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Ramón Mérica TOURuguay

“Los pardos no tienen palabra de honor”, de regreso de Bernabé Rivera a la capital

MÉRICATECA. Archivo de Diario Uruguay.

¡AURA SI, ALCANCENMEN UNA DIVISA!

Varias han sido las personas que, al leer lo que escribiéramos en el penúltimo número bajo el epígrafe de “Los pardos no tienen palabra de honor”, nos pidieran que refiriésemos la segunda etapa del viaje de regreso a la capital, realizado por el coronel don Bernabé Rivera y su pequeña escolta, trayendo prisionero al pardo Luna.

Defiriendo a tal exhortación, trataremos a renglón seguido, de hacer partícipes a los lectores, del fruto de nuestras investigaciones.

Los viajeros, hicieron noche al abrigo de los montes del Santa Lucía Chico; y mucho antes de que las barras del nuevo día mostraran  sus trazos sobre el firmamento, la columna precedida por Rivera, el viejo teniente y el pardo Luna, que marchaba ahora libre de toda traba, había dejado ya a su espalda, un tendal de leguas.

— Con la fresca dá gusto viajar, mi coronel. ¿No encuentra?

— Así es, Luna; — pero hay veces que las necesidades nos imponen Ja obligación de tener que marchar, como ayer, bajo los ardores de un sol rajante. . .

— Mesmo, — asintió el teniente.

— Pero hoy, prosiguió diciendo Rivera, el viaje lo haremos en forma más descansada. El Santa Lucía Grande, nos ofrece un buen lugar para almorzar y hacer una siestita. Y de allí a Montevideo, nos queda un paso. Esta misma noche podremos hablar con Fructuoso.

— Estoy deseoso de estar frente a don Frutos, pa saber que es lo que me acomulan . . .

No vamos a relatar aquí la conversación que sostuvieron en tal ocasión el general Rivera y el pardo Luna, por cuanto la amenaza del estallido de la revolución había desaparecido, dado que, el Presidente, al tanto de los trabajos, hizo que aquella se aplazara para mejor oportunidad; pero si debemos decir que aunque Luna no negó sus simpatías por Lavalleja, dió su “palabra de honor” de que él era ajeno al movimiento subversivo que se había tramado.

— Y a tí hay que creerte, añadió Rivera riendo, a la vez que se restregaba nerviosamente una contra otra las palmas de las manos, — señal inequívoca de que estaba contento, — cuando empeñas tu palabra de honor.

Ahora solo falta que me prometas que no has de salir de Montevideo sin que yo lo sepa. Y mientras estés aquí, nada te habrá de faltar.

— Acetao, Presidente.

Cuatro o cinco meses después de los sucesos que dejamos esbozados, el 15 de Junio de 1832, caía para siempre en los campos regados por el Cuareim, en Yacaré Cururú (palabra indígena que quiere decir; cocodrilo sapo), víctima de la saña de los últimos charrúas y de su impetuoso arrojo, el coronel Rivera. Y un mes más tarde, o sea en Julio estallaba la revolución que también había olfateado la perspicacia del primer magistrado. Luna, fiel a su palabra, permaneció desde ese día al lado del Presidente, que le llevó a campaña, sin que aquél, ciñera sobre su sombrero, la divisa de los servidores del gobierno, — por cuanto como él mismo se lo dijera al general, era partidario de Lavalleja.

Y aquí viene la anécdota:

A raíz del .pronunciamiento del general Garzón, cayó en manos de las fuerzas revolucionarias un oficial riverista, que don Frutos tenía especial interés en rescatar; — y— fíele acuerdo con tale^ anheles, hizo proponer a los contrarios, un canje de prisioneros dando en cambio a Luna, que había prestado su asentimiento para ello.

El emisario encargado de hacer la proposición al jefe revolucionario volvió al campamento gubernista, con la noticia de que aquél no aceptaba el canje.

Y fué entonces que el pardo Luna a quien Rivera -dispensaba el trato que daba a sus oficiales y que se encontraba presente cuando
se trajo la noticia de su rechazo, exclamó indignado:

— ¡Aura si, alcancenmen una divisa!

Y desde ese día, otro Luna, aumentó el número de los oficiales del conquistador de las Misiones.

 

Fuente: RECUERDOS Y CRONICAS DE ANTANO/ROMULO F. ROSSI