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Helarte PLAN 2030

Las últimas palabras del caricaturista uruguayo Hermenegildo Sábat

HELARTE CON LOS URUGUAYOS.

«…entre el ‘66 y el ‘71 estuve deambulando por agencias de publicidad, que son “el brazo armado del capitalismo”. Y yo no soy capaz de vender nada, no sirvo para eso. Así y todo logré que algún dibujo mío fuera usado para vender un auto»

Murió a los 85 años

La última entrevista a Hermenegildo Sábat en Clarín: de su ilusión juvenil a las amenazas de la Dictadura
En una charla publicada hace un año, el artista repasó su vida y obra. Y reveló que fue amenazado por Suárez Mason.

Fuente: 02/10/2018 – 10:35 Clarin.comSociedad

LEE EN DIARIO URUGUAY: ENTREVISTA DE RAMÓN MÉRICA CON MENCHI SÁBAT

 

Hermenegildo Menchi Sábat
En octubre pasado, Hermenegildo Sábat recibió el Konex de Brillante, uno de los reconocimientos más importantes al periodismo argentino. Días antes, el 30 de septiembre, el artista dio su última entrevista en Clarín. Se publicó en la sección A Fondo. Allí, Sábat reveló que fue amenazado de muerte por el represor Guillermo Suárez Mason a raíz de su trabajo. Esta es la transcripción de esa charla con el periodista Pablo Calvo.

-¿Qué recuerda de aquella Buenos Aires que lo recibe en 1966, cuando viene del Uruguay?

-Que estaban Arturo Illia y el Instituto Di Tella, un centro cultural que puso a la ciudad en el pináculo de la gestión cultural. También estaba la revista Primera Plana, que muchas veces se golpea el pecho, pero fue una revista semanal que derrocó a un presidente. Lo hacían como una tortuga… El día del derrocamiento, lo supe, al doctor Illia se le presentó el general Julio Alsogaray y él prácticamente lo echó del despacho, diciéndole: “El comandante en jefe de las Fuerzas Armadas soy yo”. Al rato se le presentó otro alzado, que se cuadró y dijo: “Soy el coronel Perlinger”, e Illia le contestó: “Sí, usted pertenece a una familia de traidores”. ¡Extraordinario! Ahora se festejan cosas archivaliosas de él, como su honestidad, su simpleza, su posición frente a las compañías farmacéuticas, pero en aquel tiempo pasaba Onganía a coche descubierto y la sociedad aplaudía al dictador, no hay que olvidar eso.

-¿Cómo vivió ese período de golpes?

-Con ganas de dibujar. Ramiro de Casasbellas recordaba los dibujos que yo había hecho para el semanario Marcha de Montevideo y me empezó a publicar aquí, casualmente en Primera Plana, pero cuando ya no estaba más Jacobo Timerman. Casasbellas era un personaje increíble. En esa época no había Xerox ni fotocopiadoras, de modo que los originales y las copias se hacían con papel carbónico. La gente hacía sus notas, las diagramaban y las mandaban el taller de la Compañía Fabril, en Barracas. Pero a las seis de la tarde llegaba Ramiro recién bañado, rutilante, pedía los originales que se habían hecho carbónico y él mismo se reescribía toda la revista. Tres horas después, venían unos forzudos que lo tiraban en un coche y lo llevaban a dormir hasta las cinco de la tarde. Esa revista tenía un personal muy valioso. Ernesto Schoo, Tomás Eloy Martínez, Julián Delgado, que desapareció y nunca lo encontraron.

-Hasta hoy Ignacio López pide por él…

-Pero, por favor, cuando muchos otros se borraron. Pasados los años, Ramiro quiso sumarme a un semanario para los radicales, yo me negué y él me reprochó el haberme ayudado a entrar en Primera Plana.

-Hubiera sido un “dibujante militante”.

-El asunto es que entre el ‘66 y el ‘71 estuve deambulando por agencias de publicidad, que son “el brazo armado del capitalismo”. Y yo no soy capaz de vender nada, no sirvo para eso. Así y todo logré que algún dibujo mío fuera usado para vender un auto. Una cosa curiosa fue que cierto personal de las agencias de publicidad formaron parte de la guerrilla. A mí me llamaba la atención esa dualidad.

