Inicio » El País en El País de Ramón Mérica: entre el río Uruguay y la memoria
PLAN 2030 Ramón Mérica

El País en El País de Ramón Mérica: entre el río Uruguay y la memoria

VEREDAS CAMINADAS POR RAMÓN MÉRICA para Diario Uruguay. (Archivo 22 Junio de 1997).

Ríos, Plazas, Hombres, Historias y Vivencias en el gran circuito

Con o sin VEREDAS, poco importa: allí pervive la médula del país, asoman sus más recónditos secretos de la sensibilidad, los clamores ocultos y a veces resignados de estar tan lejos de la ciudad-luz, a la que alguna vez pudo ser posible  acercarse en tiempos de estudiante. Tampoco importa que ya no pueda ser: los que eligieron o fueron obligados a vivir  para siempre en su tierra saben muy bien que ese lugar les pertenece, más allá de deseos o de esperanzas frutadas. Esa es una de las tantas reflexiones a las que conduce la gira El País en El País, que a la altura de su punto once se ha convertido en un hito insoslayable para todos los orientales residentes fuera de Montevideo.

¿Cuándo será posible ver otro rosal tan británico y saludable como el que oficiaba de pórtico de una gran casa en la avenida 18 de Julio de Paysandú, una cuadra antes de esa iglesia prima hermana de la Madeleine y de la de Buenos Aires? ¿Cómo es posible que un cementerio se haya convertido en un monumento, El monumento, en esa misma ciudad sabedora de violencias y de heroísmos como ninguna otra y que lo haya hecho posible con tanta honorabilidad? Mientras se desanda, calle abajo, hacia el río, la preciosa avenida Espana, con sus bancos de Talavera, sus faroles fundidos en Europa, sus canteros prolijamente  resguardados, es como si Paysandú reclamara que la miraran más de cerca, más de profundo. Y no puede ser de otra manera.

La gesta heroica se respira allí en todos sus rincones pero aparece más majestuosa e incanjeable en la plaza con rumores comandados por Leandro Gómez, mientras la calle mayor no permite que la distraigan de su inminente encuentro y romance con el río.

Ese río que subyuga a todas las señoras capitales del Uruguay desde el Salto hasta Colonia y que emperifollan para él,  sobre todo al atardecer, cuando el sol compite con el agua en su clamorosa agonía naranja capaz de exaltar las letras del National Geographic y de arrumar los arrumacos de las tiernas parejas sanduceras que sin darse cuenta despiertan en una rambla de glorietas y buganvillas para recordar que llegó Mercedes y sus campanarios que no pudo pintar Carlos Federico Sáez porque la vida no le dio tiempo. ¿Y cuándo será el tiempo en que el abandonado frigorífico británico con promesas de convertirse en un patrimonio cultural, diga estar presente una vez más en la villa del Fray Bentos donde vieron la luz ficcionaria Funes el Memorioso y una vida casi real los lobizones y las mascaritas escapadas de la casa-mano de Luis Solari?.

Los mismos golpes de magia se prodigan, incansablemente, en ese escoldo de historia y poesía de Colonia del Sacramento, ajena a la pompa de la condecoración de patrimonio de la humanidad, quizás porque sigue desvelada por la llegada de don Manuel Lobo y por lo que deparará el tiempo a sus empedrados y faroles, a sus caminitos de tierra acompañando el curso del enorme río detrás del cual se oculta la gran Santa María del Buen Ayre, tan seductora como ominosa.

No hay nada que temer, algunos siglos más tarde, cuando San José de Mayo, que se ha olvidado del mes pero no del santo, relumbra en un domingo de diciembre en el benemérito Teatro Macció y en su graciosa plaza dispuesta a bailar como en las calles de París bajo la custodia de la bellísima basílica toda iluminada hasta en sus mínimos detalles. Hasta El País en El País ha vagabundeado entre el río y la memoria, pero faltan otras perspectivas, otros aromas, otras visiones de un Uruguay solamente apresable cuando se tienen ganas de apresar.