou, Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Jorge Damiani, José Luis Zorrila de San Martín, Augusto y Horacio Torres García hasta Mario Moreno, Cantiflas. La nómina es interminable. Y en el plano político, el espectro va desde Dwight Eisenhower a Ernesto Guevara, el “Che”. Muerto Haedo, en 1970, ella continuó con su legado.

La carrera diplomática de Llambí terminó como embajador en Montevideo, fue entre 1989 y 1993. Las relaciones diplomáticas entre los dos países vivieron una de las etapas de mayor entendimiento y fluidez. En Argentina llegaba al poder Carlos Menem y en Uruguay Luis Alberto Lacalle.

En esos años, Beatriz se destacó por su calidad de anfitriona. Pocas veces la histórica residencia del Prado, sede entonces de la Embajada Argentina, brilló tanto. “Daba con su risa o comentario el toque cálido a la formalidad diplomática, y nunca dejaba de ayudar a quien le pidiera una mano”, recuerda hoy Silvia de Freitas, su secretaria de aquella época.

Hoy, a sus 90 años, Beatriz Haedo, que conoció y conversó con cinco Papas (Pío XII, Juan XXIII ,Paul VI, Juan Pablo II y Francisco), vive en el apartamento que la vio llegar a Buenos Aires hace más de medio siglo. Rodeada de recuerdos y de la historia de la que fue testigo y en -muchas ocasiones- coprotagonista.

Fuente: El Pais.com