-En 1971 empezó a trabajar en el diario La Opinión, que tenía una redacción valiosa…

-Esa redacción era también el reflejo de las contradicciones que había en la sociedad. Estaba Horacio Verbitsky, los hermanos Algañaraz. Timerman despertaba sensaciones dobles en la redacción: lo admiraban y lo resistían. Sin duda fue un gran periodista, pero también había simpatizado ampliamente con los militares. Cuando entré en La Opinión planteé lo que ha sido mi sistema de trabajo desde entonces: que yo no quería usar palabras. Como el diario se imprimía en los talleres de Tageblatt, distaba en calidad con La Nación y Clarín, y se resistían a publicar fotografías. Por eso pensaron en los dibujos. Los primeros personajes que hice fueron Francisco Manrique, entonces ministro de Bienestar Social e inventor del PRODE, y Saturnino Montero Ruiz, que era el intendente de facto de Buenos Aires. ¿Qué hizo Timerman? Los llamó a ambos para disculparse por lo que yo había hecho. Entonces, Timerman planteó una relación de incomodidad con mi trabajo. Afortunadamente, cuando el Buenos Aires Herald dio cuenta de la aparición de La Opinión en un largo artículo de Robert Cox, señaló el parecido al diario francés Le Monde de París y la ausencia de fotografías. Pero entonces Bob Cox agregó entre paréntesis “(Y teniendo a Sábat, ¿para qué necesitan fotografías?)”. Esa frase cambió mi vida. Con Bob, construimos una amistad que aún perdura.

-En algo se parecen: los dos fueron observados por la dictadura, él se jugó el pellejo al escribir sobre los desaparecidos cuando nadie se animaba y usted dibujó a Videla cuando estaba prohibido…

-Somos dos demócratas e hicimos lo que teníamos que hacer: defender como podíamos la libertad de expresión. Lo cierto es que, a partir de su frase, Timerman respetó mi trabajo. La Opinión generó un fenómeno en la sociedad: se insertó muy bien y llegó a tener un tiraje importante para la época, de unos 100 mil ejemplares.

-Otro compañero de ruta suyo en esa época fue Juan Gelman…

-Sí, a dos meses de la aparición del diario, en julio del 71, empezó a salir el Suplemento Cultural bajo su dirección y entonces colaboré con él con mucho entusiasmo. La amistad también continúo a través de los años. Y cuando a él le dieron el Premio Cervantes, se portó muy bien conmigo, porque sugirió a la Biblioteca Nacional de Madrid que fuera yo quién cumpliera la tradición de retratar al ganador. Ese encargo valió para que viajáramos con mis esposa Blanca a Alcalá de Henares, donde nació el autor del Quijote. Tengo dos recuerdos de ese día. Uno fue una advertencia protocolar a las damas para que fueran de falda… y la única que estaba de pantalones ¡era la mujer de Zapatero! El otro fue que pudimos observar la resistencia etílica del rey Juan Carlos, quien en medio de un patio soleado se tomó todo, hasta la presión. Tan alegre iba que, cuando salía, me miró y me dio la mano como si fuera un amigo de toda la vida, sin saber quién era yo.

-Gelman sufrió la desaparición de sus hijos y se puso al frente de la búsqueda de su nieta, ¿estuvo también con él en esa instancia?

-Sí, estuve con él, sí. Hace poco me llamó su viuda, Mara La Madrid, porque quieren hacer una edición de “Los poemas de Sidney West”, uno de esos libros apócrifos que él hacía… pero no volvieron a llamarme. Hace dos o tres años, la Biblioteca Nacional española editó un libro con los retratos de los ilustres cervantinos y pusieron mi cuadro de Juan Gelman.

-¿Cómo fue su llegada a Clarín, en 1973?

-Fue una liberación, porque si bien hasta ese momento había trabajado con libertad en La Opinión, la relación de Timerman se ponía espesa. Él había empezado a decirme qué tenía que dibujar. Y eso no se lo permití, porque no es mi sistema de vida. Para llegar a Clarín me ayudó Octavio Frigerio.

-En octubre de 1975, fue secuestrado en un operativo, ¿qué fue lo que pasó?

-Salíamos del Museo Nacional de Bellas Artes con el director, Samuel Oliver, su sobrina, Julita Laspiur, y el subdirector, Daniel Martínez. Yo había ido a llevarle un libro mío a Oliver para que se lo acercara a mi padre en Montevideo. Los del Falcon se sorprendieron al verme y se preguntaron: “¿Y con éste qué hacemos?”. No venían por mí, pero me subieron. Cerca de la Casa Rosada pensé: “Puta, qué manera estúpida de morir”. Pero el auto siguió. Dobló por Venezuela, Azopardo, nos bajaron ahí. Por suerte, cuando nos emboscaron, nos vio un muchacho que había sido de la Comisión Interna de Clarín y enseguida avisó al diario que me habían “chupado”. Ya detenidos, escuché por radio Colonia la noticia de mi propio secuestro. A las 13 nos detuvieron y a las 16 nos liberaron. Cuando salí, con un hambre voraz, fui por un café con leche, pero en el bar estaba el tipo que me había “chupado”. Y cuando llegué al diario, un compañero del diario me comentó: “Che, me dijeron que estabas muerto al pie de la estatua de Lola Mora”. Y yo le contesté: “Mirá, yo estoy acá”. Fue todo muy absurdo.

-¿Cómo fue dibujar a Videla cuando estaba prohibido y desafiar la censura?

-Aproveché una distracción, el anuncio del Mundial ‘78. Y le agregué a Joao Havelange, entonces mandamás de la FIFA, al trío que formaba la junta militar. Fue el primer dibujo y abrió un camino de expresión. Yo miro las cosas que hice en esa época y pienso que es casi un milagro estar vivo. Claro que no fue gratis. Como el día en que me hicieron llegar al diario una cinta con la voz inconfundible del represor Guillermo Suárez Mason, que decía: “Si ese boludo insiste con los dibujitos, lo metemos en un avión y lo tiramos en la mitad del río”. Ese era yo. Y Suárez Mason era un tipo muy sincero en ese sentido…

-¿Cómo vivió el renacer democrático?

-Con esperanzas, aunque éste es un país frustrado. Alfonsín fue un ejemplo, Menem quiso perpetuarse y apareció aferrado a una sillita. A Perón, referente que siempre volvía al debate público, lo dibujé en base a una foto que tengo de él en el primer cajón de mi escritorio, con las manos en alto. Una cosa que me afecta es la descalificación de mis opiniones sobre la Argentina por el lugar donde nací, Montevideo. Pero yo soy hijo de una argentina, María Matilde Garibaldi de Sábat Pebet, que en su libro Entronque de Quirogas y Sarmiento estableció que somos descendientes de ellos, de Facundo y de Domingo Faustino.

-Durante el kirchnerismo, en medio de ataques a la prensa, usted provocó duras reacciones por haberle tapado la boca a Cristina Kirchner en un dibujo, ¿cómo lo ve ahora, en perspectiva?

-Bueno, yo creo que éste es el punto más deslucido y delicado, por decir así. Un señor en Página/12, yo tengo el recorte por ahí, me amenazó diciendo: “De él ya nos vamos a ocupar”. Yo realmente no tengo nada que ocultar, ni mi edad (84 años), ni nada. Ni todas las cosas que he hecho bien o mal. Si una cosa me ha estimulado es que nunca me dijeron en Clarín qué era lo que tenía que hacer. Y entonces todo eso ha abundado en identificarme con las cosas que quería identificarme. Es posible que yo haya actuado con picardía, sí. La señora había hablado toda la semana por cadena nacional. Y la picardía está para usarla. Pero yo no me arrepiento de las cosas que he hecho. De un solo dibujo me lamento y es de 1973, cuando hice a José Ber Gelbard (empresario comunista que fue ministro de Economía durante la tercera presidencia de Perón) con un martillo, rompiendo los huevos. A mí me consta que el tipo sufrió mucho por ese dibujo. Han pasado ya 44 años de eso, pero yo todavía lo tengo presente.


Un placer: Escuchar música.

Una bebida: Agua mineral, ja,ja.

Dos películas: “Medianoche en París”, de Woody Allen, y “El Ciudadano”, de Orson Welles.

Una persona que admira: Julio María Sanguinetti.

Una comida: Las que hace mi hijo Rafael, alguna con pescado.

Una sociedad que admire: La dinamarquesa.

Un prócer: Raúl Alfonsín.

Un líder de hoy: No sé, es tan difícil…

Un club de fútbol: Peñarol.

Un teatro: El San Martín.

Un viaje: A París.

Un sueño: Ver a mis nietos haciendo lo que desean.

Una biografía: Del saxofonista Coleman Hawkins.

Un tango: “Vayan saliendo”, de Julio De Caro.

Una compañera: Blanca, mi amada esposa.

Un sabor: La fainá de Banchero, del barrio de La Boca.

Un concierto: El primero para piano de Beethoven.

Una grabación: La del quinteto de Louis Armstrong de 1925.

Dos cuadros: “Guernica”, de Picasso. Y “Retrato de la madre del artista”, de James Whistler.

Una frase: “La pintura no figurativa nunca es subversiva”, también de Picasso.

 

Fuente: diario Clarín de Buenos Aires.
Foto portada: Veintitres